La información oficial en Baleares sobre la presencia de la variante británica del virus, cuyo nombre oficial es B.1.1.7, es absolutamente insuficiente y confusa. Sobre las variantes sudafricana y brasileña aún sabemos menos. Aquí no se trata de alarmar, pero tener información es fundamental para actuar en consecuencia, para prevenir con conocimiento de causa, para planificar. ¿Cuántos casos tenemos de la nueva variante? De estas cifras se pueden inferir muchas conclusiones.
Algunos datos que creo que deberíamos conocer y de los que nuestras autoridades nos tendrían que tener al tanto: la nueva variante, que se expande con un 55 por ciento más facilidad que la clásica, presenta muchos menos contagiados asintomáticos. Prácticamente todos los que tienen la nueva variante tienen síntomas, lo cual es bastante positivo en relación con la versión clásica, porque pasa menos desapercibido.
Los síntomas que tienen los contagiados con la nueva variante son ligeramente diferentes a los anteriores: aumentan de forma bastante clara los efectos referidos a la tos y la fiebre pero, en cambio, caen los síntomas de pérdida de sentido del olor y del sabor, más habitual en la versión anterior. También sabemos que la mortalidad de la nueva variante es superior, al menos en el segmento de los sesenta años, que es el que se ha estudiado en profundidad.
Como ven, hay un millón de razones para ser transparentes en la información, porque eso permite a los ciudadanos y a los sanitarios actuar con propiedad, conociendo lo que ya es posible saber.
Hay algún aspecto de la letalidad del virus que es sorprendente y quiero comentar, aunque no tengo respuestas. La epidemia funciona con esta secuencia: primero hay un aumento de contagios; después, con un retraso de aproximadamente una semana, hay un aumento de los ingresos hospitalarios; tal vez un pelín después esto se traduce en más ingresos en las Unidades de Cuidados Intensivos y, aún más tarde, se registran los incrementos de la mortalidad. El número de ingresos hospitalarios en relación al de contagiados, el de enfermos en las UCI en relación al de ingresos en los hospitales y el número de muertes en relación con los ingresos en las UCI permiten determinar estadísticamente la eficacia del sistema de salud. A menos muertos por contagiados, más eficacia.
En ese sentido, vean estos datos: España, que lleva meses y meses con más de trescientos contagios por cada cien mil habitantes y que ahora mismo ya son ochocientos, tiene 83 muertos por millón de habitantes; Alemania, en cambio, con una disponibilidad hospitalaria que supera ampliamente la de casi todos los demás países europeos, y que nunca ha llegado a los 400 contagiados por cien mil habitantes, lleva semanas y semanas con 140 muertos por millón, muy por encima de España. De España y casi de cualquier otro país comparable, como puede ser Francia, 79, u Holanda, 67. Observen que Holanda viene de tener cifras escandalosas de contagios y, pese a ello, su mortalidad está bastante contenida. Hoy la peor mortalidad de Europa la presenta Portugal, con 250 fallecidos por millón, y eso que sus cifras de contagios aún están aumentando. En Portugal, parece inevitable, las próximas semanas serán trágicas.
Entender qué hay detrás de estas cifras es absolutamente fundamental para tomar decisiones, para mejorar la salud, para reorganizar los procedimientos. No tengo ni idea de si estos análisis se están haciendo en Baleares y en España, pero esto no depende sólo de la voluntad de los gestores sino de las estructuras. Haber dividido el Insalud en diecisiete miniorganizaciones no es precisamente lo más adecuado para disponer de equipos, instalaciones y experiencia en la gestión de una pandemia. Baleares, por muy buena voluntad que tengan los responsables del IB-Salut, nunca podría disponer de equipos como para atender la interminable casuística que tiene la salud o para investigar dónde están los fallos o las posibles mejoras. La idea inicial de la fragmentación del Insalud, hace veinte años, era que hubiera servicios de este tipo compartidos a nivel nacional, pero basta ver cómo se ha gestionado esta crisis para entender en qué ha quedado la coordinación entre las autonomías.