Durante la crisis económica fueron muchas las viviendas que se quedaron a medio construir o no llegaron a venderse por la quiebra de la empresa constructora. Estos inmuebles acabaron con frecuencia en manos de entidades bancarias que aún hoy los tienen en estado de abandono y muchos han terminado siendo ocupados ilegalmente por personas sin otros recursos. Uno de estos edificios se encuentra en la calle Aragón de Palma, a la altura del número 88. Se trata de un bloque de seis alturas donde hoy día malviven una serie de personas, sin luz ni agua que se sepa, más allá del ingenio que hayan podido desplegar sus moradores para hacer más llevadera su estancia.
Los vecinos más cercanos a la vivienda saben que están ahí, aunque, en honor a la verdad, «les oímos más que verles». Hasta el momento, algunos testigos dicen que llevan ahí menos de un año, no han causado demasiados problemas a la barriada, «aunque una vez intentaron robar una escalera de una cochera cercana», recuerda Magdalena, una residente de la zona.
Ruido
La policía ha sido requerida en algunas ocasiones, porque a veces sí provocan bastante ruido. «Yo les he oído pelearse y gritarse, no sé cuántos son, pero hay tanto hombres como mujeres y a veces montan bastante follón, se insultan, se dicen de todo», admite Mateo. Este residente recuerda que «la obra se paró hace por lo menos cinco años, pero al principio el edificio estaba vacío».
Tampoco se sabe muy bien de dónde son, «lo único que puedo decir es que hablan español, al menos algunos de ellos, como una mujer que parece ser la líder del grupo y es la que, por ejemplo, montó el candado en la puerta por la que entran y salen», añade Magdalena. Estos vecinos saben de un matrimonio cuya casa está pegada al edificio «que sí están preocupados porque tienen nietos y temen que pueda caer algo al patio mientras los niños juegan», comenta otra de las residentes en la barriada.
En un negocio muy cercano confirman que «han sacado algunas de las ventanas, suponemos que para venderlas, por lo que han colocado telas para tapar los agujeros». También han quitado enchufes y el portero automático del inmueble está destrozado. Pero insisten en que «nosotros no hemos tenido ningún problema con ellos desde que estamos aquí, al menos durante el día que es cuando tenemos el local abierto». Tampoco en una peluquería colindante quieren decir mucho: «Nosotros no sabemos nada ni les hemos visto», explica uno de los peluqueros.
Por el momento la convivencia con el entorno es pacífica, los problemas se reducen al ruido que provocan sus habituales peleas.