Pau de Vílchez Moragues (Palma, 1977)es desde 2011 profesor asociado de Derecho Internacional Público en la Universitat de les Illes Balears (UIB). El pasado mes de marzo fue galardonado con el premio Josep Miquel Prats Canut a la mejor tesis doctoral en Derecho Ambiental 2020.
También es subdirector del Laboratorio Interdisciplinario sobre Cambio Climático de la UIB (LINCC), así como presidente del Comité de Expertos para la Transición Energética y el Cambio Climático de Baleares.
Atiende a este rotativo desde Glasgow (Escocia), donde participa en la 26 edición de la Cumbre del Clima que se prolongará hasta el 12 de noviembre.
¿Con qué compromisos habrá que volver de Glasgow para que la cita pueda tildarse de éxito?
—Esta cumbre debería servir para tres cosas. Aumentar los compromisos de reducción de emisiones de los países y limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados. Aumentar el nivel de ayuda a países empobrecidos, ya que son los que más padecen la crisis climática y quienes menos han contribuido a ella. Y, finalmente, cerrarse un reglamento de aplicación del Acuerdo de París.
Primera cumbre tras la COVID–19. ¿Cómo pude haber influido sobre el cambio climático?
—La pandemia nos ha demostrado que el ser humano no puede vivir si un medio ambiente sano. En este sentido, deberíamos ser más conscientes de la necesidad de cuidar el único planeta en el que podemos vivir. Si bien es cierto que los primeros meses de la crisis de la COVID–19 significaron un descenso importante de las emisiones, alrededor de un siete por ciento, desde entonces han aumentado muchísimo y 2021 será un año récord.
En un territorio, Baleares, cuya economía depende del turismo, ¿cómo puede influir el cambio climático en su sostenibilidad futura?
—Es indispensable dejar de depender del turismo. El cambio climático está provocando el aumento del nivel del mar y hará desaparecer buena parte de la superficie de muchas playas. ¿Dónde irán los turistas? Aparte, hará demasiado calor para que se sientan a gusto aquí y querrán quedarse en sus países, donde la temperatura también habrá aumentado.
¿Está la ciudadanía suficientemente concienciada para afrontar los sacrificios y cambios de estilo de vida que comporta la lucha contra el cambio climático?
—Creo que la mayoría de personas somos conscientes de que tenemos un gran problema y que lo debemos afrontar de forma seria. Debe verse como una oportunidad para diversificar nuestra economía, crear puestos de trabajo dentro de las renovables, dar trabajo al sector de la construcción a través de la rehabilitación energética, tener unas carreteras más seguras y reducir los accidentes, fortalecer nuestro sector agrícola y tener mejor comida, tener mayor soberanía alimentaria, etc.
¿Qué puedo hacer yo desde mi entorno más inmediato para poner freno al calentamiento global? Ya le advierto que el sueldo no me da para un coche eléctrico...
—Se puede empezar por cosas sencillas: cambiar de compañía eléctrica y pasarse a una compañía renovable y si es una cooperativa sin ánimo de lucro, mejor. También podemos cambiar de banco y en lugar de tener nuestro dinero en una entidad típica, que invierte en petróleo y/o armas, pasarnos a una banca ética que garantice que nuestros ahorros sólo sirven para la economía productiva real y responsable ambientalmente.
¿Y qué más?
—Coger menos el coche. No se trata tanto de comprarse un coche eléctrico, como de cambiar la manera de movernos. Hemos de caminar más o ir en bicicleta o patinete, o en bus y tren. Dejar el coche para cuando no tenemos otro opción. Es mejor para nuestra salud, para nuestro bolsillo y para la lucha contra el cambio climático.
El 40 por ciento de las emisiones a la atmósfera en Baleares proviene de la energía eléctrica. El encarecimiento de la luz, ¿es una oportunidad para cambiar en ese cambio de hábitos?
—La energía más barata hoy en día para generar energía es la solar. Y la segunda, el viento. La mejor manera de abaratar el coste de la electricidad es transitar rápidamente a las renovables. A día de hoy, hay muchas ayudas para ciudadanos, empresas y ayuntamientos para que pongan placas sobre sus tejados. Es una oportunidad que hay que aprovechar y que nos ayudará a cuidar también de nuestro bolsillo.
¿Qué puede aportarse a estas alturas desde universidades como la UIB? Se lo pregunto porque parece que, más allá del esfuerzo científico, la clave de todo es el compromiso individual.
—La clave es el compromiso a todos los niveles. De las personas, de los gobiernos, de las empresas y, también, de las universidades. En este sentido, hay que saludar que la UIB se haya comprometido a alcanzar las emisiones limpias igual a cero de aquí a 2030. Además, la universidad, a través de LINCC, hace un trabajo extraordinario de formación y de transferencia del conocimiento sobre este tema.
¿Cómo sospecha que será Mallorca en el 2050?¿Queda margen para que para entonces todavía exista es Trenc?
—La Mallorca de 2050 dependerá de las decisiones que se adopten hoy. Si somos valientes y responsables, será una isla muy bien cuidada, con una ciudadanía que tendrá mayor bienestar y más salud. Una Mallorca con menos fracaso escolar y con comunidades más sólidas. Si no hacemos lo necesario viviremos mucho peor. No habremos aprovechado la oportunidad de los fondos europeos para transformar nuestra economía, seremos muy dependientes del exterior y seremos más pobres. Aparte de mucho más vulnerables a las consecuencias del calentamiento global.