Un conjunto de furgonetas y coches desfilan hacia el puerto de Alcúdia. Es la una del mediodía de un 9 de marzo nublado en Mallorca. Sentados en las butacas del ferri Martín i Soler de Baleària, a Joan Soler, Raúl López, Miquel Jordi Girart, Xesc Nicolau, Óscar Aguiar, Juanjo Martínez, Marcos Cabrer y Toni López les une una misión: llevar comida, material sanitario y para bebés a dos fronteras con Ucrania y traer refugiados a Mallorca.
Ultima Hora acompaña a un convoy de seis vehículos y a ocho voluntarios que emprenderán un viaje de hasta 2.500 kilómetros por carretera. Dos furgonetas Volkswagen y un Renault Clio se dirigirán hacia Przemysl, una ciudad ubicada en el sureste de Polonia y a 14 kilómetros de la frontera con Ucrania. Otras tres furgonetas partirán hacia la ciudad de Kisvárda, al noreste de Hungría que cuenta con una población de unos 16.000 habitantes.
El equipo
La ruta comienza cuando se pone el sol. El convoy mallorquín sale despacio del barco, que acaba de atracar en el puerto de Barcelona. Quedan unas horas de viaje hasta llegar a la región francesa de Occitania. Los vehículos están a rebosar de materiales para las fronteras. Desde que pasó por un accidente de moto, con 18 años, que casi le deja tetrapléjico, Toni López, de 48 años y originario de Andratx, se toma la vida con risa e impulso. El lunes pasado se enteró de esta misión. «No me lo pensé. No conozco con quién me voy, pero esa gente ucraniana necesita una oportunidad y ayuda. Lo hago por ellos». Toni compartirá asiento delantero con Marcos Cabrer, un emprendedor y economista que el viernes pasado, mientras esquiaba, decidió ayudar de la forma que fuera. «Desde entonces, he movido todo cuanto he podido en hospitales, farmacias y dentistas para conseguir donativos. Y mi teléfono no ha dejado de sonar».
La Associació Per Ells, con base en sa Pobla, ha sido el puente de unión entre los voluntarios. En su sede aguardan kilos y kilos de material recaudado desde hace semanas. Xesc Nicolau es un payés de Sant Joan casado con una ucraniana. Llevaba casi una semana decidido a salir hacia Polonia para recoger a la familia política, exiliada de la capital Kiev. Sin embargo, cuenta, «pudieron salir y llegarán a Palma este viernes». Quedarse de brazos cruzados no era una opción para Nicolau. En una calçotada entre amigos, el domingo, comunicó su decisión de ir, a pesar de todo, y traer a otras familias. «En ese momento, se lo comenté a Miquel Jordi Girart, abogado, y dijo que sí». Ambos se desplazarán en furgoneta hacia Hungría.
Las decisiones se tomaron de un día para otro para Juanjo, enfermero y Óscar, empresario. También para Joan y Raúl, que no solo les une la amistad, sino también la profesión de bomberos. No cuentan los países por los que pasarán, tampoco las paradas para descansar. El trayecto comienza para todos ellos con los ojos puestos ya en las fronteras. A estos mallorquines en una travesía que recorrerá, durante tres días el interior de Europa.
Cuaderno de viaje
El inicio del camino
Angie RamónEl ferri de Baleària estaba vacío, pero no costó encontrar a los voluntarios de esta aventura humanitaria. Nadie se conocía, solo aquellos que se apuntaron a esta misión con su colega. Las primeras horas de travesía se pasaron rápidas entre los tickets para comer un menú muy completo, obsequio de la compañía, varias tarjetas con internet ilimitado y acomodación gratis por si queríamos descansar estas seis horas de viaje.
El jefe de la tripulación bajó a saludar a los voluntarios y se hicieron una foto familia para compartirla en redes sociales. A la hora de la comida, el grupo consensuó la forma de publicar la imagen, sin olvidar los hashtags, la frase de agradecimiento a Baleària y el objetivo de la misión.
El rato muerto se pasó rápido con Toni López y sus batallas vitales, como que casi se queda tetrapléjico tras un accidente de moto, su pasión por la cocina o los países que ha visitado. Más que hablar, de su boca salían bromas ingeniosas. De esas que no te esperas pero que, a pesar de todo, te ríes.
Al salir del barco el puerto de Barcelona nos regaló una preciosa estampa, un atardecer para recordar. No los numerosos semáforos y un tráfico de espanto. Tuvimos que pasar algún semáforo en rojo para seguir el ritmo de los de delante, y por fin cogimos la autopista de peaje. Del resto, ya los veríamos en Francia por la noche.