Con una participación electoral inmensa; con los principales líderes políticos y sociales independentistas entre barrotes y sin poder hacer campaña electoral o bien expulsados a Bruselas cual apestados; perseguidos todos ellos por el delito de rebelión (el mismo que se aplicó a los republicanos que se opusieron al golpe de Estado de Franco en 1936, que no reconoce la justicia belga) y, sobre todo, con un despliegue mediático madrileño jamás visto del hasta ahora, presionando por tierra, mar y aire a favor del 'bloque constitucional', lo cierto es que los independentistas, divididos en tres formaciones, desconcertados por la presión de Fiscalía y judicial, y habiendo sido expulsados de las instituciones de autogobierno, han revalidado mayoría absoluta en escaños y mantienen posiciones en votos, muy cerca del 50%. Han superado en sufragios y asientos al 'bloque constitucional' y, como guinda del pastel, justo en medio queda el limbo de los podemitas, que nunca se sabe hacia que lado pueden decantarse.
Esa es la dura realidad y surrealista realidad. La Generalitat está gobernada ahora por el PP, un partido que ha obtenido poco más del cuatro por ciento de los votos y una representación ridícula. Mientras, Europa mira atónita a una posibilidad aún más increíble: Puigdemont podría ser investido de nuevo president no en Barcelona, sino en Bruselas. Así de surrealista es la situación en Catalunya.
Lo ocurrido este jueves huele a la defunción de Rajoy. Ciudadanos, con su más de un millón de votos y convertidos en primera fuerza catalana, no ha podido con el conjunto del independentismo, pero ha finiquitado al PP, que ya puede poner sus barbas a remojar por lo que podría ocurrir en toda España en las próximas generales. Los independentistas han vencido en clave catalana; Ciudadanos ha ganado en clave española.
Rajoy se ha pasado años calentando los cascos a los soberanistas catalanes. Lo hizo para tapar sus vergüenzas de Gürtel, Bárcenas y demás miserias. Buscó una 'causa patriótica' , provocó a un 'enemigo exterior' que le salvase del plasma y del 'Luis sé fuerte'. Azuzó a los soberanistas y se autoerigió en fábrica de independentistas, que ayer (récord histórico) superaron con creces los dos millones de votos. M. Rajoy iba a 'descabezar' infieles para salvar su cabeza. Ha ido demasiado lejos. Y ahora no puede negociar ni con Puigdemont, ni con su propia sombra.
El actual atasco sólo tiene una solución, tan difícil como necesaria: reeditar el pacto Pedro Sánchez- Albert Rivera de hace cerca de dos años, buscar la ahora posible comprensión de Pablo Iglesias, echar a Rajoy de Moncloa e investir a Sánchez nuevo presidente para, acto seguido, iniciar negociaciones con los catalanes. Con una mano tendida y el miedo que llevan en el cuerpo es muy posible que haya acuerdo. Es más, andan locos para que se produzca un acuerdo noble entre demócratas dignos que supere la negra época de las imputaciones, los grilletes y la cárcel, que comenzó con 'el bigotes' y llegó hasta la Generalitat a fuerza de ventilador interesado. Moraleja del 21-D: España necesita un presidente que no tenga necesidad de provocar a enemigos 'externos' para salvar su propio pellejo político al verse acorralado y ahogado por la corrupción.
La nueva cámara catalana mirará a Puigdemont, su 'intocable' 130 president de la Generalitat. El Congreso español ha de mirar a Pedro Sánchez con Albert Rivera a su lado y con Podemos poniendo todo su sentido común sobre la mesa para llegar a un acuerdo con el soberanismo. Que el Código Político de la madre democracia resuelva el conflicto con un abrazo final. El Código Penal está para otros cometidos. Esa es la otra lección del 21-D: Independentistas (todavía, independentistas): 70 escaños. Mariano: 3 escaños.
¡Y qué decir del poderío mediático madrileño!: Se ha quedado tartamudo buscando excusas a su flagrante incompetencia para comprender que España es mucho más digna y enorme que la estrechez mental que anida entre el Manzanares y la M-30.