En medio del pasillo de la Funeraria de Palma aparece una familia numerosa que camina como en una procesión. Los más jóvenes del grupo sostienen a los más débiles, que se colocan en medio con las gafas de sol puestas. Sus rostros son pálidos y las expresiones afligidas. Salían de una ceremonia por la muerte de un allegado.
Mientras eso ocurre, los oficinistas atienden llamadas y avisan a los técnicos de que hay un suceso. Y mientras eso también ocurre, desde la trastienda sale el otro sector de la empresa, el que estará a punto de salir a recoger un cadáver de cualquier lugar de Mallorca.
Hoy el reportaje sitúa en el punto de mira a los profesionales que trabajan en silencio, los que están ahí pero nadie ve ni nadie habla de ellos. Son los oficios que tocan la muerte varias veces, las 24 horas y durante los 365 días del año.
Mañana es el Día de Todos los Santos y esta fiesta tradicional no deja de ser una jornada como otra para un médico forense, un tanatopractor, un sepulturero o una tanatoestética.
En el cementerio
Las manzanas del camposanto están empezando a recibir visitas. Los sepultureros Luis Cascales y Arnau Barceló, de 50 y 61 años, arrancan el motor del coche fúnebre porque van a enterrar al primer cadáver de la jornada. Son casi las 09.00 horas.
Un grupo de personas salen de varios vehículos estacionados para acompañar al fallecido hasta la sepultura. El técnico desciende varios metros y con la ayuda de otro compañero baja y coloca el ataúd con delicadeza. Entretanto, la familia y amigos observan con dolor esta última escena. El último adiós.
«Aquí llegué por casualidad, porque eché currículum y salió esto. El primer día mi jefe me dijo ‘¿sabes que vas a hacer de enterrador?' y yo le dije que sí porque cualquier cosa me iba bien». De esto han pasado 25 años para Luis y 26 años para Arnau. Pasaron de instalar antenas de televisión, el primero, hacer recambios para coches, el segundo, a trabajar en el cementerio.
Luis Cascales ha pasado por diferentes departamentos, desde vestir a los fallecidos, como enterrador, a limpiar sepulturas e incluso en el horno crematorio.
–¿A qué huele el crematorio, Luis?
–«Huele a carne quemada, sobre todo cuando se rompe el horno. Pero es peor un cuerpo embalsamado que tienes que sacar 20 años después y está completo». Arnau Barceló está a punto de jubilarse y todavía confiesa que le da respeto cada vez que abre una sepultura. El cementerio, para él, es como una ciudad. Hay 44.500 unidades, de las que 5.000 son solo nichos, según los datos facilitados por la Empresa Funeraria Municipal de Palma (EFM).
«¿Que qué es la muerte para mí? –responde Arnau– La muerte es un paso más. A mí el trabajo me ha quitado el miedo. Me siento tranquilo. Porque sé que aquí acabaremos todos. Esta –señala– es nuestra última vivienda».
A Luis Cascales le da pánico morir. «Me he puesto a llorar pensando en que esto se acaba. ¿Que cómo lidio con el trabajo?Pues no lo sé. Esto es una profesión con la que pago facturas. Si supiera que después de fallecer estaremos con los seres queridos, entonces no le tendría miedo».
Con los difuntos
Sergio Busquets, de 42 años, ve a los difuntos como «personas con necesidades que no pueden valerse por sí mismas». A pesar del hedor, saca belleza de las cuatro paredes de la cámara donde prepara a los fallecidos.
Hace doce años que trabaja en la funeraria. Enseguida descubrió que esta era su pasión y le llena. Dentro de la formación de tanatopraxia –práctica que se desarrolla sobre el cadáver para conservarlo, higienizarlo y reconstruirlo antes de presentarlo a los familiares–, también hay una parte psicológica fundamental para su profesión.
«Hay cosas a las que no te acostumbras, como cuando te llegan niños o gente muy joven.Intentas ser profesional y dejas esa tristeza atrás, pero muchas veces llego a casa y rompo a llorar».
Estos profesionales trabajan en equipo. Teresa Toribio acompaña a Sergio en la preparación del cadáver. Ella es tanatoestética –se encarga del cuidado estético del difunto– desde hace dos años y reconoce que es su vocación.«Lo primero que hacemos es mirar los problemas que tiene. En un caso normal, tardaremos unos 25 minutos pero si se complica podemos estar hasta cinco horas». A Teresa sus amigos le dicen que si tiene miedo, incluso, de forma cariñosa, que «estoy loca». Ella responde que esto es algo que «te tiene que gustar, es vocacional».
Sergio ha preparado a varios familiares. «Me quedaba más tranquilo si los trataba yo». Sus tíos, su abuela y su suegro han pasado por sus manos. Sergio no le teme a la muerte. «Somos conscientes de que es una cosa que en cualquier momento nos llegará».
Hay días en que asume otras funciones cuando no hay cadáveres pero otras veces ha llegado a tener 14 fallecidos en un día. El estómago también se le remueve, pero «siempre intento encontrar un sentido agradable».Le consuela saber que está ayudando a a despedir bien a un ser querido.
Fina Martos es la única mujer que trabaja como sepulturera en el cementerio. Entre sus funciones hace mondas, que quiere decir reducir difuntos del nicho, que quiere decir «coger los huesos y trasladarlos en cajas más pequeñas o llevarlas a incinerar si la familia lo desea».
Fina, en definitiva, manipula huesos. Aparte, es tanatopractora. «Mis amigos se sorprenden, pero tiene que haber gente que se dedique a esto. En mi caso, por ejemplo, yo no hablo de mi oficio con mi familia porque tampoco quieren saber qué hago. Lo más duro de mi trabajo es ver el drama a los parientes».
«Decido esta profesión porque ella me elige a mí». El médico forense y especialista en medicina legal, el doctor Javier Alarcón, lleva casi 30 años en la profesión. Articula la vida a través de un trabajo dedicado al muerto.
«Cuando levanto un cadáver no solo me enfrento a eso, sino a la necesidad de resolver preguntas técnicas, a una situación frente a unos padres y vecinos. Ha habido sucesos en mi vida que me han sorprendido». Un forense actúa en cuanto un juzgado da parte. Intervienen y resuelven el asunto. Al finalizar el trabajo, suturan el cuerpo, lo arreglan y se da el traslado a la funeraria. «Mi trabajo me acerca a la vida y a los acontecimientos. Mi profesión me aporta mesura, juicio crítico y la necesidad de coger distancia». Porque al hacer una autopsias a un niño, Alarcón evita recordar el abrazo que le dio la madre.
O Busquets intenta no pensar en sus hijos cuando trata un cuerpo joven. Ni Cascares reflexiona sobre la muerte cuando recoge un ataúd para enterrar.