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Àlex Romaguera: «La mayoría de las víctimas olvidadas pertenecen al período de la Transición»

El periodista narra en ‘Víctimes en so de pau' la historia de 15 familiares de asesinados por diversos motivos políticos que rechazan el odio y la venganza

Alex Romaguera posa con su libro. | Dani Codina

| Palma |

Àlex Romaguera (Barcelona, 1970) es periodista experto en derechos humanos. Su libro visibiliza historias  para combatir el odio.

¿Por qué este libro?
—El origen surge de una conversación con Maixabel Lasa y Mari Carmen Hernández, viudas de Juan María Jáuregui (PSOE) y Jesús María Pedrosa, ambos asesinados por ETA. Hablamos de los encuentros de reparación que entre 2010 y 2011 se hicieron en Euskadi, entre víctimas y exmiembros de la banda. Consideran su vivencia como una deconstrucción de la violencia.

Y eso le animó a seguir.
—Fui estirando el hilo hasta que en 2014 vi que había otras situaciones de este estilo y pensé que era muy importante conocer que, más allá del odio, hay un proceso de resiliencia para defender un marco de convivencia y de reconocimiento de todas las víctimas. Veía que desde la derecha se usaban las asociaciones de víctimas para proyectar un discurso contrario: el de la venganza y el castigo. Estos 15 familiares de víctimas son referentes morales porque a través de su discurso público dicen que la violencia no es el camino para defender proyectos políticos y que se tiene que trabajar por una sociedad resiliente. A través de los familiares, he querido explicar qué ha pasado en el Estado español. De todas las víctimas, que hay unas 1.500 catalogadas como muertas por razones políticas en los últimos 50 años, hay muchas que han empatizado y son un rayo de esperanza porque tiene un relato humanizador y pedagógico a favor de la paz.

Entrevista a familiares de asesinados por la ultraderecha, como Yolanda González, y de la guerra sucia, como Joxi Zabala; pero también por el fundamentalismo islámico ¿Qué las une?
—Han conseguido desvictimizarse y contribuir a una sociedad más justa e igualitaria. Personas que reciben violencia, pero que creen que la paz implica trabajar para que la sociedad dirima los conflictos a través del diálogo. No hay víctimas de primera y de segunda. Todas han experimentado, en un grado mayor o menor, un proceso de segunda victimización. Por una parte, el dolor de la pérdida, y luego que la justicia no las haya atendido como toca. Se deben de garantizar los derechos fundamentales, como son la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. El Estado debe de velar por ello, pero solo ha reconocido a los de un sector. La sociedad es la que lo ha reivindicado.

Recuerda la historia de víctimas que han sido silenciadas.
—Sí, ha habido un trato desigual. El caso de la Rosa Rodero, viuda del ertzaina Joseba Goikoetxea asesinado por ETA, es un ejemplo. El hecho de que fuera antifranquista supuso que el Estado se desentendiera de su muerte pese a ser policía. Se ha preocupado de los políticos de los grandes partidos, PP y PSOE, y ha menospreciado a muchos otros. Sus historias me sirven para poner luz a todos los déficits. La mayoría de las víctimas olvidadas pertenecen al período de la Transición. La única ley que tipifica quién es o no víctima del terrorismo excluye todos los crímenes del Estado. Hay una lista que deriva de la ley de víctimas del terrorismo de 1999 (reformada en 2011) de 6.000 personas, de las cuales 1.500 son muertos o heridas. Salvo alguna del GRAPO o los GAL, ninguna tiene en cuenta al resto.

¿Qué implica que su dolor lo haya convertido en un «alegato a favor de un mundo más justo»?
—Son personas que pueden ser referentes éticos para que la sociedad se dé cuenta de que a través del diálogo, la escucha, la empatía y el reconocimiento del otro, se puede construir una sociedad más justa. Más que recrearnos en los dramas pasados, hay que crear las condiciones para que la sociedad tengan puntos de encuentro. Los entrevistados, después de conocer a personas que han padecido la violencia, han visto que les unía la condición humana. Y poder trabajar para decir que la violencia no sirve de nada.

¿Cuál es la clave para evitar la deshumanización?
—Trasladar a las aulas la vivencia del dolor, como ya hace el gobierno vasco con el Módulo Educativo Adi-adian. La parte pedagógica requiere políticas que no discriminen por razón de sexo, origen, o condición social. Detrás de una desigualdad, se crea un caldo de cultivo para que aparezcan expresiones violentas. Los 15 denuncian la ley de armisticio de 1977 y la ley de secretos oficiales, que impiden depurar crímenes del franquismo. Si haces políticas más justas y equitativas, generarás antídotos para evitar conflictos y la violencia. La paz debe de ser justa y duradera. Si alguien se siente maltratado, puede recurrir a la violencia.

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