Aneck Uzorma no lo recuerda, pero hace 18 años, siendo un bebé, recorrió casi 5.000 kilómetros en brazos de su madre hasta llegar a las costas andaluzas desde su Nigeria natal. Entre medias, y con el sueño de lograr una vida mejor para ella y su hija, su madre tuvo que hacer escala en Marruecos hasta poder embarcarse en una frágil patera, sin papeles ni documentos ni dinero, rumbo a la Península.
De allí se trasladaron a Mallorca un tiempo después. ¿Por qué? Aneck no conoce esa parte de su periplo vital: «Mi madre me cuenta su historia, nuestra historia, en realidad, a cuentagotas. Debió de ser muy difícil para ella», se escuda esta joven de 18 años, que ahora cursa las asignaturas de matemáticas e inglés en el Sandwell College de Birmingham, previo paso a entrar en la universidad.
Dos familias
Aneck tiene claro que es más afortunada que muchos niños. ¿Cuántos pueden vanagloriarse de tener dos familias? Una la forma con su madre biológica, que ahora reside en Alemania con los tres hijos que tuvo después de Aneck, y con la que habla todos los días por teléfono, a pesar de la distancia. Y otra la ha formado con su familia de acogida en Porto Cristo, localidad en la que se ha criado, y siente que es su hogar, junto a sus padres de acogida, Miguel Puigserver y Francisca Clar, y sus hermanos, Miquel y Kelly, otro chico de origen nigeriano en acogida en casa de los Puigserver-Clar desde un año antes que ella.
Ambos llegaron a casa de esta familia siendo bebés, gracias a un acogimiento especial dentro del proyecto de Familias Cangurs del Institut Mallorquí d'Afers Social (IMAS), que entre 2004 y 2010 puso en marcha un programa específico para madres nigerianas que, por falta de apoyos, no podían hacerse cargo de sus hijos.
Un gran sacrificio
«Nunca olvidaré que mi madre, al igual que la de Kelly, hizo un gran sacrificio por mí -explica Aneck-. Ella pidió ayuda porque no podía cuidarme como quería. Lo habitual en la comunidad nigeriana, y también lo fácil, hubiera sido enviarme a Nigeria con mi familia materna. Pero ella prefirió pasarlo mal, porque se lo hicieron pasar mal, se lo aseguro, para que yo tuviera un futuro mejor. Me hizo el regalo más grande, pero solo me he dado cuenta con el paso de los años. Cuando era más cría no entendía por qué mis hermanos pequeños vivían con ella y yo no. Ahora comprendo su decisión. Y solo puedo darle las gracias», recalca esta joven que se siente muy mallorquina, pero que ahora, ya más madura, siente curiosidad por sus raíces nigerianas.
Una acogida diferente
«Kelly y Aneck fueron los primeros chicos negros en el pueblo. Y eso curte. Todavía recuerdo las caras de pasmo y curiosidad de la gente cuando nos veían haciendo la compra en el supermercado. No podíamos llamar más la atención. Nosotros tan blancos, con un hijo propio de seis años, y ellos tan negros, y encima hablando mallorquín con fluidez», recuerda con sorna Francisca, al tiempo que apuntilla que hasta su propia madre se sorprendía de que los niños se amoldaran tan rápido, «que hasta los veía más ‘blanquitos'. Cosas de gente mayor y de abuelas», agrega esta madre de acogida, que siempre tuvo claro que las madres de Kelly y Aneck, que cuando eran pequeños vivían en Palma, tenían que seguir formando parte de la vida de los niños.
Una familia de cinco
«Cuando la gente pregunta por qué después de diecisiete años los chicos no llevan nuestros apellidos, siempre contestamos que un apellido no te convierte en familia, pero sí decenas de detalles, anécdotas y vivencias. Nunca los hemos adoptado, pero eso no significa que en casa seamos 3 + 2, somos una familia de cinco. Quisimos una acogida atípica y que sus madres no perdieran el contacto con los niños, que ellas también formaran parte de nuestra familia; es más, tanto la madre de Aneck como la de Kelly se refieren a mi marido y a mí como ‘meu pare' y ‘ma mare'. Nos costó, pero a la larga ha sido tremendamente positivo para todos», finaliza Francisca.