Antonio Sureda falleció a los 75 años el pasado lunes 28 de marzo por problemas de corazón. Su hija Silvia explica que hace dos meses «era un hombre autónomo, sano, con algunos problemas por la edad». La operación que debía darle una oportunidad para seguir viviendo se pospuso hasta en tres ocasiones, la primera fue por la falta de camas de UCI durante el pico de ocupación de la sexta ola de COVID.
Todo empezó, según relata Silvia Sureda, cuando el 24 de enero acudieron a Urgencias de Son Llàtzer porque, de un día para otro, «estaba desorientado». Le diagnosticaron síndrome confusional agudo, según muestran los papeles. Ingresó en el centro donde seis días después tuvo un infarto y necesitó reanimación. «Le hicieron pruebas y vieron una obstrucción que afectaba a corazón y cuello», explica. Lo derivaron a Son Espases donde sí hay servicio de cirugía cardíaca.
Ingresó directamente el 15 de febrero para ser intervenido el día 17. Por entonces la ocupación de UCI por pacientes COVID era del 15,5 % y estaba en riesgo alto. «Nos dijeron que la aplazaban porque había otras urgencias que atender en quirófano y no sabían cuándo le iban a operar; un mes después falleció», recuerda Sureda. «En ese momento, mi padre empeoró, volvieron los nervios y se desorientó otra vez. Un médico nos reconoció que era habitual cuando les hacían esperar». La siguiente fecha para la intervención era el 22 de febrero, casi un mes después de acudir a Urgencias, «pero la noche antes nos dijeron que había dado positivo en la PCR». Con esta noticia llegó la siguiente demora pero además «nos dijeron que debía quedarse aislado en su habitación y, aunque pedimos que alguien se aislara con él, no nos dejaron», añade su hija. Sabiendo que si dejaban solo a su padre en esas condiciones y con una desorientación podía empeorar, la familia decidió pedir el alta y pasar la cuarentena en casa.
Una vez dio negativo, volvieron al centro sanitario el 2 de marzo. A punto ya para la intervención, le volvió a ver el especialista con un fulminante: «Está demasiado débil para operarle». Su familia insistió en que había que intentarlo, «con el aguante brutal que había tenido», pero la decisión estaba tomada. Son Espases derivó al paciente al hospital General donde falleció hace unos días. Sureda siente que «no se ha hecho todo lo que se debería» y lamenta el trato que le dieron. Han querido hacer pública su historia «para que no le pase a nadie más», porque señalan que son cinco hermanos y entre todos se han hecho cargo de la situación pero «no me quiero ni imaginar a alguien que está solo». Ahora preparan una queja frente al IB-Salut.
El apunte
La familia denuncia un cúmulo de despropósitos en la atención hospitalaria de Son Espases
Antonio Sureda padecía de gota, una infección que le impedía caminar bien. Para repetirle una PCR, previa a la intervención, no se le envió una ambulancia a domicilio, «al médico se le olvidó dejarlo por escrito». Sus hijos tuvieron que acudir a Son Espases a buscar el kit de recogida de muestras y realizárselo en casa. Pero hubo otros detalles que acrecentaron el malestar. «No podía tomar café y se lo traían cada mañana, apenas comía y no le posieron suero hasta días después…», relatan. Cuando lo derivaron al General parecía que estaba todo bien pero «el médico que lo vio allí tuvo que hacerle lavativas», llevaba días sin ir al baño.