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Turismo en Mallorca poscoronavirus

Cuatro décadas de excesos

Platja de Palma. La imagen de ciudadanos alemanes sin mascarilla y sin guardar la distancia ha obligado a cerrar las populares calles del Jamón y de la Cerveza. | R.S.

| Palma |

Se acabó la fiesta. Las juergas hasta el amanecer y las borracheras sin medida han tocado a su fin en el epicentro de la fiesta y del desbarre etílico de Mallorca: Punta Ballena, en Magaluf, y las calles Miquel Pellisa (calle de la Cerveza) y Pare Bartomeu Salvà (calle del Jamón), en Platja de Palma. Al menos durante este verano.

A falta de conocer los efectos reales de un ley de excesos que no ha podido ponerse a prueba por el coronavirus, ni las ordenanzas cívicas de papel mojado, ni la presencia policial, ni la vergüenza de salir en los medios de comunicación de todo el mundo ebrios de fiesta y sol han conseguido acabar con el desfase en los apenas 400 metros que suma Punta Ballena, una de las calles más famosas de Europa por sus problemas y escándalos, y que han convertido a lo largo de los años a la localidad de Magaluf en una especie de nueva Sodoma y Gomorra de sol, alcohol barato y playa. No, ha sido el miedo a un nuevo rebrote de la COVID-19 lo que ha hecho que el Ejecutivo balear sacara pecho y decidiera cortar por lo sano clausurando los locales de ocio nocturno de Punta Ballena y Platja de Palma, ante la viralización de vídeos de turistas borrachos y sin mascarillas saltando sobre los coches aparcados en la zona. Nada nuevo bajo el sol, el problema es que no vivimos un verano habitual. La pandemia del coronavirus sigue entre nosotros, y hay que extremar las medidas. ¿Significa que los problemas habituales en estas zonas turísticas han tocado a su fin?

Calle fantasma

Una semana después de la clausura, Punta Ballena es una calle fantasma. Los pocos comerciantes con negocios abiertos haciendo tiempo en sus locales, y un par de turistas inglesas inmortalizando con un selfie la ausencia de compatriotas. Casi ningún propietario está por la labor de hablar. Unos nos alejan con un simple gesto, otros nos dicen que prefieren no exponerse. Antonio Moreno, propietario de un pequeño supermercado en Punta Ballena desde hace 45 años, nos señala que la caja registradora, que ya iba a medio gas desde que comenzó la temporada, ahora está vacía. «Mi pecado es tener un negocio en Punta Ballena. Me obligaron a cerrar un día, luego me permitieron abrir quitando todas las estanterías dedicadas a la venta de alcohol. Y ahora veo cómo otros negocios similares al mío, a tan solo unos metros de mi local, venden alcohol a todas horas, porque en su dirección no pone calle Punta Ballena. ¿A ver cómo se explica esto?», lamenta el comerciante, que nos recuerda que el Govern solo ha puesto un parche sobre la herida. «Los turistas no se han ido muy lejos. Ya le digo que no tardarán en aparecer vídeos como el de hace una semana aquí al lado», augura.

La misma opinión comparte Youssef Almassati, propietario desde hace cinco años de una tienda de ropa en la zona más caliente de Magaluf, que señala con pesar la caja que ha hecho esta semana. «Los bares han cerrado y los turistas se han ido a otra parte. Llevan una semana sin pisar esta calle», dice con pesar, al tiempo que confiesa que este verano había alquilado el local vecino al suyo para ampliar el negocio: «Primero el coronavirus y ahora la clausura. Y en octubre echamos el cierre. No sé qué va a ser de nosotros este invierno», finaliza.

‘Hooligans’. Imagen de la reyerta en Punta Ballena de 2014, que fue noticia en medio mundo.

Vino, un comerciante hindú que regenta una tienda de souvenirs desde hace cinco años, comenta que tiene un trabajador en ERTE, incluso su mujer que siempre hacía unas horas por la tarde, se queda también en casa: «Ahora no hay trabajo ni para uno. Me paso el día sentado delante de la tienda. Antes compraban camisetas y algún recuerdo, pero ahora es un desierto. ¿No habría sido mejor poner más policía en la calle a las horas que hace falta en lugar de cerrar los bares?», se pregunta, mientras se afana en colocar un pedido de muñecas con difícil salida este verano.

Seguimos nuestro paseo por el erial que es ahora mismo Punta Ballena y nos tropezamos con Patricia García, que lleva unos meses residiendo en esta calle. Sí, cuesta creerlo, pero en Punta Ballena hay residentes que viven todo el año. Patricia sabe lo que es convivir con el ruido a todas horas, ha vivido más de 20 años en las inmediaciones de la discoteca BCM: «Tener tu casa en zonas turísticas te curte. Ya ni te enfadas cuando te encuentras con meados, vómitos o condones. Se me hace tan raro que no haya alboroto estos días que me he tenido que poner la tele para poder dormir», afirma. Terminamos nuestro periplo con Angie Goorlay, trabajadora en una tienda de tatoos que comenta que «nadie viene ya por ‘the street’. Nos comemos los mocos», señala.

La decisión del Ejecutivo balear ha tenido respuestas para todos los gustos. Mauricio Carballeda, presidente de la Federación hotelera Palmanova-Magaluf, recalca que era evidente que «había que acabar con el turismo de excesos. Los viajeros que buscan alcohol y desenfreno no son bienvenidos», apostilla Carballeda.

Por su parte, Pepe Tirado, presidente de la asociación de comerciantes Acotur, critica la decisión arbitraria del Govern de clausurar y lamenta que no haya sido consensuada con los comerciantes: «Han contado con los hoteleros, la oferta asociada ni pincha ni corta», recalca, mientras que empresarios y trabajadores de Punta Ballena no dan la batalla por perdida y han convocado este martes en Magaluf una concentración para reclamar su «derecho a trabajar».

40 años de 'hooliganismo'

La degradación de Magaluf viene de lejos. Lo pueden atestiguar Tomeu Canyelles y Gabriel Vives, autores del libro Magaluf, més enllà del mite. El modelo de turismo actual en la zona se viene fraguando desde los 70, cuando la competencia turística se hizo voraz: «De ahí datan las primeras ofertas etílicas –recuerda Tomeu Canyelles, coautor del libro­–. Mientras que en los 80 terminó de especializarse: bajada de precios, aumento del ocio nocturno y viajeros que, además de sol y playa, buscaban juerga y alcohol barato», enumera Canyelles.

Aquellos veranos. Turistas británicos en el Magaluf de principios de la década de los 80.

El historiador recuerda que en los 80 ya aparecían noticias en los medios hablando de turistas precipitados, pero no se acuñó el término balconing hasta 2011, cuando un presentador de la BBC falleció tras una caída. «El problema en esta zona turística está enquistado. Parar la maquinaria va a ser mucho más difícil», lamenta.

Por su parte, Gabriel Vives, coautor del libro, destaca que en 2014 se disparó la mala fama de Magaluf cuando el famoso vídeo del mamading se viralizó a nivel mundial y puso sobre la mesa la necesidad de cambiar el modelo turístico en la zona. «Magaluf acarrea problemas desde hace cuatro décadas. Ya en los 80 se producían altercados, juergas sin fin y violaciones, solo que ahora las redes sociales son un altavoz muy potente», apunta Vives. «El problema de esta zona es estructural: hay sobreoferta hotelera, acarrea muy mala imagen y una dependencia brutal del mercado británico. La solución no es fácil», finaliza.

Habrá que ver qué suponen estos dos meses de cierre, y si en 2021, cuando los ecos de la pandemia del coronavirus se apaguen, de qué manera reabre Punta Ballena. ¿Los negocios cerrados serán capaces de sobrevivir a la crisis? ¿Los turistas dejarán atrás un destino turístico que arrastra 40 años de polémicas?.

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