Pedro Albertí es pediatra de la clínica Salvà y el hospital de Muro. Él cree que fue ejerciendo sus funciones cuando posiblemente se contagió de COVID-19, «la peor experiencia sanitaria de mis casi 56 años de vida, y la más larga con mucha diferencia», asegura. «Imagino que fue en mi consulta porque atiendo físicamente a unos 100 o 120 niños a la semana, no se me ocurren muchos más focos ya que mi vida, como la de tanta gente, ya se reducía a estar en casa, las compras mínimas, y algunos partidos de padel, poco más», explica.
Todo sucedió el pasado 17 de febrero cuando le vacunaron de primera dosis con Pfizer, como parte del colectivo sanitario de primera línea. «Al día siguiente tuve síntomas muy leves: molestia en el brazo, febrícula ocasional, quizá estaba algo cansado. Era, en apariencia, una reacción vacunal». Y eso era lo que le dijeron en el centro de salud, una vez hecha la consulta telefónica.
Sin embargo, «yo empezaba a tener serias dudas porque me duraron cuatro días, y me hice un test de antígenos y una PCR». Ambos resultaron positivos. El doctor Albertí ya debía incubar la COVID cuando le vacunaron.
Nueve días después de ponserse la dosis, y ya confinado como contagiado, reaparecieron los síntomas. De nuevo tuvo febrícula, un cansancio intenso «como no he conocido en mi vida» y algo de tos. «La temida tormenta de citoquinas por hiperreacción de mi sistema inmune, hacía acto de presencia», relata.
Tuvieron que pasar 15 días y una llamada diaria al centro de salud, para que le viera a domicilio una Unidad Volante de Atención al Coronavirus (UVAC). «Ellos fueron chapeau», asegura, pero le diagnosticaron una neumonía bilateral, «un mazazo absoluto. Estaba bien pero plenamente consciente de que en pocos días podía estar ingresado».
Por suerte, a las 48 horas empezó a mejorar y el 7 de marzo recibió el alta tras 21 días de iniciar los síntomas. Ahora está pendiente de realizar un TAC torácico para comprobar que no haya fibrosis pulmonar, aunque el escenario es optimista.
Pasada la experiencia y a su pesar, dice que el sistema falla gravemente. «No se puede, en mi humilde concepto de la medicina, tener a una persona enferma 15 días sin verla físicamente», comenta. «Yo he sido disciplinado, me he puesto en manos de los servicios de salud públicos y he seguido todas las indicaciones pero, pese a mi insistencia, solo me vieron tras 15 días de evolución y ya con una situación clínica de neumonía bilateral. Es inaceptable».
Por otra parte, el doctor Albertí considera «un escándalo», el protocolo de vacunación de Balears porque se ha denostado a los profesionales de las clínicas privadas. «Pasamos nuestros listados de personal en enero. Se nos dijo que habían tenido problemas con los listados, que a la semana llamarían y pasó un mes y medio», explica. «Hubiera podido fallecer por decisiones que no sé cómo calificar, y me dijeron que había sido mala suerte».