A Caterina (nombre ficticio), de 17 años, le gustaría ser jueza del área de Menores porque quiere cambiar muchas cosas de la ley actual. Lo dice contundente, segura, porque sabe de lo que habla. Es una de las miles de menores supervivientes de abusos sexuales y de acosos psicológicos y físicos. «Comenzó cuando tenía seis años y fue por parte de mi padre. Al principio yo no era consciente, pero cuando tuve doce años exploté». La valentía de confesarlo a su madre marcó el inicio de su próxima lucha.
A los 13 años llegó a la Unidad Terapéutica de Abuso Sexual Infantil (Utasi). Su primera sesión no fue fácil: «Yo le decía a mi madre que no necesitaba ayuda, sobre todo después de vivir malas experiencias durante los juicios». Sin embargo, encontró en esta unidad una luz al final del túnel. «Al principio me costaba verbalizar las cosas que me habían sucedido». Pero enseguida todo eso cambió: «Me di cuenta que quería avanzar, no quería recrearme en lo que pasó porque da mucha rabia pensar que esa persona que me hizo daño vive su vida bien y yo me tengo que recuperar de lo que me hizo».
No importa quiénes sean o cómo se llamen. Lo que une a todas ellas es la superación y cómo las terapias psicológicas pueden ayudar a seguir caminando sin mirar atrás. Caterina ya lo hace: «Ahora mismo soy la mejor versión de mí. He sabido avanzar y decir que ‘no soy víctima de', sino ‘superviviente de'».
Las terapias
Carmen Ruiz, Carolina Moñino y Elena González son las tres psicoterapeutas de la Utasi. Como profesionales, tienen la misión de acompañar en todo el impacto que ha supuesto el daño vivido en estos menores. Empezando con una relación entre la terapeuta y el menor, «se van creando vínculos seguros que les permite entrar en contacto con lo que les ocurre para comenzar a trabajar». explican. Las necesidades para cada caso son distintas. «Trabajamos en función de lo que el menor o la familia necesiten. Se entiende que el trabajo es tanto con el niño como con sus cuidadores», detalla.
Los trastornos conductuales, emocionales, disociaciones, trastornos en la alimentación o mecanismos de defensa son algunos de los síntomas que aparecen tras un caso de abuso sexual en un menor. Sin embargo, como apunta Carolina, «no hace falta que un abuso sea crónico para que estos menores generen sintomatologías». Incluso a veces, prosigue, «un abuso es solo la punta del iceberg de todo lo que tiene esa persona». Las decaídas son también parte del proceso de superación. Hay menores que necesitan volver a terapia. «Con los procesos judiciales, al ser tan largos, pueden llegar a reabrirse heridas potentes».
Enseñanza
–¿Qué te ha enseñado tu hija?
«A ser fuerte, la superación, a querer ser mejor madre y sobre todo que me ha dado mucha energía para afrontar todo». Marta (nombre ficticio) es una madre coraje que nunca pensó que sería la protagonista de la siguiente película: «Hace tres años, mi hija fue víctima de abuso sexual por parte de un familiar». Marta se enteró de esto gracias a la confesión de su hija a una amiga.
Su acceso a la Utasi llegaría al cabo de un año tras la denuncia del abuso. «Desde que te das cuenta hasta que llegas a la unidad te sientes perdida como madre. El hecho de saber que alguien te apoya [se refiere a esta unidad], y que sabes que te puede ayudar y recomponer, es muy importante. Las víctimas no están solas, las familias no estamos solas», manifiesta. El tiempo, la paciencia y la confianza son las fórmulas que han sacado a Marta y a su hija de ese episodio. «Ella había dejado de hablar, iba a terapia retraída. Pero ya ha vuelto a ser la que era».
Elena, Carolina y Carmen a veces pasan por momentos emocionales difíciles al digerir todas estas historias para no dormir. Es una de las partes más complicadas de su profesión pero que, al final, consiguen poner alma al dolor, como el título de su libro.