La activista defensora de los derechos humanos y abogada Razia Sultana lleva años mostrando al mundo las atrocidades que vive su comunidad, los rohinyás. Se trata de un grupo étnico musulmán muy minoritario de Birmania (Myanmar) y desde hace muchos años son masacrados por parte de las autoridades birmanas, quienes se niegan a reconocer su ciudadanía. Este miércoles, Razia Sultana llegó a Mallorca para presentar el documental en el que ha participado, Viure sense país. L'exili rohingya, dirigida por Alberto Martos y producida por Pablo Alcántara y su equipo, de la productora ibicenca Pauxa.
¿Qué realidad refleja este documental?
— Refleja la tragedia de este pueblo desde el conflicto actual hasta su llegada al campo de concentración tras emprender su huida. Muestra su territorio de origen, Arakan, donde han vivido todos estos años, hasta sufrir acoso y todo tipo de ataques por parte de los militares de Birmania a lo largo de varias décadas. Los últimos grandes conflictos se llevaron a cabo en 2012, 2016 y 2017. Este último provocó el mayor flujo migratorio conocido en toda la historia y el genocidio forzó la huida de más de 700.000 personas. El documental lo grabamos entre 2018 y 2019 y visitamos el mayor campo de refugiados de Bangladesh, donde se encuentra la mayor parte de los rohinyás que han huido de sus casas.
¿Por qué ningún país del mundo ha reaccionado a este genocidio que lleva produciéndose desde hace años?
— La Comisión Interna ha atascado las posibles soluciones y nunca ha pasado a un nivel práctico. Todo lo que hace es poner el asunto sobre la mesa pero, en el fondo, no hay ninguna opción significativa para nuestra comunidad, los rohinyás. Lo único que interesa es conseguir financiación y hacer dinero, pero sin dar ninguna solución para mi pueblo.
¿En qué situación se encuentra ahora mismo su territorio?
— Nuestra sociedad se encuentra muy preocupada y aterrada ante la actuación de los militares del Gobierno, que violan los derechos humanos. De hecho, nos tratan como si estuvieran cazando animales en el bosque y, a pesar de que el Consejo de Seguridad de la ONU denuncia estos crímenes, no hay preocupación internacional por nuestra situación. Los rohinyás intentan salir del país y desplazarse a otros territorios que no sean Bangladesh, porque allí también se vive este miedo. Mucha gente, por marchar como pueden a otros lugares, ha muerto en el mar.
¿Ha reaccionado la ONU ante las atrocidades que, sobre todo, sufren las mujeres
y las niñas?
— Existe mucho miedo no solo hacia los militares, sino también hacia la policía, tanto en los campos de Bangladesh como en Myanmar. No se reportan las violaciones y muertes. Un gran número de mujeres ha sido víctimas de estas mismas autoridades. Pero considero que esto es un tema de mentalidad, no de números. ¿Hay que esperar a que haya millones de personas muertas para decir que esto es un genocidio? En los campos, ellas están sometidas a violaciones. Yo, incluso, como activista, viviendo en Bangladesh, también tengo miedo. A veces no puedo alzar la voz y comunicar lo que está sucediendo. Los rohinyás, en este territorio, son una población no reconocida y muy vulnerable.
¿No se arriesga cuando sale de su país?
— Un día, mi padre me dijo que si quería dedicarme al activismo, debería enfrentarme a complicaciones. Hay gente buena que me apoya y recibo protección. También sé que debo seguir ciertas normas, pero las fuerzas de seguridad normalmente me dan permiso para salir. Otras veces, recurro a las vías de ONG cuando hay problemas.
¿Mantienen la esperanza de que estas masacres acaben y se les reconozca como pueblo?
— Sí, siempre tenemos esperanza de que esto acabará y que mi pueblo podrá volver a su casa.