Casi dos meses después del inicio de curso, los colegios diocesanos de Mallorca hacen balance de lo que han sido estas primeras semanas del período académico, totalmente condicionado por el coronavirus.
Concretando este balance en Sant Josep Obrer, el director del centro, Joan Moll; el director de Bachillerato, Xisco Maturana; el director de Secundaria, Miquel Cànoves; y el director de FP, David Egea, coinciden en una cosa: «No hay nada como la presencialidad». Dicho esto, hay que asumir las adversidades, sobre todo en un centro con 2.800 alumnos (8.000 en el conjunto de colegios diocesanos). «Lo mejor es la presencialidad, pero hemos trabajado duro para dar una respuesta educativa de calidad y superar todas las dificultades que se podían esperar».
Más allá de lo estrictamente pedagógico, hay que atender la logística y Sant Josep Obrer ha tomado sus propias medidas, superando los protocolos establecidos: «Hemos triplicado los accesos y se han colocado alfombras desinfectantes para el calzado en cada entrada. En todas ellas, una persona aplica gel hidroalcohólico en las manos de cada alumno que accede y se realizan inspecciones oculares de los alrededores del centro para evitar aglomeraciones de estudiantes. Al acabar una clase, cada profesor desinfecta el mobiliario del aula, donde ya no hay papeleras. Son todas exteriores. Y la ventilación no se limita a 5 minutos entre clase y clase. Es permanente. Las ventanas están siempre abiertas. Cuando lleguen días de más frío, habrá que echar mano de prendas de abrigo y mantas», explican los directivos.
Por cierto, en la semipresencialidad, establecida a partir de 2º de la ESO con alternancia diaria, a los alumnos que están en casa se les exige estar debidamente vestidos y sentados. No valen los pijamas y estar recostado frente al ordenador. Y las familias comprueban que sus hijos trabajan como si estuvieran en el aula. Los cuatro responsables subrayan «la buena respuesta del alumnado a todas estas medidas en un 99 %. Si hay algún alumno que se agobia, necesita beber agua, sonarse la nariz o quitarse un rato la mascarilla, hemos habilitado un espacio para ello, diferente del habitáculo destinado al protocolo COVID en caso de que alguien presente síntomas. Para crear los espacios docentes necesarios, teniendo en cuenta la semipresencialidad, hemos tenido que renunciar a laboratorios, talleres, aulas de música y salas de profesores».
En cuanto a la convivencia y las relaciones sociales, los responsables de Sant Josep Obrer no ocultan su satisfacción al recordar que a principio de curso «hubo alumnos que nos dijeron que nos habían echado de menos. Y más allá de las relaciones escolares, hemos escuchado a algún alumno decirle a la abuela que le ha acompañado hasta el centro: Abuela, no me des un beso».
El equipo directivo del centro reivindica la presencialidad, pero también admite que «el uso de las tecnologías debe completar la innovación pedagógica y para ello nos formamos continuamente. Si hay que ir a un escenario de confinamiento, estaremos preparados. No improvisaremos».