Afganistán huele a kebab. Al periodista Antonio Pampliega (Madrid, 1982) le llegaba ese aroma cada vez que pasaba por la calle Shahr-e-Nau, en Kabul. Desde 2010, ha viajado allí hasta ocho veces como corresponsal. Sin embargo, su periplo por zonas de conflicto comenzaría en 2008, cubriendo guerras como la de Irak, Siria, Ucrania, Somalia, Sudán del Sur y, por supuesto, Afganistán. Este último país ha inspirado gran parte de sus publicaciones. El oficio también le llevó a pasar, en 2015, diez meses secuestrado por Al Qaeda en Siria. Este miércoles, invitado por el CESAG, llegó a Palma para presentar su primera novela, Flores para Ariana (Crossbooks), que comenzó durante su cautiverio. Es la historia una niña de 14 años que habla por todas las mujeres bajo el régimen talibán de entre 1996 y 2001.
¿Qué diferencia hay entre las niñas de los noventa y las de este nuevo régimen?
— La diferencia principal es que, posiblemente, no haya. Esos talibanes de 1996 a los que han llegado 25 años después al poder son los mismos. En cuanto a derechos fundamentales, básicamente son parecidos. Quizá en estos primeros meses en el poder no se hayan quitado la careta. Probablemente veremos aún mujeres que salen a la calle, pero ya hay niñas que no pueden ir a la escuela, o que les está prohibido el deporte. O que el precio del burka ha subido un 30 %. Una de las cosas que hizo este nuevo régimen es eliminar el Ministerio de la Mujer y convertirlo en el de la Prevención del Vicio. A día de hoy, no verás ejecuciones públicas de mujeres, o lapidaciones, pero en seis meses, cuando no haya prensa internacional, veremos.
Hay afganas que se quitan la vida por el matrimonio forzado. ¿Por qué Ariana no pierde las ganas de vivir en la novela?
— Ariana no es que no pierda las ganas, sino que tiene motivos para vivir que la anclan a su padre. Él es opositor al régimen. Ariana también conoce a Salem, por quien luego se dará cuenta que siente algo más que amistad, en un país donde el amor no existe y está prohibido. También tendrá motivos para marcharse, que es su hermana mayor, de huir de un matrimonio forzado por su tío talibán.
Los primeros apuntes los escribe de cautivo en Siria. ¿Qué sintió al abrir esas cartas en España?
— Tardaron casi nueve meses en darme las notas porque me quitaron toda esa documentación. Luego insistí a los diplomáticos para que me retornaran las cartas y no lo hicieron hasta 2017. Lo primero que recuerdo al abrirlas es que me puse a llorar. Todavía las mantengo. El día en que me liberaron fui más listo que ellos para que no me las quitaran del vaquero.
¿Cuesta volver a un país donde le han secuestrado?
— Jamás he vuelto a Siria, no porque no quisiera, sino porque se lo prometí a mi hermana. Y ahora que soy padre, lo descarto. Yo ya estoy de salida, voy a cumplir 40 años y no me compensa cubrir guerras por lo que pagan en este país.
Pero ha vuelto a Afganistán e Irak.
— A Irak fui cinco meses después de lo de Al Qaeda y ahí me di cuenta que necesitaba ayuda psicológica. A Afganistán, en 2017, y también sentí miedo, miedo a que volviera a pasar. Tuve que ir a un psicólogo para que me diera las herramientas para viajar.
¿Compensa cubrir guerras?
— Sí, y no por las muertes que ves sino por intentar ayudar a la gente o por lo menos esa era la idea que tenía cuando hacía crónicas o vídeos. De todos mis años como corresponsal, lo mejor que he hecho en mi vida ha sido este 15 de agosto de 2021 con un teléfono, ayudando a salir de Afganistán a 70 personas. Si yo no hubiera ido nunca a ese país, no hubiera podido sacarlos. Tampoco hubiese nacido Flores para Ariana. Los periodistas de guerra somos los ojos de los que no pueden ver y la voz de los que no hablan.