Sara Browne es psicóloga forense y policial y está especializada en situaciones de crisis. Lleva 18 años trabajando y se ha encontrado con escenarios y conflictos de todo tipo. Hoy está más atenta al móvil que a las tareas que tiene pendientes por hacer en casa. Está de guardia como parte del Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes (GIPEC). Eso significa estar 24 horas pegada al teléfono, siempre localizable. Pueden llamarla en cualquier momento.
Cuando está de turno, la regla es que si está en Palma, solo puede estar a media hora del lugar del que soliciten ayuda, y si está fuera de la capital palmesana, a una hora y media de desplazamiento. De nuevo, el pálpito no le falla. Suena el móvil. El 112 acaba de activar el servicio especializado del COPIB para prestar asistencia psicológica a una familia por el ahogamiento de una menor: «Son los casos más complejos y más duros, los que se te quedan grabados a fuego y sigues recordando, aunque pase el tiempo», explica Sara.
Cuando llega al lugar del suceso, sabe que va a necesitar mucha manga ancha. Muchos familiares ya están por ahí y encima de la madre, que todavía en estado de shock. Se presenta e inicia su labor, un papel tan imperceptible como importante: tocar todas las teclas para lograr la necesaria «ventilación emocional» de esta mujer, que pasa por el peor momento de su vida. «Tiene derecho a estar enfadada, sentirse culpable, incluso, no ser capaz de sentir nada. Hay que permitir a la familia que esté como quiera y normalizar esos sentimientos», apostilla la psicóloga del GIPEC.
«Lo primero que hago es hablar de la persona que ha fallecido en pasado, para que vayan haciéndose a la idea; preguntar 'cómo era', no es... son pequeños trucos para que los familiares integren de una manera adecuada la situación en la que están inmersos. Así comienzan a darse cuenta de que ese ser querido ya no está», explica esta psicóloga, al tiempo que no duda en tomar el mando cuando escucha a un allegado decir a la madre 'ponte tranquila'. «En ese caso hay que corregirles, y llegamos a pedir a la gente de alrededor que se retire, como en este episodio, cuando la madre me dijo que estaba empezando a sentirse agobiada», dice la psicóloga.
El trabajo del profesional de la psicología de emergencias es más visible cuando se produce un desastre natural o una gran catástrofe, como un accidente aéreo, marítimo o un suceso con múltiples víctimas; en el caso de Mallorca, por ejemplo, a todos se nos viene a la cabeza la torrentada de Sant Llorenç, el 9 de octubre de 2018. Pero nada más lejos de la realidad. Cada día se producen cientos de hechos traumáticos que pueden ser difíciles de gestionar para muchas personas y dejan una huella indeleble en ellos. Y siempre hay un psicólogo del Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes (GIPEC). 24 horas, los 365 días del año.
Baleares cuenta con alrededor de 45 especialistas en psicología de emergencias: 30 psicólogos en Mallorca, 3 en Menorca y entre 12 y 15 en Ibiza y Formentera. Según las estadísticas del GIPEC, el 36 por ciento de su trabajo consiste en comunicar malas noticias relacionadas con accidentes de tráfico; el 34 por ciento de sus intervenciones tienen que ver con intentos de suicidio o suicidios consumados; un 23 % con las muertes súbitas y el resto, que incluye ahogamientos, balconings o personas desaparecidas.
Antonia Ramis, vocal de Psicología de Emergencia del COPIB y coordinadora del GIPEC IB, asegura que «los primeros auxilios psicológicos son tan importantes como atender las heridas físicas, creando un clima de seguridad psíquica y emocional que transmita serenidad en un momento de alto estrés. Tenemos que estar preparados para todos los escenarios, porque las reacciones ante un hecho traumático son impredecibles. Por eso es sumamente importante que los equipos que intervienen nos activen ante cualquier eventualidad», finaliza Ramis.
Por su parte, Javier Torres, decano del Colegio Oficial de Psicología de Baleares y apoyo en la coordinación del GIPEC, apunta que «cada intervención es un mundo. Puede durar cinco minutos o cinco horas. Todo depende de la situación. Hasta que no llegas al escenario, no sabes a lo que te vas a enfrentar. Lo primero que hay que hacer es una radiografía de la situación, y la mayor parte de las veces, te toca trabajar sobre la marcha. Muy pocas veces la familia ha declinado nuestros servicios», recuerda Torres.
Normalmente, en el caso de una muerte, las familias tienen muchas preguntas a las que hay que buscar respuesta: ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué tengo que hacer? ¿Me ayudas a decírselo a mi hijo? «En cuanto el familiar del fallecido se ha recolocado, nos toca retirarnos. No somos una lapa. Estamos ahí hasta que dejan de necesitarnos», recalca Torres, que no duda en apuntar que «es un trabajo duro. A veces tiendes a preguntarte si merece la pena, porque bien pagado no está. Pero al final te quedas con las miradas de agradecimiento de las personas a las que has intentado ayudar, su mano sujetando la tuya cuando te despides y te dice '¿Ya está?'. Eso no tiene precio».
Coincide con Torres la psicóloga Sara Browne: «Es un trabajo que te termina enganchando. Actúas en momentos sumamente delicados para la gente, y aún así son capaces de sacar fuerzas de flaqueza para darte las gracias cuando te marchas. Cuando te marchas, intentas desconectar, pero muchas veces te enteras por los medios. Sobre todo si es un caso que copa portadas de los diarios. Recuerdo uno, muy polémico y delicado, en el que tuve que atender a miembros de los equipos intervinientes. Esos días son duros y tienes que obligarte a desconectar por tu propia salud mental», finaliza.