En la desértica acera del Passeig Marítim de Palma, el hotel THB Mirador mantiene sus puertas abiertas convertido en un refugio tranquilo para los profesionales sanitarios; en su particular descanso del guerrero. Desde primeros de abril, la cadena facilita sus instalaciones a aquellos trabajadores activos de los centros de salud de Baleares que necesiten estar aislados de sus familiares por motivos de seguridad.
Es el caso de David Sunil, de 37 años, auxiliar de enfermería del hospital Son Llàtzer. Solicitó a través del IB-Salut un lugar donde vivir mientras trabajaba porque «mi padre es diabético y mi madre sufre hipertensión. Tenía miedo de llegar a casa y pensar que por mi culpa les pudiera contagiar». Entró en el hotel el día 3 de abril sin fecha de salida. Irse de casa no era una opción, sino una necesidad cuando los casos por la COVID-19 empezaron a multiplicarse. «Al principio fue duro tomar la decisión de alojarme en el hotel, porque aquí estas solo, aislado. Solo salgo a trabajar. Pero al final te acostumbras».
Adaptación
«El gran reto fue adaptar el hotel para la llegada de los sanitarios en tan solo cuatro días», explica Ismael Arévalo, director general de operaciones de THB hotels. El ejecutivo asegura que la compañía hotelera «ha estado concienciada desde el primer momento con la situación y hemos querido aportar nuestro granito de arena y hacer todo lo posible para apoyar al sector sanitario».
IB-Salut habilitó el servicio de limpieza, de lavandería y de alimentación. Cada día llegan cajas individuales con materiales desechables. Los huéspedes bajan al hall, en las horas establecidas, a recoger su comida y vuelven a subir a sus habitaciones.
Aina López, de 22 años, es sociosanitaria de la residencia Son Tugores. Como David, también llegó con sus maletas el pasado 3 de abril. En su caso, su madre trabaja en un centro sanitario «donde sí había positivos». Como Aina trabaja con un sector de riesgo, «decidí venir al hotel». Al principio, cuenta, fue difícil adaptarse a esta soledad «sin poder abrazar a mi familia». Sin embargo, llama todos los días a su pareja, a sus padres e incluso a su abuela.
En la actualidad hay 82 trabajadores alojados en este hotel, y desde principios de abril han pasado un total de 110 profesionales. De éstos, tres personas dieron positivo en coronavirus. «En el momento que se da un caso de la COVID-19, el profesional se traslada a un centro sanitario y automáticamente se bloquea la habitación para su uso», detalla Ismael Arévalo.
Las medidas de precaución, facilitadas por la Conselleria de Salut desde el primer momento, se llevan a rajatabla en esta instalación. Las zonas comunes están inhabilitadas, se prohíben las visitas y cada vez que entra personal externo debe registrarse. «Ahora mismo, nuestra única misión es hacer la vida más fácil a estos sanitarios. Que se sientan arropados», sostiene Arévalo, que añade que muchos proveedores de su cadena se han volcado con estos huéspedes tan especiales otorgando, gratuitamente, sus productos.
«Cuando me dijeron que pasaba a la UCI, me puse a llorar. Me iba a la guerra». Lo cuenta Laura González, de 40 años y auxiliar de enfermería de Son Llàtzer, que este viernes, después de 34 días, hizo las maletas para dejar su habitación y volver a casa, junto a su familia. En el momento que se enteró que el hotel habilitaba su espacio para los sanitarios, enseguida se puso en contacto con la gerencia de su hospital para pedir alojamiento. «Se han portado muy bien conmigo», asegura. Ahora Laura vuele a su hogar sin trabajo. «Me dicen que ya no hay más contratos. Estoy peor por esto que por haber trabajado en la UCI», lamenta.