Rocío Vegas nada en el mar a diario. A veces sola, a veces con un grupo de amigas... «Es una recomendación complementaria al tratamiento, el agua con sal va muy bien para la piel, que padece mucho con la quimioterapia», explica.
Es uno de los pequeños gestos que ha cambiado desde que en abril de 2020, en pleno confinamiento, le detectaron un cáncer de mama y muchas cosas dejaron de ser igual.
«Me noté el bulto en febrero y en abril me lo confirmaron, tenían que biopsiarlo, parecía que todo iba bien y al final fue mal. Era un tumor agresivo y tenía que empezar tratamiento lo antes posible», explica. «Lo peor de todo fue pasarlo sola, no poder entrar en ninguna consulta acompañada».
En aquel momento las restricciones eran máximas, también para acudir a los centros sanitarios. «Necesitaba a alguien, sobre todo porque no soy médico y no conozco los términos sobre tipos de tumores y tratamientos... Todas las cosas técnicas que necesitas más de un oído», cuenta.
Con el tiempo, «el lado más humano se tuvo en cuenta y a la mínima nos dejaron entrar, pero alguna sesión de quimioterapia la tuve que hacer sola», recuerda ahora.
Rocío Vegas está casada y es madre de tres jóvenes de entre 12 y 18 años. Si hay una palabra que le ayuda a explicar este proceso es miedo. «Miedo a lo que vendrá, a lo desconocido, a si me voy a curar...», porque la suya es una historia de superación pero no está exenta de dolor. «Es durísimo, lo pasas fatal, lloras, sufres, no comes... Te quitan un pecho y la operación es muy dura», relata.
En la parte buena de superar una enfermedad como ésta está lo arropada que se ha sentido. «La gente se desvive», explica. Además recomienda tener una buena actitud y «coger el toro por los cuernos».
«Yo no soy de quedarme en casa y lo he afrontado lo mejor que he podido». Entre sus recomendaciones está la de pedir ayuda, rodearse de los seres queridos, acudir a la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) e «intentar levantarse».
Advierte de que la ayuda psicológica es muy recomendable y de que no hay mejor terapia que las amigas con las que ahora se da baños de sal en el mar.
Para la familia fue un trago difícil. «Justo hace diez años falleció mi cuñada por un cáncer de útero y a raíz de eso es verdad que los niños se asustaron y ha habido miedo». Por eso, asegura, no hay que descuidar a la familia. «Han necesitado ayuda pero yo creo que nos ha unido, nos ha ayudado a priorizar».
Ha pasado más de un año desde ese mes de abril de 2020 y ahora está terminando el tratamiento. La palabra miedo sigue ahí, generando vértigo, «me tienen que hacer pruebas y el temor es por el último diagnóstico, en el que ven si no queda nada».
Pero el cáncer no termina con un alta médica, hay que seguir afrontando las secuelas físicas y psicológicas, quizás la cara más desconocida de esta enfermedad.
«Me hicieron reconstrucción en su momento y es uno de los momentos más difíciles, cuando te miras al espejo y tu cuerpo ha cambiado tanto... Pero ahora es una parte de mí», relata. Cada paciente tiene que reencontrarse consigo misma, aprender a verse en el después.
«Para mí ha sido duro y doloroso pero hay que verle el lado positivo, hay que luchar mientras estás vivo para seguir adelante, la actitud es importante», le lanza un mensaje a quienes vayan a afrontar ahora algo parecido.
A Rocío le esperan dos operaciones más. Le detectaron el tumor en la sanidad privada y ha terminado el tratamiento en la pública. Es consciente de que por la pandemia mucha gente ha dejado de revisarse, que a veces se han parado los cribados, y reivindica la importancia de llevar un control porque una detección a tiempo es fundamental para prevenir el cáncer.