Nunca se había vivido nada igual. Tal vez solo se aproxima a la histórica manifestación que hoy hace ocho años tomó el centro de Palma en contra del Tractament Integrat de Llengües (TIL) de José Ramón Bauzá y la política educativa del último gobierno del PP en Baleares la que años antes sucedió a los atentados yihadistas del 11 de marzo. Lo de las cien mil personas diciendo ‘no' al TIL no es un número casual ni lanzado al azar. No es una forma de hablar. Ese día los matemáticos de la UIB y de la Sociedad Balear de Matemáticas XEIX pusieron sus análisis al servicio de la sociedad y contabilizaron más de 80.000 manifestantes en la capital balear. En algunos momentos los aparejos se volvieron locos; nadie esperaba tantas personas expresando su disconformidad con la acción de gobierno de quien había arrasado en las urnas.
En otros lugares también hubo miles de manifestantes contra el trilingüismo unilateral impulsado por la Conselleria d'Educació del momento. Ibiza, Mahón y Barcelona sumaron apoyo a los maestros y profesores en pie de guerra que tiñeron de verde sus camisetas para pedir una mejor educación pública, alejada de los recortes económicos y las imposiciones ajenas a los Consells y Claustres escolars.
El trilingüismo apenas echó a andar en las aulas baleares pero el conflicto educativo generado fue memorable, tanto que este miércoles, ocho años después de aquel 29 de septiembre de 2013, todavía resuenan sus ecos de lucha e inconformismo en los centros públicos de las Islas. Para los que no lo recuerden con claridad hay que decir que fueron meses convulsos, y un tiempo de censura a los símbolos propios.
La ley de símbolos, derogada por el Govern progresista que le sucedió en el tiempo, dictaminaba qué podía ser exhibido en las fachadas de los centros educativos baleares y qué no. La senyera se había convertido en motivo de disputa, por su simbolismo asociado al apoyo a la lucha de los docentes rebeldes. En virtud de esa normativa se sancionó a directores, como en el caso del IES Marratxí, uno de los centros más combativos y resilientes frente al posicionamiento unilateral del ejecutivo, poco acostumbrado a entablar negociaciones y practicar el diálogo en el seno de las mesas sectoriales.
Hubo incluso una huelga de hambre. Alguien puso en peligro su integridad física y mental para denunciar el inmovilismo de un Govern que actuaba cargado de razón, puede que cegado por el nada despreciable aval de la más grande mayoría absoluta vista en Baleares en toda la democracia. Actuaba, dijeron, para mejorar la versatilidad y capacitación lingüística de los alumnos, y con ella la competitividad y su nivel educativo. Sin embargo quienes debían dar sentido a esa idea en el día a día y articular todas esas normas en la imperfecta vida real de los centros educativos públicos no siguieron el camino marcado. Conscientemente se salieron de él. Lo doblegaron. Desobedecieron, se rebelaron, y a la postre triunfaron.
Todos esos factores y algunos más desembocaron en un domingo, 29 de septiembre, a las 18.00 horas. Numerosas entidades de la sociedad civil se comprometieron con la manifestación con el fin de mostrar el apoyo a una lucha colectiva que había llamado la atención dentro y fuera de nuestras fronteras. Incluso Àngels Barceló intentó mediar con poco éxito entre docentes de verde y los responsables políticos de aquel momento, haciendo un programa en directo en el prime time radiofónico de la principal emisora española desde un centro concertado de Palma.
Todo aquel magma acumulado entró en erupción un buen domingo de septiembre. La muchedumbre se congregó en los alrededores de plaza de España, aunque todo es relativo: tantos miles de personas ocupaban una extensión destacada; hasta pasado el parc de ses Estacions se acumulaba gente más o menos diseminada, era imposible aparcar a menos de diez o veinte minutos andando del centro de Palma y los trenes y ferrocarriles, tanto los de Inca y Manacor como el de Sóller, llegaban a Ciutat cargados de gente vestida de verde, al igual que numerosos autocares provenientes de la Part Forana.
El ambiente era festivo y familiar, con clases enteras luchando juntas por lo que creían de justicia. La acumulación de personas era tal que mientras el principio de la marcha transitaba los aledaños de la plaza del Tubo, el final aún no se había movido de la plaza de España, y eso que la marcha corría considerablemente. Incluso cuando en poco más de una hora los primeros llegaron al final del trayecto, en la plaza de la Reina, algunos miles no habían dado ni un paso y seguían abarrotando la plaza de España.
La aglomeración era tal que a las 20.00 horas se leyó el manifiesto por segunda vez, mientras el final de la manifestación no pasaba todavía frente a los institutos. Al final tuvo que leerse cada quince minutos, mientras no cejaba el goteo incesante de personas que ese día salieron de sus casas para luchar por una educación pública de calidad. El pueblo mallorquín, tradicionalmente pacífico y dócil, había dicho prou.