Si no fuera por las mascarillas, el día 1 de la nueva normalidad habría parecido un día más en la plaça d'Espanya. Este cruce de caminos esconde, sin embargo, más vida de la que se aprecia si una va con prisa y no reposa la mirada. Un grupo de jubilados de la zona se reúne cada día para sacarle más punta a la actualidad que algunos diputados del Parlament.
El que tiene más ganas de hablar es Alejandro Coronado, un manchego que vive en Mallorca desde hace 60 años y que asegura haber leído el Quijote más de 50 veces. Cada día iba a la biblioteca de Cort o a la de Joan Alcover a leer los periódicos. Tiene opinión sobre casi todo: sobre la «horrorosa» placa oxidada que hay en reconocimiento a Gaspar Bennàssar, sobre el recorrido de la línea 3 de la EMT, sobre el número de funcionarios de Japón comparados con los de España, sobre el pavimento de la plaza. «Si se llamara plaça de Catalunya habría dinero para arreglarla», asegura.
Junto a él se sienta Pepito, ‘el mujeriego', un mallorquín que también opina mucho: «Hay que subir el sueldo a los políticos, al Rey y a Urdangarin», ironiza. No les gusta mucho hablar del confinamiento y del coronavirus, pero Pepito cree que el Gobierno lo ha hecho muy bien. Los otros dos compañeros de tertulia son Antonio Delgado y Bartolomé Bergas. Escuchan y no se pronuncian.
Cerca de ellos, en otro banco, también se juntan cada día José Fernández, mallorquín, y Manuel Ramírez, de la Península. Ramírez cree que el Gobierno nos ha mentido y que detrás de la pandemia están George Soros y Bill Gates. «Han maniobrado para que pase todo esto», afirma sin dar más detalles.
En la confluencia de esta plaza con la de la Porta Pintada, Rafael Pérez Jiménez dice que su misión en la vida es sembrar. Es el primer día que sale a repartir pasquines de la iglesia cristiana evangélica desde el confinamiento. Pocos se paran a escucharle. «A la gente le cuesta mucho esto de las cosas de Dios», se lamenta. ¿Y cómo se explica el coronavirus desde su visión religiosa? «Si Dios ha permitido que sucedan estas cosas es por algo», dice. Como Manuel Ramírez con lo de George Soros y Bill Gates, tampoco él da más detalles.
Adriana Martínez y su hermano Pablo no están para tertulias ni para averiguar quién está detrás de la pandemia, si Bill Gates o Dios. Han ido allí con una misión: cazar pokémons. En el mundo virtual de los pokemon, la estatua de Jaume I es un gimnasio de estas criaturas y el objetivo del juego es hacerse con él. Adriana no ha tenido suerte, pero sí ha cazado a sus anchas porque ayer soltaban a dos de estos seres virtuales y, como había poca gente porque todo el mundo estaba la nueva realidad de la playa analógica sin turistas, la caza era más fácil. Adriana y Pablo venían de la catedral con su madre, Vanessa Beltrán, y Juan Ignacio Carvajal.
—¿De misa?
—No, hombre; de visita.
Va a tener razón Rafael Pérez con eso de que a la gente le cuesta mucho lo de las cosas de Dios.