¿Cómo trabaja un fotoperiodista sin cámara, papel o lápiz? ¿O un jugador de fútbol sin balón? Pues algo así es lo que se ven obligados a hacer a diario los investigadores marinos del Instituto Español de Oceanografía (IEO), pero en este caso sin barcos científicos para echarse a la mar, varados la mayor parte hasta nuevo aviso por la falta de gasoil, sin ordenadores o material de laboratorio adecuados a las necesidades de los estudios punteros que llevan a cabo.
La plantilla de la entidad que desde 1914 investiga el océano, con nueve sedes repartidas por la geografía española –A Coruña, Vigo, Gijón, Santander, Murcia, Palma, Canarias, Cádiz y Málaga, además de la sede central en Madrid-, lleva años denunciando la mala gestión, la falta de medios técnicos y humanos y, sobre todo, las trabas burocráticas que entorpecen el correcto funcionamiento de un organismo científico de primer nivel como este. Desde este mes de febrero ya califican la situación como de «quiebra técnica».
Estudios en peligro
El Centro Oceanográfico de Baleares no ha escapado a esta deriva. El Francisco de Paula Navarro, el barco destinado a las campañas científicos de la sede, lleva inutilizado desde 2017 por un problema del motor que no se ha solucionado, simplemente porque no hay dinero para repararlo. Hace unos meses se trasladó a dique seco porque comenzaba a mostrar signos importantes de deterioro, con el consabido coste extra, aunque este mismo jueves ha vuelto al agua con el objetivo de trasladarlo a Vigo para su reparación, si encuentran un remolcador dispuesto a hacerlo.
Rosa Balbín, investigadora marina en las Islas y una de las más críticas con la situación del IEO en redes sociales, denuncia que «están poniendo palos en las ruedas de la investigación de este país», lo que está causando que muchos estudios vitales para conocer el estado de salud del ecosistema marino de Baleares se estén retrasando por la parálisis que sufre la institución desde que pasó a ser Subdirección General en 2010, y que se ha agudizado en los últimos años.
La salida pautada hace unas semanas a Cabrera para conocer el estado de la única nacra superviviente en este parque nacional tuvo que ser suspendida porque no había fondos. Además, el estudio del índice larvario del atún rojo dirigido a mejorar las estimaciones sobre el estado de la población de adultos reproductores también peligra. Y afecta nada menos que a la cuota de pesca de esta especie. Y son solo dos ejemplos de los muchos que hay. «Estamos perdiendo competitividad, retrasando proyectos –en el mejor de los casos – que habíamos ganado en concursos abiertos o que obtengas financiación de Europa para un estudio que se debe ejecutar en un plazo fijado, y pierdas el dinero y la oportunidad porque cuando te autorizan el gasto ya no tienes tiempo material de acometerlo. Por no hablar de los puestos de trabajo que se pierden por esta inoperatividad. No nos dejan contratar, aunque tengamos dinero para ello», lamenta Balbín.
Crisis en el centro
La asfixia financiera del centro en las Islas ha llegado a tal punto que los trabajadores prefieren pagar de su bolsillo la gasolina de los desplazamientos, sin saber cuándo la cobrarán, porque si no estarían con los brazos cruzados. Covadonga Orejas, otra científica del centro, relata como el IEO le negó la adquisición de discos duros externos para guardar los vídeos submarinos de alta resolución que debía compartir con sus colegas europeos, así que optó adelantar los 1.500 euros de una licencia de Dropbox Bussiness. Lleva tres meses esperando a que le abonen esta cantidad: «Pero esto no es lo peor, ni que mis compañeros de Edimburgo me paguen los traslados a las reuniones obligatorias de los proyectos que tenemos en común, sino que tengo derecho a contratar gente, que ha pasado largos procesos de selección y han dejado proyectos para venir a nuestro centro, y su contrato esté sobre la mesa de algún funcionario esperando a tener el visto bueno. A mí eso sí que no me deja dormir», lamenta Orejas.
Misma frustración comparte su colega, Lucía López, investigadora postdoctoral con un contrato temporal de dos años, que se ha pasado los primeros doce meses haciendo el trabajo de varias personas porque, aunque ha ganado varios proyectos, no le han dejado contratar a las personas necesarias: «Este colapso ha salpicado mi trabajo, y es una lástima porque podríamos haber hechos tantas cosas», finaliza.
Aunque pueda parecer una simple anécdota en un panorama tan desolador, la empresa suministradora del papel higiénico se lo está fiando, aún «a sabiendas de que es una incógnita cuándo va a cobrar».
En agosto de 2018, la investigadora Salud Deudero ya dio la voz de alarma, renunciando a su puesto como directora de la sede en Baleares ante la evidente falta de medios para trabajar, y denunciando que la obligatoria fiscalización de Hacienda de todo gasto imposibilita la ejecución de proyectos de investigación: «La ciencia tiene su propia rutina y necesita agilidad. Que la plantilla gane más proyectos de investigación competitivos en concurrencia no sirve de nada si no va acompañada de la necesaria modernización en el sistema de gestión y en la estructura del organismo», critica Deudero, que recuerda situaciones tan surrealistas como la falta de sillas para los trabajadores, la compra de ordenadores, que tardan un año en aprobarse, o redes tomamuestras para recoger microplásticos, que tardaron un ‘tiempo récord' de tres años en llegar al IEO.
El sustituto de Deudero desde 2018 es otro investigador, Antoni Quetglas, que no ha podido responder a las preguntas de Ultima Hora, asegura, «porque tiene un correo de Madrid en el que se especifica que los responsables de los centros del IEO no pueden hablar con la prensa sobre la situación de esta institución».
«El modelo está obsoleto y se centra más en hacer papeleo que en la investigación. La ciencia no se adapta a este control del gasto. Hacen falta leyes y reglas adaptadas a ella»», finaliza Rosa Balbín.