El sector primario está de actualidad, unas veces por su lucha contra la falta de rentabilidad que ahoga a agricultores y ganaderos, otras por la falta de relevo generacional y modernización. Y en el lado positivo, por el diálogo entre los sindicatos agrarios y la Conselleria d'Agricultura para canalizar de la forma más eficiente las ayudas - y las exigencias - que llegan desde la Unión Europea. Joan Simonet ha estado en ambos lados, en la Administración como director de SEMILLA y del FOGAIBA en otras legislaturas, y ahora como gerente de ASAJA en Balears desde 2015.
¿Le ha satisfecho ver las estanterías de los supermercados llenas de leche mallorquina debido a la huelga de transportistas?
—Sí, pero es una lástima que solo se acuerden del producto local cuando hay un desabastecimiento. Lo vimos cuando no podían llegar los barcos por el temporal Gloria, luego con la COVID, y ahora con esta huelga. Mientras todo va bien, no nos damos cuenta de la importancia del producto de proximidad.
¿Cree que sentará un precedente?
—La agricultura no es una actividad que pueda reaccionar de un día para otro. Si tienes una industria y te aumenta la demanda, puedes doblar turnos y aumentar la producción mientras tengas materia prima. Si tienes una crisis alimentaria, no puedes hacerlo, porque hoy plantas los tomates que nos comeremos en junio; los corderos que nacen hoy, son para consumir dentro de cuatro meses... si quieres tener más corderos, necesitas 5 meses de embarazo de la oveja más 4 meses para criar al cordero, tardarías 9 meses en poder obtener la carne que necesitas para consumir hoy. Para poder dar estos pasos, lo que necesitamos es seguridad en las ventas, un compromiso real de supermercados y de la hostelería de consumir producto local con unos precios justos. Así sí que podrían los payeses poner en marcha este aumento de producción.
¿De verdad les sale más barato traer cordero de Nueva Zelanda que de la Isla?
—Desgraciadamente, a menudo sí. En Baleares los costes de producción son mucho más elevados. Y si añades que a un intermediario, un céntimo de diferencia afecta a sus márgenes de ganancia, pues escoge el de fuera. Un céntimo que gana el intermediario, no el consumidor.
¿Cuáles son los problemas estructurales del campo balear?
—El problema esencial es la falta de rentabilidad. Los payeses tienen que asumir el coste del transporte para importar casi todo lo que necesitan y que no somos capaces de producir: piensos, fertilizantes, semillas... etc. Luego está la limitación para obtener agua, aquí nunca tendremos un trasvase del Ebro, por ejemplo. Tener agua te permite obtener más producción por hectárea. También tenemos una mayor presión no agraria sobre el suelo rústico, la fincas están valoradas no por su potencial agrario, sino por su valor urbanístico. Las tierras en general, tienen una menor riqueza. Y otro problema histórico es que el sector agrícola no puede competir con los sueldos que se pagan en la hostelería y el turismo por trabajos que, a la par, son menos duros.
¿Esto donde sitúa el producto agroalimentario de las Illes?
—El resultado final de todos los factores citados es que el producto final es más caro que el que viene de fuera, si no queremos vender por debajo del coste de producción. Salvo honrosas excepciones, a los intermediarios no les interesa. Tenemos que apostar por esta minoría de consumidores que aprecian el producto local por su calidad.
¿Cuándo no hay crisis como esta huelga del transporte, hay excedentes de producto mallorquín?
—Te ves obligado a bajar precios y vender con pérdidas, no se cumple la ley de la cadena alimentaria. No tenemos una industria de transformación suficiente, no hay fábricas de zumos ni de transformados, y pocas de conservas. Si no puedes vender el producto fresco, no tienes una alternativa de venta y los que te compran te aprietan más.
¿El que es agricultor hoy en día lo es por romanticismo ?
—La mayoría sí, asumen fincas y granjas de sus familias. Si el campo fuera rentable, habría más innovación y más gente joven se incorporaría. Hoy en día si haces números, no te atreves a invertir y te dan ganas de abandonar. Ojo, hay excepciones de gente que invierte en modernizar pero les cuesta.
¿Las ayudas de la Política Agraria Común (PAC) son la solución?
—Las ayudas son un suero, pero no ayudan a despegar. La nueva PAC es una oportunidad y un reto. Tendrán que adaptarse a las exigencias de digitalización, control, calidad e innovación. Tendremos una agricultura cada vez más elitista.
Los sindicatos agrarios y la Conselleria han logrado el reconocimiento de la insularidad, ¿enterrar el hacha de guerra ha sido fructífero?
—El reconocimiento explícito a la insularidad en la PAC es un logro muy importante. Tenemos una buena relación con la Conselleria d'Agricultura. Antes era un «no a todo» y entramos en una dinámica reivindicativa. Ahora hay un equipo nuevo y las relaciones son fluidas, con intercambio de información y con objetivos comunes. No nos han engañado ni ha habido favoritismos, y todos los sindicatos
trabajamos más unidos.
¿Le convence cómo se darán las ayudas al sector para paliar los efectos de la guerra de Ucrania?
—Sí pero con matices, se tiene que estudiar muy bien que si se subvenciona la importación de rollos de forraje, no se perjudique al payés de Balers que produce forrajes; la ayuda para el gasoil es del todo insuficiente para payeses, transportistas y pescadores; las ayudas para las vacas lecheras nos parecen adecuada y también las ayudas que inyectarán liquidez para costear el transporte de las mercancías.