A veces la frontera de una ciudad no la marca ni el norte ni el sur, ni el este ni el oeste, ni siquiera el centro de la periferia. A veces es la desigualdad económica la que crea una barrera que dificulta aún más el acceso. Entre el barrio de La Soledat y Jaume III distan tres kilómetros de distancia, 38 minutos andando a buen paso y una brecha de más de 20.000 euros de renta media entre los residentes de una y otra zona. Pero la desigualdad económica parece convertirse también en desigualdad electoral: en el primero, casi la mitad de los vecinos no acudieron a votar en las elecciones generales del pasado 28 de abril; en el segundo, el 78 por ciento depositó su voto en la urna. La diferencia es abismal.
No es una casualidad. Sucede en las grandes ciudades de todo el país. Los datos demuestran que, a pesar del efecto llamada al voto de los partidos y la alta participación, los barrios con rentas bajas se abstuvieron mucho más en las elecciones generales de abril que las zonas más acomodadas. Son Gotleu (51 %), La Soledat (50 %), Estadi Balear (51 %) y Nou Llevant (49 %) son los barrios más abstencionistas de Ciutat. Pero si vamos más allá, y uno echa un vistazo a la participación calle por calle, en alguna de estas barriadas se encuentra con un distanciamiento entre la ciudadanía y sus representantes políticos que invita a la reflexión: la abstención en las vías ubicadas alrededor de la parroquia de La Soledat (Fornaris, Siquier, Rector Prieto y Bogotá) llegó hasta el 73 %; en la calle del Regal, en Son Gotleu, hasta el 74 por ciento; mientras que en las casas de Corea el dato era aún mayor, casi el 79 por ciento de los residentes se quedó en casa el día de las Generales.
Coinciden estas zonas con un estudio sobre exclusión social presentado hace dos años por el Consistorio palmesano en el que estas barriadas ofrecían similares características comunes: una mayor densidad de población y un valor medio de la vivienda más bajo. Además, una tasa de instrucción insuficiente y elevada y un bajo índice de personas con titulación universitaria.
La Soledad. Un barrio cortado en dos por la calle Manacor que necesita más apoyo municipal.
Falta de participación
Plaça Sant Francesc Xavier. La Soledat. Lunes 8.30. Llueve. Poca gente se deja ver por uno de los puntos de encuentro habituales de esta conocida barriada palmesana. El habitual ‘bon dia' se escucha varias veces mientras esperamos a Juan Monserrat, presidente de la Associació de Veïns La Soledat, todo un veterano en la reivindicación vecinal. Queremos tomar el pulso al barrio, saber por qué la desafección política es más latente en esta barriada. Lo primero que nos dice es que La Soledat tiene «más mala fama de la que se merece», aunque también confiesa que ha dejado de ser el barrio al que llegó hace más de 35 años: «La gente va a la suya, es poco participativa y nos cuesta que colabore en las actividades. Los más veteranos han fallecido o se han mudado a otras zonas», lamenta, al tiempo que llega otro socio, Francisco Bennasar, que lo primero que nos dice es que no piensa votar: «Cuando vengan a aquí a algo más que a hacerse la foto o cuando veamos al policía de barrio patrullando estas calles solo entonces iré a votar», recalca el jubilado.
En el bar Chaparro nos sentamos a hablar con un grupo de mujeres que primero nos miran con desconfianza y después nos dan frases para rellenar tres páginas, eso sí, sin fotos, que no han ido a la peluquería: «Yo fui a votar en las Generales y luego en las Autonómicas y pienso volver a hacerlo la próxima semana. Por mí que no quede», comenta Regi, que lleva la voz cantante. En la posición opuesta está Azucena, que señala que fue a votar con 18 años obligada por su padre y ya no ha vuelto a hacerlo porque «si nunca han hecho nada por nosotros, por qué voy a votarles yo», nos pregunta, mientras que Soledad se levanta y nos dice que su único capricho es el café diario con sus vecinas: «He trabajado toda la vida, he tenido dos hijos y me he quedado viuda. Ahora tengo a uno fuera de Mallorca porque no encontraba trabajo aquí, y la otra ha vuelto a casa, separada, con dos niños pequeños, sin trabajo y sin piso propio porque se lo quedó el banco. Vivimos cuatro de mi jubilación de 980 euros. Y no me quejo, que en mi escalera hay gente que está mucho peor», nos dice sonriendo mientras se aleja. Todo un ejemplo de dignidad.
Mateo Noguera y Jaime Domingo, dos vecinos de La Soledat cansados de promesas y ninguna respuesta de las instituciones.
En la barbería de la misma plaza hablamos con Mateo Noguera y Jaime Domingo. El primero asegura que si le damos dos buenas razones para ir a votar y una para elegir la papeleta de un partido en concreto, está dispuesto a hacerlo, mientras que Jaime, enfadado con la clase política y con sus vecinos, no deja de repetir que el barrio cada vez está peor: «Okupas, suciedad, ruidos, altercados... y aquí nadie hace nada. Esto es un desmadre. Uno tiene ganas de irse. Pero a dónde», finaliza.
Pepi Jiménez lleva 15 años limpiando las mismas calles en La Soledat.
De camino a la parroquia de La Soledat, según los vecinos, el «pegamento» que une a muchos residentes, hablamos con Pepi Jiménez, trabajadora de Emaya en la zona desde hace 15 años. No reside en La Soledat, pero tiene familia en el barrio: «Aquí lo que hay es un problema de civismo. Cómo van a ir votar si hay gente que te tira la basura desde su ventana. No les importa nada, mucho menos votar». Mientras que el párroco de la zona, Miquel Company, asegura que la gente te gana el corazón, pero tampoco duda en confesar que en La Soledat hay mucha gente mayor y una gran densidad de población, «lo que genera un problema de convivencia e incivismo. Pero si nadie responde a sus necesidades, y se sienten invisibles, por qué deberían depositar su voto la próxima semana. Ellos saben que todo va a seguir igual, nada va a cambiar», dice resignado.
Miquel Company, párroco de la barriada.