Los actos para celebrar la fiesta de la Constitución y todos las que se han organizando en los últimos dos años ya no son festivos porque un señor de un remoto pueblo llamado Wuhan se comió un pangolín al que había mordido un murciélago. Es el efecto mariposa en versión aleteo de murciélago, que sigue manteniendo en vilo a la humanidad dos años después. Así que la fiesta de la Constitución se celebró con total austeridad, con el rumor de fondo de los gritos de antivacunas varios, miembros de la 'Resistencia', que increparon a los políticos a la salida y sin canapés ni copas de cava. Esto último, la ausencia de canapés, resultó una buena decisión para evitar problemas, como un brote entre las principales autoridades de las Islas y unos titulares que hubiera traspasado fronteras.
No se pidió certificado COVID para acceder, pero no es descartable que muchos de los presentes lo llevaran encima por si el Govern volvía a cambiar de opinión y decidía que era obligatorio. Es emocionante vivir en las Islas: con tanto cambio, nunca está uno muy seguro de en qué momento y en qué circunstancias te van a pedir el certificado para entrar en un local.
Con alguna excepción, incluida la ausencia de copa y de canapé, el acto celebrado en la Almudaina fue más de lo mismo. Aina Calvo volvió a pasar del catalán al castellano a mitad de discurso, Francina Armengol volvió a reclamar –con la boca más pequeña que otros años– una reforma constitucional que probablemente no verá de presidenta ni ella ni quien la sustituya en el Consolat de aquí a no se sabe cuántos años. Los representantes de Més volvieron a ausentarse porque que no va con ellos y los representantes del PP volvieron a hacerse los escandalizados y cargaron contra Armengol por lo que hacen sus socios. Podría haber sido la Constitución de la marmota si no fuera porque se produjo un hecho novedoso: que Calvo y Armengol coincidieran en mencionar a Almudena Grandes, pero sobre todo en su discurso. Eso sí que es noticia.