«Se fue hace dos años lo que más quería». En una habitación lúgubre, donde la luz apenas penetra por la ventana, José Ferrando se sienta despacio en su colchón hundido y rasgado que le engulle cada noche desde la pandemia. Dos perros hacen de guardianes de un piso que ocupa ilegalmente junto a su nieta, Jennifer. Con solo 19 años, carga desde hace tres meses con su abuelo, viudo y dolorido. «Se fue lo que más quería», repite.
José, 69 años, recibe cada quince días una generosa cantidad de comida para subsistir. Es uno de los quince usuarios que se benefician del proyecto La Despensa del Abuel@, de la Fundación Escribano. La idea surgió en marzo y el boca a boca ha hecho que cada vez lleguen a más portales donde la pobreza ha entrado sin avisar. De un día para otro, entre la población más vulnerable: las personas mayores. Ultima Hora acompaña a un grupo de voluntarios en su recorrido para distribuir 18 cajas repletas de alimentos de primera necesidad.
El reportaje empieza a las nueve de la mañana del pasado viernes en el local de la Fundación. Javier Escribano, Susana Reoyo y Rodolfo Becerra llevan con agilidad las cajas a una furgoneta. Luego acuerdan el itinerario. Los repartos culminan en torno a las dos del mediodía «porque aparte de entregarles la comida nos quedamos a hablar con ellos y saber cómo se encuentran», explica el presidente de la Fundación, impulsor de este proyecto y voluntario, Javier Escribano.
Cada abuelo recibe a los voluntarios dos veces al mes. No son únicamente productos alimenticios, sino papel higiénico e incluso mascarillas quirúrgicas. «La necesidad de crear este proyecto viene porque nos dimos cuenta que había muchos abuelos que no llegaban a final de mes. Si pagan el alquiler, no pueden comprar comida», reconoce Javier.
La primera entrega se hizo el pasado 5 de marzo y cada vez, por desgracia, lamentan, están llegando a nuevos destinos debido a la crisis. Francisca Cortés tiene 78 años y reside en un espacio minúsculo acompañada de su gato ‘Flopi' y sus más de siete mil libros. Esta mujer, de cuerpo y mente activos, ha conocido lo más alto y lo más bajo de la vida. Con su paga llega justa a final de mes.
«Fue una amiga quien me comentó este proyecto de la Fundación Escribano». Más que voluntarios, Francisca los trata como hijos. «¿Que por qué entré como voluntario? Porque no cuesta nada ayudar», dice, contundente y seguro, Rodolfo preguntado por sus inicios en la fundación, desde diciembre de 2020. El día culminó entre emociones y la satisfacción de haber mejorado la vida de los abuelos vulnerables en Palma.
Los pequeños
La fundación, con 30 voluntarios, cuenta además con el proyecto Peque Armario desde 2016 para a fin de ayudar a las familias más necesitadas con ropa, juguetes, carritos, etc. La entrega se realiza cada martes en el local.