Puigdemont tiene que responder este lunes a Rajoy si ha declarado la independencia o no. Seguramente le contestará, en lenguaje enrevesado e interpretable, que la ha «asumido» y políticamente la mayoría del Parlament la ha «aceptado», pero que jurídicamente no produce efectos porque el Parlament «no la votó». Es decir, que está congelada. Y le ofrecerá negociación a Rajoy. Lo que ha hecho Puigdemont es algo parecido (ironía incluida) a lo que en derecho antiguo era la distinción entre la 'penetratio penis' sin que se hubiese producido 'emisio seminis', es decir, sin efectos tendentes a la fecundación. Puigdemont entró en la cámara del tesoro pero no se llevó su contenido. Ahora reta a Rajoy a negociar.
Hay que partir de una premisa básica: Rajoy rechaza cualquier tipo de mediación exterior. La que sea. La estrategia de la Generalita ha fracasado en este sentido. La Comisión Europea se halla en horas bajas. Tras el Bréxit no está en condiciones de imponer nada a un Estado importante. Solamente puede 'sugerir', y gracias. Por eso Rajoy se ha puesto chulo ante Bruselas. Desprecia padrinazgos exteriores. Y Junkers, en coyuntura floja, ha bajado la cabeza. Esa es la causa de que Puigdemont hiciese marcha atrás en el último segundo y dejase a sus dos millones de leales en fase de 'coitus interruptus'. Por su parte, un enbravecido Rajoy hizo desfilar el jueves a los Tercios de Flandes por el Paseo de la Castellana con sus arcabuces y sus picas de tres metros, memoria viva de aquellos soldados profesionales que hace más de 400 años sembraron el terror en Flandes, Bruselas incluida, mientras producían el primer proceso inflacionario europeo con el oro llegado de América y los indígenas trabajando a destajo en las minas.
Rajoy siente que, desde una perspectiva de 'política exterior' tiene las manos libres. Pero le preocupan otras cosas. Por un lado la caída de prestigio de la marca España ante los inversores internacionales y, por otra, no quiere de ninguna manera otro caso Companys, un mártir cuya imagen puede volverse contra el PP como arma arrojadiza el día que este partido pierda el poder. Por tanto, 'necesita' pactar con Puigdemont, aunque 'no se note a primera vista'. Así, aplicará el 155 suavito-suavito (otra 'penetratio' sin 'emisio') sin proceder al derribo de Puigdemont y mientras negocia por debajo.
Ahí entra en liza Pedro Sánchez para echar el capote, para 'exigir' a Rajoy una reforma constitucional. A Rajoy no le hace gracia un cambio profundo de la Carta Magna, que podría alterar el equilibrio de fuerzas en el conjunto del Estado. Podemos podría introducir el debate monarquía-república. que ahora mismo podría ser contraproducente y peligroso. Hace, por tanto, falta un toque maestro, ´rápido y corto de cirujano.
¿Cual podría ser este retoque de bisturí dentro de la Constitución 'propiciada' por Sánchez, que arreglase las cosas? Según algunos expertos es más sencillo de lo que parece si de lo que se trata es de devolverle a Catalunya el Estatut reformado que echó abajo el Tribunal Constitucional a instancias del PP en 2010. Bastaría que se introdujese el siguiente punto: «La reforma de un Estatuto de Autonomía que haya sido aprobado por su Parlamento Autonómico y luego debatido y aprobado a su vez por el Congreso y el Senado y finalmente refrendado en referéndum por su Comunidad Autónoma correspondiente, no podrá ser modificado, ni suspendido, ni anulado por el Tribunal Constitucional».
Solamente la introducción de este punto en la reforma constitucional implicaría la automática revalidación de la reforma recortada en 2010 y el inmediato reconocimiento constitucional de Catalunya como nación, dentro, lógicamente, de la indivisible unidad de España.
La esencia es que lo aprobado por la parte (Parlament catalán), por el todo (Cortes españolas) y luego refrendado en referéndum es inviolable ya que ha quedado triplemente refrendada la soberanía popular de la cual emanan todos los poderes del Estado.
Esa, según expertos, es la salida . Por eso es clave Pedro Sánchez. Cabe recordar que fue Zapatero quien llegó al acuerdo con Artur Mas sobre la reforma del Estatut y que el PP se opuso. Al final la solución sintética a la actual crisis es el Estatut reformado, un acuerdo interno español resuelto sin mediadores extranjeros ni vencedores ni vencidos.
Queda un último punto: una solución jurídica para dar carpetazo o hacer tabla rasa de exigencia de responsabilidades penales a todos los imputados, investigados y condenados en el procés. Pero en eso España es maestra en perdonar cuando hay abrazo de Vergara. Y si acontece el apretón de concordia, sin chulerías ni prepotencias, sin altiveces ni venganzas, haciendo bueno aquel «paz, piedad y perdón» de Manuel Azaña, la solución está más cercana de lo que muchos creen.
Desafío independentista
Bastaría retocar la Constitución en un único punto para reconducir el problema catalán
Joan Riera | Palma |