Daniel Innerarity (Bilbao, 1959), catedrático de filosofía política y social y escritor, interviene mañana en el Cercle d'Economia para abordar el futuro de la democracia y cómo afectará a nuestras sociedades la proliferación de herramientas como la inteligencia artificial. La conferencia, ‘Inteligencia artificial y democracia' será este miércoles a las 19.30 horas en el Hotel GPRO Valparaíso.
¿Es un riesgo que una inteligencia artificial decida?
— El hecho cierto es que cada vez hay más cosas que se deciden con sistemas automáticos. De entrada no es una mala noticia sino un avance tecnológico que nos va a permitir gestionar mejor un mundo que es más complejo. Ante esta nueva realidad hay quien ha levantado unas expectativas exageradas sobre el fin de la política partidista e ideologizada y hay quien lo ve como algo terrible, que vamos a enterrar la democracia. Frente a estos miedos y expectativas voy a explicar para qué es útil y para qué no sirve.
¿Para qué serían una ayuda y para qué un peligro?
— Es útil para algunas partes del proceso político, para aquellas que tienen que ver con la identificación de preferencias de la gente o la medición de resultados. Pero hay partes que son apuestas ideológicas o preferencias básicas de la sociedad.
¿Los algoritmos son conservadores o progresistas?
— Son conservadores ya que hacen previsiones acerca del futuro suponiendo que nuestro comportamiento va a estar en continuidad con el pasado. Para buena parte de nuestra vida es cierto, pero hay algo que se les escapa: los cambios que no se pueden deducir.
¿Y el riesgo de que grandes compañías acaparen datos?
— Los datos, que tienen apariencia de neutralidad expresan mucha desigualdad. De entrada, los datos los ha generado un mundo en la que hay una profunda desigualdad. Los actores privados pueden tener más datos que los públicos, a diferencia de lo que ocurre cuando surge el estado nacional. Tampoco es igual la interpretación de datos y la capacidad su almacenamiento. Es otra desigualdad que debería preocuparnos y los gobiernos tienen la responsabilidad de corregir.
¿Se ha instalado la crispación en la sociedad gracias a las redes?
— Las redes son una parte de la comunicación de la sociedad, pero no son toda. Sigue habiendo medios de formato tradicional que conviven con redes más rápidas y horizontales y existe la comunicación física. Lo que hemos visto es una multiplicación de los canales. Enriquece los modos de comunicación, pero no nos permite decir que haya reemplazado completamente otras formas de comunicación. También echamos de menos en ese mundo tan horizontal informaciones de calidad, garantizadas y con criterio, que filtren y ordenen el mundo. Lo que deberíamos conseguir es que se produjera una mezcla en una medida oportuna entre el caos cacofónico de las redes que sirve muy bien para canalizar la visión de las personas y el criterio que producían los medios tradicionales hasta ahora. Buscamos esa síntesis.
Hace un año publicó Pandemocracia en torno a la pandemia, ¿Cómo ha evolucionado desde entonces?
— El principal problema que tenemos en relación con la pandemia es que o se arregla para todos o no se arregla para nadie. Al principio lo veíamos muy claro: para salir todos se nos exigía una globalización de las vacunas y acometer con éxito la transformación de la estructuras en el origen de esa crisis. Si esta crisis y otras recientes, como el cambio climático tienen como origen unos modos de vida y unas maneras de producir, mientras no se arregle no tiene sentido hablar de una vuelta a la normalidad. Hay espacios amplísimo del mundo que representan un peligro porque el virus se mueve con una gran libertad y al mismo tiempo está por ver que seamos capaces de ese cambio. Ahí Europa ha acertado al apostar por la transformación digital.
También hay quien ha visto como ejemplo las respuestas de regímenes autoritarios.
— Ante las crisis, las democracias tienen una mayor lentitud de reacción y exigen debates abiertos que toman un cierto tiempo. Pero esto tiene alguna ventaja: la democracia no es un sólo un régimen de valores sino un sistema político muy inteligente. En un espacio en el que se permite la libertad de expresión, de asociación y de influencia es más fácil que circule libremente la información que se necesite para tomar las decisiones más acertadas. Mi tesis es que son más inteligentes que los regímenes autoritarios, no solo son mejores desde el punto de vista ético y político. Eso sí, tienen que corregir esa cortedad de vista que impide acciones estratégicas, pero eso lo podríamos corregir sin sacrificar las elecciones libres estableciendo instituciones protegidas de ese vaivén electoral. Por ejemplo, mancando objetivos de desarrollo sostenible, con instituciones no mayoritarias que marquen líneas de tendencia mantenidas en el tiempo.
¿Los algoritmos entonces entran ahí?
— Todas las políticas del largo plazo tienen que ser capaces de medir, de anticiparse a futuros cada vez más impredecibles. En ese contexto las tecnologías pueden ser muy útiles siempre que estén en un entorno compatible con la democracia.