Si a alguien se le puede tildar de periodista de raza es a María Traspaderne (Madrid, 1980). Por eso resulta curioso que no estudiara periodismo sino derecho, aunque nada más terminar, se dio cuenta de que su mirada curiosa y las ganas de escribir no casaban con esta carrera. Decidió seguir hincando codos y cursar el máster de Periodismo de Agencia de EFE. Muy unida a Mallorca desde niña, llegó a la Isla en 2006, donde comenzó a ejercer como periodista, pasando por Popular TV, el diario gratuito ADN y luego la agencia EFE, especializándose en la sección de Tribunales.
Siete años después regresó a Madrid para cubrir la Audiencia Nacional y, posteriormente, seguir la información del Ministerio de Defensa con EFE. En agosto del año pasado se convirtió en la delegada de la agencia en Rabat, donde sigue instalada, y, ahora, acaba de regresar de cubrir sobre el terreno la guerra en Ucrania, pasando por las ciudades de Odessa, Mykolaiv, Dnipro, Járkov y Zaporiya. Sus crónicas son una buena muestra de lo que está sucediendo en este país: desgarradoras, irreprochables y muy humanas, como la persona que las firma.
Su primera experiencia cubriendo un conflicto armado, ¿qué nos puede contar?
Como periodista, siempre había tenido el gusanillo de poder narrar una guerra; conocer ese lado oscuro de la humanidad y transmitirlo. Aunque te hayas formado, como hice cuando cubría Defensa, uno nunca está preparado para lo que se va a encontrar. He llegado más allá de donde pensaba y he constatado que, desgraciadamente, un conflicto bélico no aporta nada positivo.
¿Qué ha aprendido de su estancia en Ucrania?
Uno descubre sus límites. Hasta que no estás sobre el campo, cuando te encuentras ciudades destrozadas, oyes las bombas cayendo cerca de ti y hablas con la gente que está sufriendo el día a día de un conflicto bélico, no sabes a ciencia cierta cómo vas a responder. Tampoco tienes claro hasta dónde estás dispuesto a llegar por informar. Nosotros estuvimos en medio de una zona de disputa entre el ejército ruso y el ucraniano, la tensión que sentíamos todo el equipo de EFE era palpable. Yo llegué a pensar en un momento de la jornada: 'Hasta aquí. No más'.
¿Ha sacado alguna conclusión de su paso por Ucrania?
Una es que por arriesgarte más que otros compañeros, no consigues ni la mejor información ni la imagen más potente. Y algo, muy importante: en Ucrania se están librando dos guerras, una bélica y otra informativa. Vivimos en un mundo de fake news, y aún así, me sigue sorprendiendo leer los comentarios a las noticias que han escrito muchos compañeros o las que yo he redactado, con gente poniendo en duda nuestras informaciones. Pero sí soy yo la que ha estado sobre el terreno, la que ha visto todo lo escribo. Y lo ponen en duda. Por eso es tan importante el trabajo de los periodistas sobre el terreno en un mundo tan polarizado como el de hoy en día.
Cierto. Mucha gente ha llegado a criticar a un periodista por entrar en directo con el casco y el chaleco mientras la gente paseaba alrededor como si nada.
Eso lo hemos vivido nosotros en carne propia. La experiencia de la guerra en el país era muy desigual. Visitamos ciudades muy tranquilas, eso sí, las sirenas sonaban constantemente. Luego cuando nos desplazamos a otros puntos calientes como Járkov, todo cambiaba. Allí lo proyectiles caían en oleadas durante media hora para luego caer el silencio otros treinta minutos. No estás preparado para lo que te vas a encontrar. Estar ahí es como una tómbola, te puede caer una bomba en cualquier momento.
¿Qué es lo que más le ha marcado del conflicto bélico?
Las historias de las personas que nos hemos encontrado durante nuestra estancia. La gente mayor que no quiere abandonar su hogar, aunque su casa está destruida y duerman en un agujero. No puedo olvidarme de dos familias ucranianas sordomudas que conocí en Odessa. Habían huido de Chernigov, donde resistieron una semana sin agua, luz, ni manera de comunicarse porque habían perdido el móvil. ¿Se imagina estar en medio de una guerra sin oír ni poder pronunciar palabras para comunicarse? O Dmitró, de 22 años, que vio morir a su madre de un disparo y no sabe nada de su hermano desde hace semanas... historias así te marcan.
¿Por qué cree que el conflicto ucraniano está llamando tanto la atención de la ciudadanía y no tanto otros, como la guerra de Siria, por ejemplo?
Es un país que está en Europa, y con una cultura parecida a la nuestra. Eso hace que la gente se haya dado cuenta de su propia vulnerabilidad. Esas personas que salen en las imágenes, en las crónicas, los refugiados que llegan a España... podemos ser cualquiera de nosotros.
Supongo que habiendo sido su primer conflicto, el equipo que le acompañaba era vital para realizar su trabajo.
Sin duda alguna. Fui acompañada por un equipo magnífico formado por un fotógrafo y un cámara de EFE, Manuel Bruque y Xabi Fernández. Ha sido muy importante contar con ellos. Al igual que los fixer que nos acompañaron, ejercen de traductores, guías, recaban información y son nuestros ángeles de la guarda. En Ucrania trabajamos con Natalia, que hasta hace dos meses estaba empleada en una agencia de viajes, y Orest, que antes de la guerra gestionaba un almacén. Nada que ver con lo que hacen ahora.
¿Por qué eran tan importantes?
Primero por un tema de seguridad. Cuando viajas en equipo en este tipo de coberturas, si a alguien le pasa algo, hay otra persona para ayudar; y si en algún momento te separas, uno puede controlar dónde está el otro. Pero también desde el punto de vista psicológico: tienes con quien compartir lo vivido, tomarte una cerveza por la tarde y descargar. Te sientes respaldado.
¿Le ha cambiado en algo esta experiencia?
Ante de ir pensaba que me iba a cambiar la vida, todavía no puedo confirmarlo, creo que sigo procesándolo todo. Eso sí, los primeros días tras regresar a Rabat, cualquier ruido fuerte me sobresaltaba.