Las principales cancillerías europeas (Francia, Alemania e Italia, como mínimo) van a determinar el final del 'procés' catalán. Tras el Bréxit británico, la zona euro no está para movimientos de tierras. Puigdemont se ha ido a Bruselas sin calibrar que, con su presencia y sus palabras, encendía una cerilla cerca de un polvorín. Lo último que necesita ahora la Unión es una crisis de órdago propiciada por una nacionalidad sin Estado propio. El asunto catalán puede convertirse en una cadena de tensiones si no es atajado pronto. Ya no es solo Cataluña. Detrás están otros posibles focos de incipiente conflicto: Flandes, Bretaña, la Cataluña francesas, Córcega, Baviera, Toscana.. es demasiado. Más que suficiente para erizar el pelo a Merkel, Macron y Gentiloni. La cotización del euro está en juego y, lo que es peor para Puigdemont, la posibilidad de que se abran fisuras y contradicciones en los grandes Estados de la Unión. Estos Estados van a apuntalar y dar aliento a Rajoy como jamás España se ha visto tan apoyada por potencias extranjeras.
Ahora las grandes metrópolis están pidiendo celeridad a Madrid a marchas forzadas. El viernes de la semana pasada en el Consejo Europeo se conformaban con unas elecciones autonómicas en Cataluña el 21 de diciembre que aclarase el panorama. Aún creían que el caso catalán era un asunto menor, asumible desde la distancia. Reclamaron a Rajoy que convocase a las urnas cuanto antes para que la maquinaria democrática resolviese el conflicto.
Pero tras la llegada del mediático Puigdemont a Flandes, se dan cuenta de la mecha catalana avanza hacia un polvorín mucho más potente que el meramente español. Esa fuga lo ha trastocado todo. El independentismo ha logrado lo que buscaba: la internacionalización del conflicto, pero sin comprender que en todas partes cuecen habas. Y que en Europa, como en todas partes unos mandan y otros obedecen.
Las élites de Berlín, París y Roma se han indignado. Ahora el 'caso catalán' estrictu sensu pasa a tercer plano. El objetivo primordial de los grandes Estados es apagar un foco de fuego que podría convertirse en incendio europeo, controlable, por su puesto, pero que podría convertirse en peligroso si se le deja avanzar.
Por eso todo apunta a que se van a apretar las clavijas al Gobierno belga para forzar la expulsión de Puigdemont y sus exconsellers, lo más rápido posible. El 'escarmiento' que tanto busca Rajoy alcanzaría su zenit si fuese la policía belga la que devolviese a los prófugos catalanes. Las presiones deben ser enormes sobre el Ejecutivo de Bruselas. Hará falta, en teoría, un juicio de extradición en Bélgica, pero con importantes cancillerías apretando a grito pelado para que se haga por la vía rápida y sin contemplaciones. Es el drama del independentismo catalán, desde siempre. Han dado el paso hacia la independencia no sólo sin tener garantizados apoyos exteriores, sino cuando en Europa pintan bastos.
En este contexto, la jueza Lamela ha citado a Puigdemont y sus más directos colaboradores para esta misma semana. La celeridad es vertiginosa. Es más presión para las autoridades belgas.Y a un ritmo febril, porque la querella del fiscal general es de este mismo lunes. Los motores se han disparado a todo pistón. Los hechos se suceden sin aliento. Es el sello distintivo de los días dramáticos, los que pasarán a la historia, cuando el victimismo es devorado sin contemplaciones.
Los procesos se vuelven implacables cuando pierden la noción del tiempo, cuando acontece en un día lo que antes pasaba en un trimestre, o un día se convierte en veinte minutos. Las grandes cancillerías exigen cortar de raíz cuanto antes el asunto catalán. Ahora mismo, ni las elecciones convocadas por Rajoy el 21 de diciembre (imposición europea) parecen seguras.
¿Quién sabe si Rajoy tendrá permiso para aplazarlas hasta el próximo junio, que es el tiempo que necesita para asentar el 155 en Cataluña? Europa manda. Poco importan las heridas y cicatrices que puedan quedar al sur de los Pirineos. No quieren a flamencos, corsos, toscanos o bávaros encabritados. La pax europea pasa ahora por borrar del mapa a Puigdemont. Y muy deprisa, cuando aún estén a tiempo. Su rueda de prensa de este martes entre una gran presencia de periodistas ha sido decisiva. Ha provocado miedo. Ha marcado su final.
A partir de ahora, dejarán que el Estado español, con Rajoy al frente, haga su trabajo a gusto y sin ninguna cortapisas. Y si quiere aplazar las elecciones catalanas hasta que tenga el asunto atado y bien atado, los cancilleres de la Unión ya no le pondrán pegas. Al tiempo. Los grandes Estados no quieren Puigdemonts que desestabilicen la unión económica europea. Hay demasiado dinero en juego. Quieren la derrota electoral de los independentistas catalanes. Y para eso Rajoy tal vez necesite al menos medio año de aplicación del 155. Si en las próximas semanas ve que el independentismo se mantiene o sube en las encuestas 'reales', le darán margen para que aplace. Han visto que Puigdemont es un dolor de cabeza más grande de lo que creían. Han visto que es capaz de desestabilizar al sistema.