Tengo algunas preguntas cuya falta de respuesta me inquieta. Pero quiero explicarme: no tengo la intención de fastidiar, sino de aclarar, de entender qué estamos haciendo, el porqué de las instrucciones que recibimos, los objetivos de que estemos como estamos ahora mismo. Ahí van.
Primera. ¿Cómo es que sigue muriendo gente por el coronavirus, cuando llevamos ya más de un mes confinados? Si yo lo entendí bien, entre que se contrae y se manifiesta, el virus necesita de una semana. Si esto es verdad, hace ya semanas que los casos nuevos que se registran proceden de una España confinada. ¿Han visto ustedes una variación significativa en el número de casos antes y después de las medidas de confinamiento? Yo, no. ¿No era que la confinación era fundamental? Si miramos el caso de Italia, las dudas son aún mayores: llevan dos semanas de confinamiento más que nosotros y los casos van bajando, pero con tanta lentitud que es muy dudosa la eficacia del aislamiento.
Segunda, ¿en qué se ha notado la confinación extra-dura que se aplicó durante dos semanas, paralizando todas las actividades no esenciales? Si uno mira las curvas famosas, no aprecia para nada una variación acorde con las fechas en las que se introdujeron esas variaciones adicionales en el aislamiento. Lo lógico sería que en la línea que refleja el número de casos se apreciara claramente la fecha de entrada en vigor de los aislamientos. ¿O es que no tienen nada que ver? ¿Y si no tienen nada que ver, para qué los hacemos?
Tercera, ¿por qué los alemanes mueren menos? Dicen que allí se hacen más análisis que aquí. Entiendo que hagan más análisis, pero con análisis o sin análisis, los contagiados, en una proporción determinada, terminan por morir porque que yo sepa ni ellos ni nosotros tenemos un tratamiento para el Covid. Ellos tienen también casi doscientos mil diagnosticados y, sin embargo, el número de muertos es un sexta parte que los nuestros. ¿Puede alguien explicármelo para que yo lo entienda?
Cuarta, siguiendo con Alemania. ¿Por qué los alemanes –y los holandeses o los suecos– no tienen prohibición alguna en vigor, salvo recomendaciones para no estar cerca de los demás? Ya sabemos que nosotros somos menos disciplinados, pero la escena de España en estos días ¿es tanto peor que la de las ciudades alemanas, como para justificar tal diferencia en el número de afectados y, sobre todo, de muertes?
Quinta, ¿por qué razón en muchos países europeos es posible salir de casa a hacer deporte –ya me entienden, una vuelta en bicicleta, un poco de footing– y aquí no? Si esa fuera una cuestión importante, ¿por qué España e Italia, donde el confinamiento es más estricto, tienen los índices de mortalidad más altos?
Sexta, he seguido las medidas de confinamiento en varios países de Sudamérica y resto del tercer mundo, e incluso he escrito sobre ello. En muchos países, los confinamientos son un chiste. Peor, un desastre. Ustedes vieron en la televisión la imagen de millones de indios aglomerados para coger autobuses, o cientos y cientos de jubilados en Sudamérica esperando horas amontonados para cobrar la pensión. Es cierto que en esos países hay muertos por coronavirus, pero si comparamos con España, con nuestro aislamiento, allí no debería quedar nadie vivo. ¿Cómo se explican estas diferencias tan brutales?
Séptima, ¿pero ustedes saben cuántas veces, cuántos expertos, cuántos científicos nos han venido diciendo que las mascarillas eran inútiles? ¿Cómo pueden cambiar de criterio así, de la noche a la mañana, sin explicarnos si nos mentían antes o si nos mienten ahora? No lo digo por fastidiar, sino simplemente porque quiero que las autoridades de mi país conserven la credibilidad. Acepto que una mascarilla no puede hacer daño, pero ¿hay una razón para el cambio de opinión?
Octava, no hace ni dos semanas nos hablaban de mandar a las personas con el coronavirus que fueran asintómaticas a un hotel o a un polideportivo. ¿Ya no tiene importancia que esta gente, quizás yo mismo, se muevan por la calle como si nada?