La Navidad se adelantó en el piso de acogida. Es un lugar donde uno siente el calor cuando se sale de las celdas oscuras del Centro Penitenciario de Mallorca. Laura Martínez tiene 55 años y le quedan seis meses para cumplir su pena. Su ingreso se debe a un delito de robo por el que le condenaron a tres años y cuatro meses.
Este es el primer permiso que le dan, a pesar de que ya disponía de esta opción desde el 2020. Llegó al piso de acogida por Navidad y allí conoció a quienes serían sus compañeros durante cuatro días –tiempo máximo que duran las salidas tuteladas. «Me siento como en casa», dice mientras se dispone a colaborar en todas las faenas domésticas o transitar por los pasillos sin problema.
Pastoral Penitenciaria, asociación de la Iglesia católica que trabaja en la reinserción de este colectivo, tutela los permisos de salida de los reclusos que cumplan la última fase de su condena y les acoge, durante cuatro días a la semana, en su residencia, ubicada en Son Sardina.
La casa tiene en total diez camas disponibles y también da cobijo temporal a personas en libertad que están en situación de vulnerabilidad y necesitan un proceso de reinserción. Nació hace 20 años con el objetivo de atender a quienes están privados de su libertad. Cada año, la Pastoral atiende a 250 reclusos y desde sus inicios tienen registrados a más de 2.000 personas.
Los usuarios respetan a diario las tareas que hay apuntadas en la nevera, como dar de comer a las gallinas que corretean en el trozo de terreno del centro.
La condena
En un mes, la vida de Laura dio una vuelco. Una mala decisión le llevó a cumplir, por primera vez, condena. Le acusaron de robar una caja de joyas en la vivienda donde cuidaba a una persona mayor. Al ingresar en quien primero pensó fue en su hijo:«Sentía que le dejaba fuera, de lado, porque también es un chico problemático».
El joven, de 23 años, también cumplió 10 meses de prisión por un delito. Eso a ella la tranquilizó, a pesar de todo. «El mismo día que fui a la cárcel, él también ingresó. Me sentí un poco más tranquila porque sentía que, al menos, aquí estaría protegido.Nos veíamos en los vis a vis».
Los seis primeros meses permaneció en el módulo de mujeres. Luego, la desplazaron al de Enfermería para colaborar en las labores pertinentes como interna de apoyo. También pisó durante nueve meses el módulo de respeto, hasta que regresó de nuevo al de Enfermería. Laura pasa ahora sus últimos meses en el módulo número seis.
Esta presa asegura que tiene un buen comportamiento. «Desde el principio, he llevado bien esta situación a nivel psíquico. Creo que esto es fundamental. Me apunto a todos los talleres, me ofrezco a lo que surge y no me meto con nadie. También hago deporte un día a la semana», cuenta. En el módulo de mujeres ha contado hasta 63 reclusas que cumplen condenas por abuso de menores, homicidios en algunos casos, robo o tráfico de drogas. Cuando salga de la cárcel, le gustaría coger las maletas y mudarse a Madrid. Allí cumple condena su novio. Se buscará la vida mientras resiste con su pequeña pensión hasta encontrar una vivienda y un trabajo.
Esteve Serna, director de Pastoral Penitenciaria de Mallorca, detalla que el perfil de las personas que acuden al casal es muy heterogéneo, pero en una primera radiografía destaca hombres de mediana edad con un historial de consumo de drogas y delitos pequeños. La presencia de mujeres reclusas o exreclusas es mínima.
A la pregunta del millón, que si es posible la reinserción de los presos, Esteve dice rotundo que sí. «Lo que necesitan son recursos, tiempo y medios. La prisión es una institución muy compleja y una respuesta deficitaria. Considero que hay pocas herramientas para hacer todo el trabajo que necesitan», manifiesta.
La reinserción
Carlos Fernández cuenta las veces que ha estado en prisión con algunas lagunas. La primera vez fue en 1989 para cumplir cuatro años. Luego sucederían más delitos de robo debido a su adicción a la droga que le enviarían de vuelta al talego. Hace ocho meses que es libre. Vive en el piso de acogida y está intentando reconducir su vida.
Trabaja de albañil, le gusta montar en bicicleta y habla cada día con su hija por teléfono, que nació y vive en la India.
Carlos se pasó 21 años de su vida en este país. Abrió un pequeño restaurante y «me tiré ocho años sin tocar la heroína». También dice que aprendió muchos idiomas. Sin dar detalles, asegura que en un momento dado «tuve que volver a España obligado porque la policía me buscaba. Cuando llegué, empecé a robar y llegué a sumar nueve años de prisión».
Ahora, el día a día de Carlos es una lucha por no recaer en las adicciones. «Tuve hace poco una pequeña recaída, pero eso me ha hecho más fuerte que nunca. El trabajo me ayuda a distraerme y también montar en bici», confiesa. Tiene la suerte de afrontar las adversidades con una sonrisa. Él se define como una persona muy positiva.
La vida fuera la observa con miedo, «es más heavy que la cárcel», asegura.
«En la calle tienes que afrontar otras cosas que dentro, quizá, no». Carlos conoce la evolución del Centro Penitenciario de Mallorca. Dice que antiguamente era algo peor, pero ahora es otra cosa, más relajado. «La condena más larga que he visto ha sido la de un preso que cumplía 138 años».
Navidad
Las fiestas llegan a Carlos en un buen momento, pese al nulo contacto que mantiene con su familia. Se muestra motivado por encontrar un estudio y continuar con el trabajo. Y para el año que viene espera reencontrarse con su hija. «Yo creo que la vida me irá bien», expresa sonriente.
La cena de Navidad se adelanta para él, para Laura y para los otros presos con permiso que se hospedaron hasta el jueves en esta casa. Es un momento de reflexión, de compartir felicidades y mirar hacia el futuro.
Marta Expósito se incorporó como trabajadora social. El martes conoció a los chicos y a Laura.
Esteve Serna cree que más que una profesión, lo suyo es vocación. Excura, lleva 22 años en la asociación y ayudando a la integración social de estas personas. «Es duro pero extremadamente satisfactorio ver cómo pueden remontar su vida».