Una de las normas del piso donde vive ahora Conchi Antoine Fideu, de 81 años, es que cada vez que un hijo o hija se marcha se miran a los ojos intensamente. También se dicen cuánto se quieren, algo que acompañan con un beso en la mejilla. Los días de Conchi varían en función de cómo se despierte. Convive con una fibrosis pulmonar que le diagnosticaron hace nueve años, pero los últimos dos la enfermedad no le ha dado tregua. Conectada a una máquina de oxígeno 24 horas, sin moverse, se deja cuidar por sus cinco hijos y dos cuidadoras –una por la mañana y otra por la tarde–. «Poco a poco, me voy haciendo a la idea de lo que tengo y me cuido en la medida que puedo, a pesar de la fatiga. Estoy en paz conmigo misma, pero lo que más me ha fastidiado esta enfermedad es no poder viajar».
Conchi, o Conchín para su familia alicantina, no recuerda ya la cantidad de viajes que ha hecho. Es su gran afición. «He estado en casi toda Italia, Hungría, Alemania, Austria y el último viaje europeo fue antes de la pandemia a Turquía. De España conozco casi todo». Mientras lo cuenta, siente una pequeña frustración porque le gustaría visitar más países.
Había cumplido tan solo 15 años cuando se mundo con su familia a Mallorca. Tenía una hermana y un hermano a los que quería enormemente. No le dejaron estudiar, pero si volviera a nacer «no dudaría en hacer primero el Bachillerato y luego Historia o alguna carrera artística».
Porque a pesar de su estado, Conchi todavía lee cada noche. Es una devoralibros desde bien pequeña. «Lo que más siento es no haber podido estudiar. He pasado toda mi vida cuidando a mis hijos, mi casa y mis nietos. A veces, tengo pensamientos de mi vida, y sí, siento no haber podido hacer más».
– «Mamá, tú ya has hecho mucho por todos», le susurran Isabel y Toni Azorín, dos de sus cinco hijos y cuidadores a tiempo completo.
– «Me siento muy agradecida y orgullosa de haberos tenido a todos vosotros», contesta Conchi.
Cuidadores
«Cuando mi hermano Toni pensó en trasladar a nuestra madre con él, y ella asintió, esa misma noche vaciamos y preparamos su habitación. Nunca pensamos en enviarla a un centro». Isabel siente paz cuando está con su madre. No le tocó cuidarla, sino que lo escogió como el resto de sus hermanos.
Toni se emociona cuando habla de su madre. A él le amputaron una pierna en 2020, justo el año en que la enfermedad de Conchi entraba en la etapa final. Esto tampoco fue un impedimento. Él maneja a su madre sin problema. «Claro que antes tenía más libertad, pero eso se ha roto porque no me veo ni para trabajar ni para nada. Siento la necesidad de estar aquí con mi madre».
Conchi tiene la suerte de disfrutar intensamente de las mañanas, del sol cuando aparece por la ventana y de los paseos matutinos con alguno de sus hijos cuando su ritmo cardíaco le da buenos resultados. A veces se pone su medalla de oro con Nefertiti y la Cruz de Caravaca. «Soy una persona creyente pero no voy a misa. A veces hablo con Dios pero sobre todo con mi hermana, Pilar, y mi mamá. Les pido que pueda llevar bien mis días».
La morfina le calma la sensación de ahogo y los dolores en el cuerpo. Echa de menos cocinar –otra de sus grandes pasiones– pero todavía sigue teniendo apetito. Sus hijos no la ven como una carga, más bien una bendición a pesar de las adversidades que han vivido con ella. Esta mujer pasó hace poco la COVID sin casi síntomas, pero tuvo también meses graves en que requirió hospitalización. «Yo no quiero volver a un hospital. Quiero pasar el resto de mi vida en casa, quiero poder ver la luz del día y pasear». Son las 20.30 horas y es hora de cenar. Isabel se marcha a la cocina. Conchi ha tenido un día bueno. Se le ve en la mirada porque ríe mientras habla sin parar.