La incertidumbre, la preocupación e incluso el miedo se palpaban este sábado entre los trabajadores del aeropuerto de Palma. La recomendación de Alemania de no viajar a Balears se notaba en el ambiente. «Esto es un dramón. Nos está destrozando la vida», nos explicaba discretamente una trabajadora de la aerolínea Easy Jet que vislumbraba el inexorable fin de la temporada turística.
A primera hora de la mañana ya había comenzado la repatriación de más de 30.000 turistas alemanes de Mallorca, pero había poco ajetreo en Son Sant Joan. Los pasillos estaban casi vacíos, en contraste con los mostradores de facturación con colas para viajar a Alemania.
A medida que fue transcurriendo la jornada se incrementó el tránsito de pasajeros. La gran mayoría tenía miradas agrias. Muchos terminaban sus vacaciones, pero otros anticipaban el final.
Así lo expresó una jefa del mostrador de Easy Jet. «Muchos alemanes han adelantado sus vuelos debido a la recomendación de su Gobierno. Al llegar se tienen que hacer una prueba PCR y, al igual que en Italia, deben permanecer en cuarentena si dan positivo».
¿Qué efectos tendrá la recomendación del Gobierno alemán? Ella cree que «dejarán de venir, habrá menos vuelos. A nosotros nos rebajarán las horas y la nómina. Los alemanes se van ahora a playas de su propio país, o del norte de Europa. Una solución al bloqueo turístico podría ser que el Gobierno hiciera pruebas PCR en el aeropuerto, para tener los casos controlados. Así no haría falta que los países pusieran a España como zona de riesgo y podríamos recuperar la economía».
En la cola de esta compañía estaba Bernard, un químico alemán de unos 60 años que aguarda turno en compañía de su hijo veinteañero. No le parecía bien tener que irse así: «Baleares es coronafree y, además, ha estado dos o tres meses en cuarentena. Los mallorquines no tenían el virus, al contrario, tenían miedo de que los alemanes les infectáramos. Además, la medida es extremadamente dañina para la economía de Balears».
Cuarentena
Otro alemán que dejaba Mallorca para volver a su ciudad de Karlsruhe, era Stan, un joven ingeniero de veintimuchos años. «Si hay casos en España es lógico que se apliquen medidas para combatir la pandemia –nos explicaba–. La cuarentena es una de ellas. Es necesaria, pero no me gusta. Cuando llegue a mi casa me tendré que hacer una prueba y esperar dos días el resultado sin poder salir de mi casa. Si da negativo podré hacer vida normal pero si da positivo tendré que permanecer en mi hogar durante dos semanas».
Los últimos turistas de esta crónica son Dilk y Petra, alemanes de Düsseldorf. «Estamos tristes por la gente que de manera directa o indirecta depende del turismo para vivir. Mallorca es muy limpia y segura. Esto no es nada bueno para el turismo, ni para España, ni para Alemania, ni para las aerolíneas ni para las empresas de restauración. La medida no era necesaria ahora».
Al salir del aeropuerto nos encontramos a Juan Antonio Sánchez, taxista que esperaba turno para hacer una carrera. «Esto es fatal para el turismo; vivimos de esto. Ahora tengo muchos gastos y durante el verano no podré hacer caja para pasar el invierno. Los países emisores tienen interés en que sus ciudadanos se queden dentro de sus fronteras para que gasten allí. No sé que decirte, es algo tan nuevo que no sé que pensar».
Era el 15 de agosto más atípico que ha vivido el aeropuerto de Palma, siempre a rebosar de turistas felices por estas fechas. Ahora todo es diferente. Ninguno de los consultados sabía si el año que viene volverá o podrá volver. La falta de certezas la encontramos también en los hoteles de la Platja de Palma. Ningún director quiso decir algo, ninguno permitió que se hablara con alguno de sus clientes en el establecimiento. Nada. Sólo hay una cosa cierta en mitad de tanta incertidumbre: nada volverá a ser como antes.