Antònia Maria Binimelis es la directora de la Llar d'Ancians, de Palma. Su labor ha sido una de las más complejas de realizar durante una pandemia que se ha ensañado con la gente mayor y ha encontrado su campo de batalla en las residencias. Por suerte, pasaron la primera ola sin ningún contagio, pero con este virus nunca se sabe y desde hace ya un año viven en vilo organizándose, rediseñando protocolos y reuniéndose con un objetivo común: proteger vidas.
¿Les avisaron con tiempo o tuvieron que cerrar de repente?
—Desde la primera vez que nos lo plantearon tuvimos como cinco días y pudimos planificar cómo hacerlo. Desde entonces no hemos parado, en la primera ola nos reuníamos todos los mandos a diario. Fui muy impactante y duro tener que cerrar las puertas y no poder salir.
Lidiaron con dos factores: el cierre y la salvaguarda de los más vulnerables.
—La protección era el principal objetivo. Usamos todos los protocolos, paso por paso, y continuamos el trabajo diario. Luchamos mucho para conseguir material y el equipo respondió muy bien. Nuestro costurero se puso a hacer mascarillas con plástico y toallas, lo que nos dijeron que funcionaba. Fueron momentos muy tensos.
¿Cómo contactaban los familiares con los residentes?
—Instalamos videollamadas y hubo profesionales dedicados a ello. A medida que montábamos la infraestructura la poníamos en marcha. Después se hicieron las visitas controladas, una a la semana, que se pararon cuando había casos activos, aunque al final las hemos seguido permitiendo con todas las medidas, sobre todo en casos de final de vida. Se veían en la capilla de fuera porque dentro de las instalaciones no podía entrar nadie.
Al principio se culpó a las residencias, en general, de no tener la suficiente asistencia médica.
—Nosotros tenemos tres médicos, y enfermeras a 24 horas pero hay que tener claro que esto es un centro sociosanitario. Cuando ha habido contagios se han trasladado a un hospital o a la residencia para asintomáticos para descargar la carga viral de aquí dentro. Eso ha sido positivo.
¿Cuándo les pusieron la primera vacuna para la COVID-19?
—El 30 diciembre y más que un antes y un después, lo que se ha notado aquí es que ahora hay más alegría y movimiento que no hace un mes.
El 14 de febrero, los residentes pudieron salir del centro. ¿Cómo recibió la noticia?
—Con miedo. Como directora estaba muy contenta porque aunque tienen espacios y actividades por hacer, no salían a la calle, pero también se ve con mucho respeto. Esto todavía no ha terminado.
¿Para cuándo creen que podrán volver a la normalidad?
—Esperaremos a julio a ver qué pasa. Nosotros estamos bien pero no sólo depende de los que están aquí dentro sino del colectivo y hay que vacunar a toda la población.