Jaume Carot (Tortosa, 1960) es catedrático de Física Teórica y candidato a rector de la UIB en las elecciones de día 20. Ha sido vicerrector ocho años, dos con Montserrat Casas (fallecida en 2013) y seis con Llorenç Huguet.
¿Qué le impulsa a presentarse como candidato a rector?
-El convencimiento de que es posible construir la mejor versión de la UIB y la posibilidad de aportar mi conocimiento de ocho años como vicerrector y mi aprendizaje dentro y fuera de la Universitat. Puedo aprovechar todo ello para mejorar la UIB.
Todas las propuestas de todos los candidatos de todas las elecciones siempre parecen buenas. ¿Cuál es su valor añadido?
-Las ideas para centrarnos en aquello que es esencial: la docencia, la investigación y la transferencia de conocimiento, y aprender de todos aquellos que saben más que nosotros y de los modelos de éxito.
Tras ocho años como vicerrector, lo normal es decir de usted que es continuista.
-Niego esa condición. He aprendido mucho de mis etapas anteriores y estoy muy agradecido a Casas y Huguet, pero no quiero seguir la política de los últimos años. Quiero impulsar políticas nuevas. Eso no significa que no esté satisfecho con su legado.
Si no quiere seguir la política de los últimos años, es que tiene algo que criticar de la gestión de Huguet.
-No me gustaron algunas actuaciones en materia de impulso a la investigación y el postgrado.
¿Entonces se fue en 2019 por esas actuaciones que no le gustaron?
-Me fui por dos razones: para darme un tiempo en el que pensar si me presentaba a rector y por cuestiones personales.
Pero le molesta la etiqueta de continuista.
-Que me etiqueten como quieran. La gente que está en el ámbito de la UIB sabe cómo soy. En la UIB no hay posibilidad de hacer revoluciones, pero sí de cambiar el rumbo. El talento de la UIB no está brillando como podría hacerlo. Se trata de que todo el mundo trabaje en la UIB lo más a gusto posible, con un sentimiento de pertenencia.
Pero sin financiación suficiente...
-Necesitamos más financiación. El Govern ha incrementado su aportación en los últimos años, pero debemos garantizarnos una financiación estable que como mínimo cubra el capítulo de personal y establecer un contrato programa que financie por cumplimiento de objetivos, con la correspondiente rendición de cuentas.
Dejando aparte la financiación, ¿cómo ve las relaciones con el Govern y con la sociedad balear en general?
-Cuando entré en 1983, la UIB no contaba para nada. Indudablemente, su impacto social ha aumentado con los años y aspiramos a ejercer un liderazgo intelectual. Respecto al Govern, tengo que agradecer al director general de Política Universitària, Josep Lluís Pons, haber puesto en marcha muchas iniciativas, entre ellas que la futura Llei de la Ciència incluya un comité asesor de expertos que servirá al Govern para consultar sus decisiones. Y allí estará la UIB.
¿Qué cosas hay que cambiar en la UIB?
-Hay que reducir la burocracia, dar un impulso definitivo a la digitalización y garantizar el relevo generacional de nuestro talento. Y todo eso no se improvisa. Todo ello no quita que nuestra universidad sea muy buena, cuando hace unas décadas no existía en el mapa del conocimiento. Ahora, pese a nuestra escasa financiación y nuestras pequeñas dimensiones, ocupamos posiciones altas en los ránkings internacionales y muy altas en determinadas áreas de conocimiento.
¿El caso Minerval fue su momento más complicado?
-Sí, fue el más complicado a nivel profesional. Me sentí incomprendido e injustamente tratado.