Hasta hace una semana la pandemia estuvo «bastante bien controlada a nivel de contagios» en la residencia Borenco, de Palma. Llevaban 15 meses sin notificar ningún positivo, siguiendo siempre las medidas recomendadas, pero de repente, el miércoles pasado todo cambió. «El virus entró silenciosamente y gracias a estar todos vacunados se propagó sin síntomas», explica Marlen Martí, del equipo directivo. Tras sonar las alarmas, cerca de la mitad de sus usuarios han positivado en COVID. Ayer el centro parecía clausurado. Nada más lejos de la realidad, pero los que siguen en la residencia están confinados y nadie, salvo los trabajadores, pueden entrar en el recinto. Son algunas de las consecuencias de estar intervenidos por parte del IB-Salut.
El miércoles pasado recibían la llamada de una trabajadora que, al tener dolor de garganta, acudió a hacer una prueba de antígenos antes de trabajar. «Al dar positivo dimos aviso en seguida a la subdirección de Atenció a la Cronicitat que siempre está disponible», relata Martí. Esa misma tarde una UVAC hacía pruebas PCR a todos los usuarios y empleados del centro en un primer cribado.
El viernes, al conocer los resultados (entonces detectaron a 23 usuarios positivos y cuatro trabajadores), Salut informó de que tomaba el control de la gestión sanitaria del centro y la intervenía durante 20 días.
Pero «una intervención no es mala», reivindica ahora Martí. «Lo que hacen es darte toda la ayuda que pueden a nivel profesional y a nivel humano, todo es positivo», añade para desmitificar una acción con connotaciones negativas. Desde el IB-Salut repasan la distribución de los usuarios que quedan en el centro, concretan los turnos de profesionales y resuelven si hay una falta de material. «La gente se cree que vienen los cuerpos de seguridad pero no, una intervención es buena», advierte Martí.
La responsable de Borenco aboga por una gestión con la máxima información y transparencia, de hecho a diario se informó a las familias de los 73 residentes sobre las actuaciones que se iban haciendo porque «las vacunas funcionan pero no son una garantía, el virus sigue y en cualquier momento puede entrar en cualquier hogar. Esto, al fin y al cabo, es una casa grande», explica.
En la actualidad hay 33 usuarios positivos y 10 de los trabajadores. Han habilitado una planta COVID donde queda uno de los residentes totalmente asintomático, el resto están ingresados en diferentes centros sociosanitarios, la gran mayoría con síntomas de resfriado.
Entre el resto de residentes, ahora confinados a la espera de nuevas pruebas, «la vida es igual pero dentro de la habitación», explica. Hacen sus terapias, hablan con sus familiares a través de dispositivos electrónicos y se atiende a todas sus necesidades. Sobre si les afecta el aislamiento... «ellos nos han animado a nosotros, nos han dado una lección de vida», afirma.
Martí quiere agradecer la ayuda recibida por los sanitarios desde marzo de 2020 incidiendo en la subdirección de atención a la cronicidad, la plantilla de trabajadores del centro y sobre todo en las familias de los usuarios «que nos han dado apoyo y fuerza durante toda la pandemia».