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Pandemia de coronavirus

Un país sin sentido común

Dos jóvenes paseando por una calle de Palma. | Teresa Ayuga

| Palma |

Cuando empecé a trabajar en la Administración, descubrí la mentalidad reglamentista a través de un director general que redactó la primera versión del canon del agua, que aún se aplica hoy en Baleares, pero que usted conoce en una versión totalmente reformulada.

El buen hombre tenía intenciones plausibles, pero no era realista. Primero, decidió que sería progresivo, de forma que pagaba más quien más agua consumía; después el precio se corregía en función de la renta, del número de hijos, de la situación laboral, de si vivía en zona urbana o rural, de si tenía contador individual o colectivo, y hasta de los metros cuadrados de jardín. Con una variable el impuesto aumentaba, con la otra bajaba, con la tercera ya nadie sabía qué ocurriría. Un galimatías que define la mentalidad del burócrata de manguitos, que hoy se ha encaramado hasta Moncloa.

La salida del confinamiento adoptado en la lucha contra el coronavirus es igual, no matará al virus, pero lo enloquece. Hay que ir por la calle con un cronómetro, con un metro y, sobre todo, con el Boletín Oficial, para adivinar si estamos o no dentro de la Ley. Porque las normas varían por días, por horas, por población del núcleo, por edad del afectado, por metros cuadrados del local. Un despiporre.

Yo me pregunto ¿por qué el gobierno tiene que decirle a alguien si puede o no cultivar un huerto, cuando este es un trabajo individual en el que las plantas no suponen riesgo de ninguna clase? ¿Por qué no la agricultura casera y sí la construcción? ¿Tiene algún sentido permitir los baratillos a partir del 11? ¿Por qué podemos ir en metro o bus y no en avión? ¿Por qué no a las actividades culturales en los museos? ¿Por qué se puede ir al peluquero y no hacer la presentación de un libro en un museo? ¿Por qué no podemos traspasar el límite del municipio en bicicleta o corriendo? Dice la norma que cuando en un comercio minorista no se pueda garantizar la distancia de dos metros entre clientes (¿y qué es garantizar?), sólo se permitirá uno en cada local. ¿Saben cuántas veces nos hemos topado tres clientes en el mismo metro cuadrado de supermercado, pese a tomar todas las cautelas? ¿A qué viene una hiperregulación de la asistencia a los congresos académicos? ¿Algún ministro del ramo, Pablo?

Se puede visitar a un amigo o conocido desde el 11 de mayo, pero no se puede ir a una segunda residencia en la misma provincia hasta el 25. ¿Aparte de un aprorismo ideológico, hay algún motivo para esto? Desde la segunda semana se permiten las visitas a las residencias de personas tuteladas, sin saber si el visitante es o no un enfermo asintomático. Se reabren las guarderías para los niños de familias cuyos padres acrediten que tienen que trabajar. ¿Es decir que si hay riesgo, que es despreciable, estos niños han de aceptarlo, mientras que los demás se deben quedar en casa? ¿No sería mejor estudiar el caso y abrir para todos o no abrir para nadie?

En ESO y bachillerato, se permite la reanudación de la enseñanza ‘con carácter voluntario'. ¿Por qué voluntario? ¿Tiene el gobierno algún sentido de la responsabilidad para permitir que quien no quiera no acuda a estudiar? ¿Por qué es obligado hacer el examen de acceso a la Universidad y no se pueden hacer los exámenes finales de curso de los mismos estudiantes?

¿Por qué un municipio como Bunyola, que tiene una entidad menor, puede hacer deporte todo el día? ¿Es que el virus le tiene miedo a las entidades menores? ¿Por qué se limita el transporte público al treinta por ciento del habitual, cuando en todo caso debería normalizarse para que los pocos viajeros dispusieran de más espacio y tuvieran menos ocasiones de amontonarse?

¿Qué sentido tiene para un peninsular que vive cerca de una frontera de provincia pueda desplazarse en un sentido quizás cien kilómetros pero cero en el otro? ¿Y qué hacen los de Treviño? ¿No sería más razonable limitar a veinte, treinta o cincuenta kilómetros la distancia a la que podamos desplazarnos?

Mi impresión inicial fue que esto era una chapuza. Lo mismo pensé cuando Perú decidió que los hombres y mujeres podrían salir a la calle en días alternos, como el si virus fuera así de selectivo. Cuando vi lo que está haciendo Chequia, lo confirmé: España está a medio camino entre el tercer mundo y la civilización. En Chequia hacen los tests a todo el mundo. A los positivos les hacen descargar una app y los siguen. Un equipo de gente detecta si se han encontrado con otros, y les recuerda por teléfono que se abstengan de salir. En cambio, los que no tienen el virus, sólo deben de preocuparse de no acercarse a los que sí lo tienen. Chequia se ha inspirado en el modelo alemán, en el de Singapur y en el de Corea. Y gestiona. ¿Oís?: gestión.

Nosotros también necesitamos una app, pero para descifrar qué norma se aplica hora a hora, persona a persona. Como la que hubiéramos necesitado si el canon del agua de mi amigo hubiera prosperado. Un país de burócratas que sólo son capaces de escribir normas en el Boletín Oficial no iba a adquirir sentido común así, sin más.

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