En Israel, en Gran Bretaña, en los Emiratos Árabes y en Estados Unidos –los países que han sido más veloces en la vacunación–, sus esfuerzos están dando excelentes resultados. En Israel, por ejemplo, ahora mismo se están contabilizando siete u ocho fallecimientos diarios, la cifra más baja nunca antes vista; el número de contagiados es ahora de 330 al día, contra los 8.240 que se registraban en un día de enero de este mismo año. En Gran Bretaña, para no salir de nuestro continente, donde se han acumulado 127 mil muertes, ahora tienen unos treinta decesos diarios, contra los 1.250 que tenían en enero de este año. Hoy, en un día cualquiera, hay 3.800 contagios nuevos, contra los sesenta mil diarios que llegaron a contabilizarse en enero.
Sin embargo, en el quinto país del mundo que más ha vacunado, Chile, los siete mil nuevos contagiados de este domingo pasado son la cifra más alta desde noviembre del año pasado. En febrero de este año, por ejemplo, había 3.300 casos nuevos al día y ahora la duplican. Cada día de esta Semana Santa han muerto algo más de 120 chilenos por el COVID-19, la cifra más alta desde agosto del año pasado. Sin embargo, Chile es el país más vacunado de América, con el 36 por ciento de su población ya inoculada, el quinto del mundo.
¿Qué está ocurriendo?
Los científicos no tienen datos para evaluar exactamente qué está ocurriendo, porque las investigaciones sobre estos asuntos exigen en el mejor de los casos un mes de espera. Sin embargo, se barajan varias posibilidades.
En primer lugar, Chile empezó a relajar las medidas de aislamiento prácticamente en el momento en el que la vacunación comenzó a ser significativa. Pero no hizo todo el énfasis necesario en que la vacuna requiere de tres semanas para ser realmente efectiva, para proteger. La sensación social más extendida, especialmente en un ambiente de agotamiento, era que la vacuna era instantánea e inmediata. Probablemente esto explique que actualmente la mayor parte de los nuevos contagiados sean jóvenes, que lógicamente no habían sido aún vacunados.
En segundo lugar, existen datos que apuntan a una presencia importante en Chile de la variante brasileña del virus, de cuyo nivel de resistencia a las vacunas no existen aún evidencias concluyentes. Se sabe que la mutación británica, actualmente la más frecuente en Europa, es sensible a las vacunas habituales, pero no se sabe con precisión el comportamiento de las otras variantes, sobre todo la sudafricana y la de Manaos.
En tercer lugar, el primer lote de vacunas que se repartieron en Chile fueron las producidas por Sinovac, de China. Nadie se atreve a decir en voz alta que podría ocurrir que la eficacia de esta vacuna sea inferior a la de las demás. Al menos, se sospecha que su eficacia tras la primera inoculación no sea tan alta como la eficacia de las vacunas de Pfizer y AstraZeneca y que realmente adquiera todo su poder protector tras la segunda dosis. Por ejemplo, en el caso de la Sputnik V, la segunda dosis no está compuesta de los mismos elementos que la primera, sino que los complementan, dándole todo su potencial. En Chile, la segunda dosis de la vacunación con la Sinovac tiene algunas semanas de retraso, como es lógico.
Toda la ciencia está atenta a ver qué ocurre en las próximas semanas en Chile, porque en cierta medida queremos saber qué gravedad tienen las mutaciones del virus y descubrir cómo responden las vacunas ante ello.
La vacunación en Israel también coincidió con una expansión brutal del virus pero se pudo comprobar que el índice de protección de las vacunas –fundamentalmente la de Pfizer– fue elevadísimo y que la ampliación de las inoculaciones fue acorralando al virus hasta la situación actual, cuando es casi marginal. Estados Unidos, en una magnitud mucho más amplia, está viviendo lo mismo: una ampliación de casos en lucha con el impacto creciente de la vacunación.
Afortunadamente, en España las cosas están razonablemente más controladas ahora cuando la vacunación parece que puede empezar a despegar, lo cual nos evitará el pánico chileno y las especulaciones absurdas.