El euro cumple este domingo su segunda década en circulación pendiente de un lavado de cara con el rediseño de los billetes previsto para 2024 por el Banco Central Europeo (BCE) y sin perder de vista una nueva era digital para la que el instituto emisor espera tener listo un primer prototipo de euro digital en 2023, así como la esperada adopción de la divisa por nuevos países de la UE, el primero de los cuales podría ser Bulgaria dentro de dos años.
A pesar de los altibajos vividos en sus primeros veinte años en los bolsillos de los ciudadanos, el euro se ha consolidado como la segunda moneda más utilizada en todo el mundo, aunque a considerable distancia del dólar estadounidense, que mantiene sin discusión su hegemonía como moneda de reserva global, salvo en el emergente segmento de la emisión de bonos verdes, donde las emisiones denominadas en euro lideran el mercado.
El anuncio de la llegada del euro a finales de los 90, sin embargo, generó en Baleares un auténtico terremoto político, institucional, bancario y entre los propios consumidores por las incógnitas e incertidumbres que generaba la nueva moneda única europea y la desaparición de la popular peseta. Govern y entidades financieras se vieron obligadas a repartir miles de euroconvertidores para concienciar a la población de lo que se avecinaba.
Desde enero de 1999, el principal regalo institucional, con todo tipo de anagramas, fue el eurokit para convertir las pesetas a euros y viceversa. En los dos años siguientes previos a la entrada en vigor del euro, los estudios y análisis sobre su impacto en la economía balear y en su principal industria, el turismo, se convirtieron en algo recurrente. A esto hay que sumar el esfuerzo del Estado por acelerar el cambio y normalizar en el tejido productivo y entre los consumidores el uso del euro.
Baleares dejó de ser un destino barato con la entrada en circulación de la nueva divisa de la UE, perdiendo competitividad como destino vacacional frente a Turquía, Egipto, Túnez o Marruecos. Ya no se podía echar mano de las devaluaciones de la peseta y la realidad se impuso con toda su crudeza. De las cien pesetas se pasó de la noche a la mañana a un euro, es decir 166,6 pesetas. Este incremento porcentual se extendió como una mancha de aceite a comercios, restaurantes, hoteles y resto del tejido productivo balear. Fueron unos comienzos duros y con pérdida de poder adquisitivo para los ciudadanos, que vieron como sus nóminas pasaban de pesetas a euros con una merma considerable, mientras los precios registraban un proceso inflacionista imparable.
Los análisis de economías, instituciones, bancos y expertos concluyeron en 2001 que el euro tenía que propiciar un cambio sustancial del modelo turístico que sustentaba la economía de las Islas. El doctor Javier Rey-Maquieira, uno de los autores del estudio que analizó las repercusiones del euro en la economía de Baleares, aseguraba en dicho año que el principal sector está «acostumbrado a competir con precios bajos, algo que deberá cambiar con la unión monetaria. El euro debería acelerar el proceso de cualificación de la industria turística para que el producto deje de depender tanto de los costes».
En este suma y sigue, quizás un tanto visionario a lo que sucede en esos momentos, explicaba que «la problemática del euro se está planteando, básicamente, como un asunto logístico y puntual, aunque de gran envergadura, que será superado en unos meses; en nuestro estudio, sin embargo, hemos querido analizar las consecuencias del cambio que se va a producir en las reglas del juego».
Han pasado 20 años, el euro está consolidado y los problemas subyacentes en 2002, visto lo visto, siguen todavía latentes en la actual coyuntura marcada por la pandemia de la COVID-19. La pérdida de poder adquisitivo se sigue produciendo, Balears ha dejado el ranking de las regiones europeas más ricas y el modelo turístico se sigue poniendo en tela de juicio, más aún cuando el virus ha dejado claro que la dependencia de un único sector es negativo. La respuesta o el reto es saber acertar con el camino adecuado para seguir siendo competitivos.
El apunte
‘Desaparecen’ los billetes de 500 euros, conocidos popularmente como ‘binladen’
En mayo de 2016 el Banco Central Europeo (BCE) decidió dejar de producir billetes de 500 euros, y el Banco de España, siguiendo esta directriz, no emite estos billetes desde 2019, aunque siguen siendo de curso legal en todo tipo de operaciones comerciales o de compraventa. El número de billetes de 500 euros en circulación ha registrado durante el mes de mayo su cifra más baja desde febrero de 2002, según datos del Banco de España. En total había 16,9 millones de billetes, lo que equivale a un importe de 8.450 millones de euros. El billete de 500 euros era popularmente conocido como el ‘binladen’, por lo difícil que eran de encontrar. El Banco Central Europeo sospechaba que durante años se utilizaron para llevar a acabo actividades ilícitas, dinero negro y evasión fiscal. En 2007, en pleno estallido de la burbuja, estimó que uno de cada cuatro billetes morados estaba en España. Estos billetes mantendrán su valor indefinidamente y podrán cambiarse en los bancos.