Caminaba por Jaume III cuando me di de bruces con una de esas estampas que, por su naturaleza singular, te obligan a detener el paso. Justo en la esquina de una reconocida boutique de moda nupcial, dos jóvenes ejecutaban su particular versión de El lago de los cisnes, arropados por la acompasada y centenaria partitura de Chaikovski. Quedé abducido por tan bella imagen. Reparé en sus movimientos coordinados, así como en su elasticidad y fortaleza, y me pregunté cuánta práctica hace falta para alcanzar semejante precisión de ejecución. Sabemos que la vía pública es un lienzo en blanco para los futuros artistas, pero lo de estos chicos va un paso más allá, realmente es un espectáculo cautivador.
Ainoa Molina y Raúl Yaguana forman un delicioso tándem. Ella cultiva su pasión por el ballet clásico desde hace más de diez años; él es un avezado bailarín de break dance, hip hop y otros estilos nacidos en la astuta escuela de la calle. Aunque para curtirse en ellos, antes se machacó en una academia, la misma en la que ahora brinda sus consejos a otros jóvenes cachorros de la danza urbana. «Hacemos un dueto, pero también bailamos en solitario», desliza Ainoa con un candor que estremece. Su timidez y juventud no le impiden destacar en la danza, una disciplina que le aporta «mucha paz», tanto que cuando baila «me olvido de todo», confiesa.
«Nuestro espectáculo congenia la danza urbana con el ballet y se basa en la plasticidad del movimiento, pero también hacemos acrobacias. Lo importante es que se vea bien a los ojos del receptor», subraya Raúl, consciente de la complejidad que entraña fusionar dos estilos antagónicos que, en su opinión, «se complementan muy bien». Tanto es así, que invita a comprobarlo «cualquier sábado en el Passeig Mallorca, entre las 16.30 y las 19.30 horas».
Vestuario
El vestuario ocupa un rol fundamental. Ambos utilizan ropa adherida al cuerpo, para que sus movimientos desprendan una mayor plasticidad. Ainoa alterna vestidos –como el que luce en las imágenes– con mallas y tutú. En cuanto al calzado, utiliza zapatillas de punta o mediapunta, piezas diseñadas para sostener el peso del cuerpo con la punta de los pies. «Llevamos ropa bonita, cómoda y llamativa», remata Raúl, que reconoce que bailar le sumerge en un profundo estado de «paz y felicidad». Cuentan que la gente se para a contemplar su espectáculo, algunos aplauden, otros interactúan e incluso hay quien «se pone a bailar con nosotros», añade Ainoa. Y es que su propuesta gusta a todo tipo de público, «aunque el baile clásico ya no está de moda, sigue cautivando a la gente», opina esta joven que sueña con debutar en el Teatro Mariinski de Moscú. En su mapa de futuro, Raúl espera colocar una pica en la casilla de «hacer de mi hobby mi profesión». Ganarse la vida con el show business y «salir en televisión» harían que el duro aprendizaje, en plena calle y «pasando frío», haya valido la pena.