Las ciudades turísticas están saturadas. Cada año reciben millones y millones de viajeros dispuestos a explorar los rincones más populares del lugar. Llegan más visitantes de los que pueden absorber. Una afluencia desmesurada de turistas tiene un principal damnificado la riqueza natural y cultural de cada uno de esos destinos.
La reciente imagen de las colas en la paradisiaca playa de es Caló des Moro, en Mallorca, ha reabierto el debate sobre si es posible el equilibrio y las medidas a tomar para evitar este tipo de estampas todos los veranos. Sin embargo, el problema no es solo de las Islas Baleares, sino que ya son muchos los destinos turísticos del mundo que plantean nuevas medidas para evitar la masificación.
La universalización de la cultura de viajar está pasando factura, desborda cada verano los servicios de las ciudades más visitadas y daña su riqueza natural. Los datos hablan por si solos: en el mundo se mueven alrededor de 1.200 millones de turistas al año. Hong Kong (China) recibe 26,7 millones de visitantes; Londres (Reino Unido), 19,5 millones; París (Francia), 19,0 millones; Nueva York (EE.UU.), 14 millones; Roma más de 20 millones. En el caso de Baleares llegan más de 13,6 millones de visitantes anuales.
En este sentido los turoperadores, agencias de viaje y aerolíneas venden billetes sin tener en cuanta la gestión o cuántos turistas pueden llegar a coincidir a la misma hora y en el mismo lugar y qué impacto puede tener. Las playas de Mallorca no son un caso aislado, este verano se ha podido ver una Fontana di Trevi en Roma saturada, como la Plaza de San Marcos de Venecia, las colas de la Capilla Sixtina, en Time Square, en la Muralla China, en las cataratas del Niágara.
Algunos de los destinos de esta lista ya han tomado medidas para evitar la masificación y el daño que conlleva. El primero en tomar una decisión sobre la problemática fue Ámsterdam. Las autoridades holandesas tomar la decisión de dejar de promocionar la ciudad, para ofrecer otras alternativas. La publicidad y las fuertes campañas de marketing que muestran una ciudad idílica también han incentivado el colapso de las ciudades.
Venecia también ha tomando cartas en el asunto y sus medidas han sido de las más criticadas. La ciudad flotante ha instalado tornos en su único acceso por tierra para controlar la llegada de visitantes. A pesar de que en varias ocasiones la barreras han sido víctimas de actos vandálicos, las autoridades insisten en controlar el aforo y preparan nuevas medidas. Previsiblemente, en 2022 quien pretenda visitar Venecia tendrá que hacer una reserva previa y abonar entre 3 y 10 euros. Italia también prohibió a los cruceros entrar en el centro de Venecia.
En Roma también está sobre la mesa organizar recorridos obligatorios para los turistas y evitar así que se detengan ante la Fontana de Trevi después de los últimos episodios de masificación. En Cerdeña, muchas playas han establecido un numerus clausus de entre 300 y 1.000 personas al día que deben pagar entre 1 y 10 euros.
En Dubrovnik, Croacia, también ha introducido cuotas diarias de visitantes, al aumentar su popularidad tras el rodaje de Juego de Tronos. En Grecia, se ha limitado la llegada de pasajeros a la isla de Santorini.
Formentera limita desde hace años la entrada de vehículos en verano. Todo apunto a que no será la única Isla en hacerlo, el Consell d'Eivissa trabaja en una propuesta legislativa para que el Govern balear habilite a la institución insular para definir unos máximos de vehículos sobre la isla, diferenciados por categorías y revisables cada año o cada dos años, un sistema similar al que se ha establecido en Formentera. En Menorca también hay partido políticos que lo piden tras la masificación de este años.
Ahora, y desde hace ya algunos años, el objetivo de todas estas ciudades es encontrar el equilibrio entre los beneficios económicos, la conservación del patrimonio natural y cultural y las prácticas medioambientales.