Si no hay un giro de última hora y regresa (o le obligan a regresar) a Cataluña, desde este lunes, Carles Puigdemont pasa a engrosar la lista de históricos presidentes catalanes que, antes o después de ser elegidos, han pasado por el destierro. Recordemos a Juan Prim (el autor del principio o 'caixa o faixa', o 'baúl o fajín de general') que huyó a Francia, Suiza e Inglaterra antes de pasar a encabezar la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 y ser nombrado jefe del Gobierno tras el derrocamiento de Isabel II, hasta que fue asesinado en Madrid en diciembre de 1870 en circunstancias aún no esclarecidas hoy día.
Recordemos a Francesc Macià, exiliado en Francia y Bélgica en los años veinte del siglo pasado, cuando reclutaba voluntarios para luchar contra la dictadura de Primo de Rivera, hasta que regresó en olor a multitudes y fue nombrado president de la Generalitat. Recordemos a Lluis Companys, primero apresado por el Bienio Negro en 1934, luego reinstalado en el palau de la Generalitat por el Frente Popular en 1936 y finalmente exiliado en Francia, donde en 1940 fue detenido por la Gestapo y entregado a Franco, que lo mandó fusilar en Barcelona. Y recordemos a Josep Tarradellas, exiliado entre 1939 y 1977 en Saint Martin le Beau (Francia), hasta su abrazo con Adolfo Suárez, que supuso la restauración de la Generalitat y el inicio consensuado del actual proceso político español, incluida la Constitución de las autonomías.
Conociendo todos estos antecedentes, parece mentira que Rajoy no hubiese previsto la posibilidad de la huida y petición de asilo político en Flandes y hubiese actuado con más habilidad, inteligencia y sabiduría para evitarlo. Puigdemont se ha ido a Bélgica por tres motivos: Primero porque el Partido Nacionalista Flamenco, amigo del PdCat, tiene mucho peso en el Gobierno belga (con participación flamenca) ; segundo porque España aún tiene mala fama en aquel país, donde no han olvidado el famoso Tribunal de Tumultos instaurado por el duque de Alba, que ejecutó a más de mil flamencos y encarceló a más de 6.000, hace 400 años. Por aquellas tierras, y aún hoy día, para asustar a los niños con su «¡que viene el Coco!» les dicen : «¡que viene el duque de Alba!». El tercer motivo de Puigdemont es claro: Bruselas, la capital de Europa, está en Flandes. Y aunque las instituciones europeas sean una cosa y las belgas otra, el lugar es el mismo. La repercusión mediática de un proceso de extradición para Puigdemont y para miembros de su Govern puede ser enorme.
Si Puigdemont y sus exconsellers piden asilo político y el Gobierno belga (presidido por el valón Charles Michel) se lo concede, tendrá que ser un tribunal flamenco quien analice hasta la última coma la querella presentada por el fiscal general Maza contra el expresident de la Generalitat en caso de que Madrid, como todos los indicios apuntan, pida la extradición. El objetivo de internacionalizar el conflicto catalán por parte de los independentistas se habrá logrado plenamente. Es la única posibilidad que tienen de que se mantenga viva la llama de un sueño que se topa de bruces con la realidad.
Da la impresión de que Rajoy ha ido muy a remolque en este proceso. La acción siempre ha correspondido a los líderes independentistas y la reacción de Madrid se ha convertido a menudo en durísima porque se han visto sorprendidos y desbordados. Pasó el 1-O y ha vuelto a repetirse ahora. La querella de Maza contra Puigdemont y su Govern es de tal contundencia que les acusa de rebelión, sedición y malversación, como mínimo. Cabe recordar que la acusación del fiscal franquista contra Companys era básicamente de rebelión. De esta manera, la idea del 'escarmiento' contra Puigdemont, con una intención de petición de pena que recuerda tiempos pretéritos, puede convertirse en contraproducente ante la fría mirada de los jueces flamencos.
Cabe esperar que la diplomacia española desarrollará toda su maquinaria, capacidad técnica y de persuasión, y sobre todo de poderío, para que le sea denegado el asilo político al expresident de la Generalitat. Porque a diferencia de los tiempos de Prim o Macià, la batalla es hoy día vertiginosa. Se libra al segundo en las redes sociales, en la prensa digital y en la de papel, en las cadenas de televisión y en las radios. Las noticias se suceden a un ritmo frenético, imparable. Sin anticipación, sin prever la jugada antes de que se produzca, es casi imposible desarrollar una estrategia ágil y coherente. Puigdemont tiene pensados todos sus pasos (incluidos los futuros) desde hace meses. Sabía que la proclamación de la república catalana sería tomado en Madrid como una herejía y un sacrilegio y que reaccionarían con una respuesta penal digna de un auto de fe. Por eso Puigdemonmt ha buscado un tribunal flamenco.
Moncloa improvisa. Se vio el viernes pasado cuando Rajoy anunció elecciones autonómicas en Cataluña para el 21 de diciembre. En su aplicación del artículo uno-cinco-cinco había avisado que se establecían seis meses «prorrogables» para convocar a las urnas. Rajoy necesitaba tiempo para reconducir con sus colaboradores la situación catalana después de haber echado al Govern independentista. Necesitaba tiempo, con todo el vocerío mediático madrileño haciéndole de coro. No hay duda, por tanto, de que fueron las autoridades europeas las que le 'pidieron' que convocase cuanto antes, en siete semanas. Y que cerrase la crisis «rapidito, antes de que se enquiste». Así lo hizo, sin prever el próximo movimiento de Puigdemont. El muy cínico (calculadamente cínico, milimétricamente cínico) se ha convertido en el primer exiliado dentro de la Un ión Europea.
Ahora Cataluña irá a votar en pleno escándalo internacional por el exilio judicializado de su expresident independentista. Y con Europa controlando a distancia, con preocupación porque la llama catalana no encienda otros nacionalismos europeos.
La carta más lógica que tiene ahora Rajoy es acogotar al primer ministro belga para que le niegue el asilo político a Puigdemont. ¿Lo conseguirá? Ahí está el dilema. Porque lo seguro es que el victimismo ya ha llegado a los aledaños de Bruselas.Y sin miedo al ridículo. Hay memoria. Antes de escapar al exilio Juan Prim (general hipercondecorado) llegó a esconderse en una ocasión dentro de un tonel de vino. Y cuando regresó a España, vía Gibraltar, lo hizo disfrazado de mayordomo. ¡Un futuro jefe del Gobierno de España sirviendo inclinado coñac con sifón en un paquebote!
Rajoy debe entender que para ganar a los catalanes en imaginación es preciso tener memorizados a Tolkien, Swift y Ende. Con los Códigos del Estado de Derecho no basta. Por eso pasa lo que pasa.