Huele mal, muy mal, el intrigante asunto del grupo de marroquíes que saltaron de un avión procedente de Marruecos y con destino a Turquía en escala de emergencia diseminándose por la pista de aterrizaje de Son Sant Joan y dejaron en ridículo a las autoridades del aeropuerto, que reaccionaron lógicamente a destiempo.
Tras el desaguisado el reactor se volvió a Marruecos. Los que se escaparon del aparato no llevaban equipaje. Es todo sospechoso, muy sospechoso. Esta acción sorpresa perfectamente orquestada se produce en plena coyuntura de tensión entre Marruecos y Argelia por la hegemonía sobre el Sahara, antigua colonia española. También acontece cuando los argelinos han cortado el suministro en la conducción de gas natural que atravesaba Marruecos con destino a España. Madrid intenta jugar a dos barajas entre Rabat y Argel porque tiene intereses en ambas naciones enfrentadas y huye de convertirse en interlocutor válido sobre el futuro del Sahara Occidental porque eso le reportaría la inquina de Rabat.
Mientras, y con las arcas vacías, Moncloa se dispone a comprar 50 super caza bombarderos norteamericanos a 79 millones de dólares la pieza (hagan números) y un buen puñado de helicópteros último modelo. ¿Para qué tanto material bélico?
El aterrizaje de emergencia en Son Sant Joan por un supuesto enfermo a bordo contiene indicios de ser un encaje de bolillos de servicios secretos para advertir a Madrid que deje de jugar a dos barajas en el Sahara o puede llevarse serios disgustos. El desaguisado de Palma suena a advertencia. Los baleares estamos muy cerca de una hipotética zona de conflicto. Y en este contexto, ya veremos en qué queda la acción de la Fiscalía de Palma cuando califica de sedición este asunto, negando así la expulsión de los marroquíes capturados.
Ante las tensiones geopolíticas, manda el pragmatismo. Seguro que Pedro Sánchez ha entendido este aviso.