Burundi es uno de los países con menos vacunados del mundo, por no decir que tiene la tasa más baja. Apenas el 0,1 por ciento de la población se ha inoculado contra el coronavirus, según los pronósticos del portal Our World In Data. En parte se debe a las campañas que se han hecho, por parte del gobierno burundés, advirtiendo de los efectos secundarios y las consecuencias. Jaume Obrador (Felanitx, 1953) lleva veinte años instalado en este país como misionero y uno de los mayores retos ha sido esta pandemia. Él confiesa que está inmunizado pero dice: «No conozco a nadie en Burundi que se haya vacunado». Su trabajo se centra en la parroquia de Rabiro, en la provincia de Karuzi, al norte de Burundi. Tampoco conoce directamente a ningún burundés que haya pasado la COVID-19 –a pesar de la ola de contagios–, «solo el otro misionero y yo nos infectamos en 2020», manifiesta.
«La pandemia es un tema desconocido». No se escucha en la radio y nadie habla de ello. Solo en la capital, Gitega, se administra la vacuna, y la mayoría es gente que va a viajar. «En general, ha habido mucha reticencia por parte de la población burundesa», dice. A pesar de todo, los casos han bajado ya «drásticamente gracias a Dios», confiesa Jaume Obrador al otro lado del teléfono. Todavía recuerda a la perfección la primera crisis sanitaria en el país. «Cerraron las fronteras y los aeropuertos. Si alguien venía a Burundi, tenía que pasar 15 días aislado. Yo me quedé sin poder irme a Mallorca», cuenta.
Misión
Los inicios para el sacerdote mallorquín comenzaron a principios de los 2000 en Burundi, «uno de los países más pobres del mundo. Mallorca Missionera –que colabora con la archidiócesis de Gitega desde los años sesenta–, me envió aquí y he de decir que estoy muy contento de hacer este servicio». Más del 65 % de esta población africana es católica. La Iglesia consigue cada vez más adeptos de un perfil joven, pues casi la mitad de la población es menor de 15 años. Las misiones de Jaume Obrador abarcan desde los bautizos, las misas hasta proyectos sociales y medioambientales. Por ejemplo, hace poco que sembraron 2.500 árboles en el Rabiro «para que no falte leña en el futuro», apunta. También ordeñan vacas y han construido canalizaciones de agua.
De hecho, la Iglesia de Mallorca envía recursos para la construcción de infraestructuras, desde nuevas parroquia hasta colegios y, recientemente, una casa para estudiantes en este poblado. «Vivimos una vida muy sencilla a fin de estar al lado de la gente. Cada día que pasa es una pequeña victoria para ellos, el poder comer y tirar adelante», comparte, emocionado, el sacerdote. Jaume Obrador, quien todavía no ve el momento de jubilarse y volver a Mallorca, se lamenta porque «en Europa se estén acabando las vocaciones misioneras y la gran mayoría somos personas mayores». Y hasta que su salud pueda, el sacerdote continuará en la parroquia de Rabiro. «Aquí nos llegan muchas familias y niños por diferentes problemas, como salud o por comida. La parroquia, para ellos, es el lugar al que acuden si algo pasa o si necesitan nuestra ayuda».
El apunte
Problema: vacunar a su población
El presidente y voluntario de Metges del Món en Baleares, Xavier Mesquida, justifica que la realidad en África es que la población no quiere vacunarse. Con todo, matiza que llevar cajas de estas dosis «no es un problema», sino más bien que «no se hacen campañas en el terreno para convencer a la gente de la necesidad de la inmunidad y el papel de la medicina. Es por ello que su sociedad desconfía». Xavier Mesquida recuerda que «Médicos del Mundo siempre se ha basado en promover la salud donde hay cooperación».