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Climent Picornell, geógrafo y escritor: «Hay que poner límites y evaluar cuánta gente cabe en el paraíso»

Observador del turismo, pasa sus vacaciones entre el Pla y la Colònia de Sant Pere y recuerda que nadie hizo caso a los ‘libros blancos' de la UIB

Climent Picornell, este año, en el Caló de Ferrutx, en Artà, dándose un chapuzón y con su cabeza cubierta de posidonia. La fotografía ha sido facilitada a este diario por el entrevistado, que este viernes ha previsto acudir con su nieto al desfile de ‘dimonis’ de Sant Joan.

| Palma |

Doctor en Geografía y profesor emérito de la UIB, Climent Picornell (Palma, 1949) ha investigado los cambios sociales en las Islas, entre ellos los que ha provocado el turismo en las Islas y, desde sus vacaciones –entre Sant Joan (donde hoy verá con su nieto a los dimonis que desfilarán por el municipio), Costitx y la Colònia de Sant Pere–, observa el anual debate sobre la masificación y sobre cómo abordarla. En todo caso, dice, ya «no son solo jipis y goberos quienes» se quejan.

¿Hay colapso o no?
—Pues depende. Al Pla no ha llegado, excepto cuando se paran los ciclistas a merendar. Hay una palabra mágica: capacidad de carga; hay que evaluar cuál es la capacidad de carga y fijar cuánta gente cabe en el paraíso. En algunos sitios es más fácil. Tú puedes calcular cuánta gente cabe en una playa y cómo extender la toalla sin pisar a otro. Es más difícil en una ciudad o en la Serra de Tramuntana. Pero se puede hacer.

¿Y quién debe hacerlo?
—Las administraciones públicas, el Consell, el Govern, los ayuntamientos. Se ha hecho en Formentor, en determinadas playas. Se puede poner el límite en los aparcamientos. Vale para Palma y la Serra de Tramuntana.

¿Poner límites es limitar el movimiento de las personas?
—Eso es difícil pero se pueden tomar medidas que equivalgan a limitarlos. En la Serra de Tramuntana, como en Formentor, se pueden poner buses lanzadera. Lo que está claro es que algo hay que hacer. No soy experto en poner límites sino en cómo medirlos. Por eso me parece importante la capacidad de carga.

¿La masificación es el precio que hay que pagar para mantener la economía balear?
—No tendría que serlo. No hace tanto que a quienes planteaban poner límites a la presencia de cruceros en Palma se les trataba de turismofóbicos. Y ahora ya se ha aceptado. La presencia de cruceros ha transformado el casco antiguo de Palma. Lo que antes decían jipis y goberos, se ve ahora de otra manera y sus planteamientos se extienden. Basta ver lo que pasó en Palma un día como el miércoles. No, eso que se llama turismofobia no es un discurso generalizado en el cuerpo social de las Islas. Todavía hay mucha gente a favor del turismo sean cuáles sean sus consecuencias pero hay colectivos que insisten en la necesidad de poner límites y eso no se puede tildar de turismofobia.

Usted ha escrito sobre eso, sobre la turismofobia.
—Sí, pero no todo es turismofobia. Es cierto que parte del colectivo social está hasta los cojones del turismo pero hay quienes desde el propio sector saben que no podemos seguir así. Es que el fenómeno no es sólo de Balears. Ya ha ocurrido en otros lugares. Hay quienes señalan al turismo de masas como etnocida, aunque generalmente lo hacen pensando en África. Pero tenemos ejemplos más próximos.

¿El turismo transforma el paisaje?
—Sí, sí, de eso no hay aquí ninguna duda. La balearización es un concepto sociológico que nos define, aunque haya quienes defiendan que lo inventaron los corsos. Aquí se hizo un turismo sin planificar que generó un cambio en el paisaje y en el medio ambiente. Recuerde aquel discurso sobre el peligro de la dependencia de un único sector. Pero el sector turístico se ha adaptado mejor que otros en otras comunidades. Estoy pensando en el de industrias como la siderurgia. Y es ahí donde los políticos sacan otro de sus mantras: la diversificación.

¿Pero es posible diversificar la economía de Balears y jugar a otra carta?
—No lo sé, desde luego sería conveniente. No sé si hay margen pero se habla de todo eso de la economía gris y del teletrabajo y que hay espacio en Balears.

¿Y usted qué opina?
—Pues no lo veo en estos momentos, pero tampoco quiero ser agorero ni parecer uno de esos predicadores.

Pues igual la Universidad está para eso, para ‘predicar'...
—La Universidad [se refiere a la UIB] hacía ‘libros blancos', también sobre turismo y nunca le hicieron caso. Las administraciones son lentas y caducas a la hora de tomar algunas decisiones. En general. No excluyo a ninguna. Hace unos años nadie supo prever que llegarían los viajes a bajo coste y sistemas que luego se han ido extendiendo, como los alquileres vacacionales. Todo eso no lo vimos pero el capitalismo sí lo vio. No lo justifico pero sabe adaptarse a los tiempos. El negocio se readapta constantemente y también las instituciones deberían adelantarse en la toma de decisiones.

¿Y en qué dirección tendrían que ir las decisiones de las administraciones?
—En procurar leyes y políticas que limiten el crecimiento. Definir la capacidad de carga es fundamental, como le decía antes. A aquel mantra de sin límites no hay Paraíso hay que añadir que sin capacidad de carga no se puede evaluar cuánta gente cabe en el paraíso.

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