La imparable eclosión de Ciudadanos, salvando las distancias históricas y las coyunturas económicas, recuerda cada vez más el crecimiento espectacular de la extrema derecha en la Alemania de los años veinte contra la 'corrupta' república de Weymar, y en los treinta en la también 'corrupta' república francesa. En España su irrupción va de la mano de José Antonio Primo de Rivera, hijo de Miguel, el general que acabó con el régimen de la Restauración (1876-1923) y aquel 'nefasto' bipartidismo con el apoyo del Rey Alfonso XIII y al cual arrastró en su caída, dando paso a la Segunda República, que acabó en un baño de sangre.
Los tiempos son diferentes. Hoy día las urnas son indestructibles. Pero el cliché Ciudadanos se parece a antaño en dinámica y en flujo político: se trata de un partido absolutamente nuevo, abanderado de la anticorrupción, ni de derechas ni de izquierdas, profundamente displicente hacia 'lo viejo', que postula una España de 'individuos libres e iguales', despreciando culturas milenarias y personalidades propias edificadas generación a generación durante siglos. José Antonio le llamaba a ese nuevo túrmix uniformador: 'unidad de destino en lo universal', frase huera que en realidad significaba expulsar ideologías de izquierdas, nacionalismos 'caducos' periféricos y a una derecha a la que identificaban con 'el hampa' y a la que querían sustituir.
La irrupción de Ciudadanos hizo gracia tanto a PP como a PSOE. A los de Rajoy porque les podían servir para recoger votos que, sin su existencia, acabarían en manos de la izquierda. Además, actuaban de fuerza de choque contra los independentistas catalanes. Rajoy, paternalista, pensaba: «Al final pactaremos con ellos y estabilizaremos la situación». Al PSOE también le hizo gracia 'Rivera el joven'. De hecho, Pedro Sánchez pactó con él un programa de Gobierno en 2016 que no llegó a buen puerto por la oposición de Podemos, pero estuvo a punto.
Ahora tanto PP como PSOE se han puesto en guardia. Ven a un Rivera desmelenado que exige aplastar el nacionalismo catalán (no 'reconducirlo') y que se quiere cargar el cupo vasco (el 'cuponazo', dice Ciudadanos) en plan trituradora. Ven a un Rivera que impone sus condiciones con un descaro desmelenado sin reparar en las consecuencias y se prepara para llegar a Moncloa. Rajoy ya le llama 'aprovechategui`'.
¿Cómo se autodefine Ciudadanos? Se declaran liberales e hijos de la Constitución de 1812 pero a partir de esta aseveración (también huera) sólo exhiben vacío ideológico. Para ser liberales, no han hecho ni la más mínima reivindicación de la gran importancia histórica del liberalismo del siglo XIX (de raíz masónica y gran calado intelectual). Ni una palabra de tantos y tantos liberales decimonónicos que sufrieron el exilio en Londres, París o Bruselas. Ni una palabra de recuperar su obra. Ni un gesto de agradecimiento intelectual a Torrijos, Istúriz, Argüelles y tantos otros. Nada. El vacío. La nada. El olvido. La desmemoria. Sólo cuenta 'lo nuevo'. Sólo el desprecio al que no piense como ellos. Igual que el falangismo de los treinta.
El componente sociológico de Ciudadanos es urbano y proviene de los grandes núcleos que nacieron y progresaron con la inmigración y el progreso económico y que no sienten como suya la personalidad social, cultural y lingüística propia de la comunidad en la que viven. Sólo ven 'individuos libres e iguales' y predican una nueva 'unidad de destino en lo universal'. A eso muchos le llaman 'alienación convertida en instrumento político'. En Cataluña sectores afines a Ciudadanos se han inventado 'Tabarnia', en sus zonas urbanas de influencia. Y tienen una gran fuerza en Madrid, comunidad que ha más que doblado su población en treinta años mientras las dos Castillas se despoblaban a marchas forzadas.' A sociedad nueva, unidad de destino en lo universal nueva'. Es el espíritu de José Antonio renovado, con capacidad para influir en masas urbanas desideologizadas o desculturalizadas en pleno siglo XXI.
Ahora PP y PSOE comienzan a estar preocupados. Empiezan a ver que Ciudadanos es una apisonadora sin freno. En los años 30 la Falange se comió a los partidos de derechas, comenzando por la potente CEDA y acabó trasformada en Movimiento Nacional. Fue su final porque Franco se quedó con la marca, pero también el de los que no supieron ver el empuje de 'lo nuevo' en una situación de crisis de 'los viejos partidos'.
Otra frase huera de José Antonio comienza a infiltrarse de manera 'democrática' y 'liberal' en las conciencias de muchos votantes de los núcleos urbanos no excesivamente identificados con la comunidad histórica en la que viven: «el ser de derechas, como el ser de izquierdas, supone siempre expulsar del alma la mitad de lo que hay en nosotros». José Antonio no quería para sí 'una parte'. Lo exigía TODO. Era una ideología sin pasado y sin raíces, pero que aspiraba a la TOTALIDAD del presente y del futuro.
PP y PSOE comienzan a arrugar la nariz. Ahora ven que, si le dejan, Albert Rivera es capaz de laminar a sus propios partidos, las instituciones catalanas y vascas y poner la apisonadora contra el conjunto del Estado de las autonomías. 'Ni de derechas ni de izquierdas, ni nacionalistas ni autonomistas'....Tabla rasa o...'neofalangismo', democrático, por supuesto.