No solo cuernos sueltos bronceados o los famosos toros de Costitx, que compró el ministro Cánovas del Castillo para el Museo Arqueológico Nacional, viajaron en cajas, en ferrocarril, de Barcelona a Madrid procedentes de Mallorca (1895), también acabaron allí, entre los años 1776 y 1788, grandes cajones llenos de aves y peces disecados, conchas y corales. Los envió el naturalista palmesano, buscador de tesoros y pintor Cristóbal Vilella Amengual (1742-1803), para enriquecer la colección de Historia Natural que, auspiciada por Carlos III, había comenzado con fuerza Pedro Francisco Dávila (1711-1786), primer director del Real Gabinete.
Vilella fue uno de los personajes más rocambolescos, extravagantes y cultos del siglo XVIII español. Tuvo casa en El Terreno y su espíritu inquieto lo llevó por Italia (el manuscrito con sus intrigas está en la Biblioteca Bartolomé March), por Madrid y por la Real Academia de San Fernando y obtuvo una pensión que le daba el príncipe para capturar animales en Mallorca y mandarlos a la Villa y Corte. Vilella hizo varias relaciones de lo que mandó a Madrid, sus manuscritos están por estudiar debidamente y en los mismos hay muchas descripciones de la fauna de Mallorca y de sus parajes. Se llevaba muy mal con el cronista oficial de Mallorca, Buenaventura Serra Ferragut, y también con el naturalista Antonio Recondo, de quien decía que no sabía disecar las aves que también mandaba de Mallorca a Madrid. Se metía mucho con los eruditos de su ramo hasta el punto (lo sabemos por un manuscrito que está en la Biblioteca de Catalunya) que escribía a Madrid sosteniendo que era él quien más sabía de la naturaleza de las Islas, y en parte así era…
En 1776 Vilella manda a Madrid, vía Barcelona, once cajones con corales, peces, conchas, aves, etc., de las playas, marinas y cuevas de la Isla. Esta vez las piezas las envió, indica, «sin limpiar, todo natural como se han encontrado» (entonces no sabia disecar, le enseñaría poco después Dávila). En esa misiva le dice a Dávila que si le enviara más dinero podría conseguir más cosas. Desde Palma escribe a Dávila en 1781 contándole que está buscando pescados y que también anda haciendo «algunas obritas de pintura que me persuado serán del gusto de 'vuesa merced'».
De peces a arqueología
Vilella mandó a Madrid todo tipo de peces, delfines, minerales y restos arqueológicos que iba encontrando o comprando en nuestra Isla: desde placas de bronce hasta bustos romanos, un San José de barro, un óleo con la imagen de San Pedro. Buscó como un poseso piedras preciosas en nuestra Isla pero no halló «ni oro, ni matrices, ni pepitas». Hasta arrancó estalactitas de cueva de la ermita de Artà y de las cuevas de Cabrera, y arrampló con todo bicho viviente; bien es verdad que entonces no existía ni la ecología ni la defensa pública del patrimonio tal y como lo entendemos hoy. Gracias a Vilella el pez más antiguo de España es mallorquín y todavía se pueden ver su raspa en el Museo Nacional de Ciencias Naturales.