La COVID-19 ha dividido a los científicos del mundo en dos bandos: por un lado están los que mantienen la necesidad de seguir las políticas de contención del coronavirus aplicando aislamiento y distanciamiento social –lo que vemos en España, para decirlo en pocas palabras– y, por otro, quienes defienden un enfoque selectivo, dirigido sólo a los vulnerables, dejando que el virus circule entre quienes no tienen riesgos, que es la gran mayoría de la sociedad.
Estos dos enfoques contrapuestos se vienen manifestando desde el primer día pero las políticas públicas se inclinaron mayoritariamente por la primera opción, salvo en el caso de Suecia que dejó que el virus circulara. Hoy, sin embargo, las cosas están reequilibrándose porque muchos países ya no soportan más lo que están viviendo: ahí tienen París, de nuevo prácticamente aislada; Madrid, otra vez con el virus descontrolado; Bélgica y Gran Bretaña a punto de paralizarse nuevamente, etcétera. En Irlanda las cosas son especialmente graves porque tras meses de aislamiento continuado, el virus sigue expandiéndose poniendo en duda la efectividad de su cuarentena.
La semana pasada, dos mil científicos médicos especialistas en salud pública y otros dos mil doscientos médicos firmaron la Gran Declaración de Barrington (por la ciudad de Massachussets en la que la escribieron) pidiendo que se acabe con el actual modelo de tratamiento del coronavirus y que, en su lugar, se enfoque sobre todo a los vulnerables dejando que el resto de la población, que tiene riesgos mínimos, pueda retornar a la vida normal. Según estos especialistas, que incluyen eminencias de diversas universidades, el confinamiento y el distanciamiento social están causando graves «impactos dañinos en la salud física y mental» de la población.
El escrito solicita que los políticos acepten al coronavirus como una realidad con la que habrá que convivir, sin que ello, como se está viendo, suponga problemas graves para la gran mayoría de la población, excepto para los colectivos vulnerables sobre los que debería concentrarse la atención médica. «A los que no son vulnerables –dice el escrito– se les debería permitir inmediatamente reanudar la vida con normalidad. […] Mantener estas medidas [de bloqueo] en su lugar hasta que haya una vacuna disponible causará daños irreparables, y los menos privilegiados sufrirán un daño desproporcionado».
El escrito inicial proviene de tres prestigiosos académicos: Sunetra Gupta, profesora de la universidad de Oxford, Martin Kulldorff de la Universidad de Harvard y Jay Bhattacharya de la Universidad de Stanford.
Sin embargo, esta posición cuenta con oposición. El British Medical Journal publica también un escrito de Trisha Greenhalgh, directora de los estudios de atención primaria de la Universidad de Oxford y otros veintidós científicos, en el que defiende el método actual de lucha contra el virus. Aduce que, si bien es verdad que la letalidad del virus varía sustancialmente entre diversos grupos sociales, en todos ellos ha habido casos de fallecimientos. El escrito, también firmado por el anterior médico jefe de Escocia y por Martin McKee, profesor de Salud Pública de la London School of Hygiene and Tropical Medicine, considera que separar en un grupo a los vulnerables de los no vulnerables es tarea prácticamente imposible, por lo que esta idea está condenada al fracaso.
Lo que les faltaba a los políticos, siempre vacilantes y dubitativos: una guerra entre científicos para determinar qué hacer ante esta epidemia es exactamente lo peor que podía ocurrir en pleno recrudecimiento de la enfermedad, a las puertas del invierno.
En las próximas semanas sabremos qué gobiernos se alinean con qué científicos. Yo creo que, por razones económicas y psicológicas, incluso diría que de sentido común, terminaremos conviviendo con el virus y dedicando los recursos públicos a los vulnerables. Pero quién soy yo al lado de eminencias como estas que, como ven, tampoco lo tienen claro.