Lo peor del conflicto catalán no es que esté desapareciendo la política para dejar paso a la desobediencia ante el poder central, tampoco lo es que el Gobierno Rajoy deje el futuro de un pueblo de cerca de ocho millones de habitantes en manos de la Fiscalía y los jueces. Lo erizante es que los independentistas catalanes van zumbados. Han entrado en el terreno del todo o nada, el más negativo de los escenarios para todo conflicto humano. En buena parte son las clases medias ilustradas catalanas las que empujan hacia la independencia. Pequeño o no tan pequeño, hay más 'propietariado' que proletariado en sus filas. Y con los papeles repartidos, como suele ocurrir en este tipo de procesos: Un Junts pel Sí aparentemente más cautos y unas CUP que empujan hacia la 'rebelión pacífica'. En realidad ahora mismo son instrumentos de una misma orquesta. El poder central mantiene todas las cartas en su mano por la acción de jueces y fiscales, pero desde la evidencia de que no se pueden imputar a dos millones de europeos.
He vivido tres días enteros metido en el Parlament de Catalunya asistiendo a la batalla por la aprobación de las leyes del referéndum y de desconexión. Ha sido feroz, durísmo. Además, ha ocurrido algo hasta ahora nunca visto en España: los independentistas han actuado conforme a las promesas realizadas a su electorado. Estamos acostumbrados desde 1977 a que los partidos prometen y prometen en campaña...para luego no cumplir cuando gobiernan y desdecirse del ochenta por ciento del contrato social suscrito con sus electores. Esta vez no es así. Van de cabeza, como los toros que han prohibido, como las papeletas que les llevaron al poder autonómico.
¿Tiene este drama una solución que no sean los banquillos, los procesos, las togas, las condenas, las multas y la cárcel? ¿Estamos a tiempo? En política siempre hay margen mientras las dos partes estén dispuestas a hablar. Pero éste no es el caso. Rajoy y los que le rodean no se cansan de decir que no se puede destruir una nación creada hace medio milenio por los Reyes Católicos. Y tienen razón. La mayoría son opositores a los grandes cuerpos funcionariales del Estado y han sido educados desde la perspectiva de que quebrar la indisolubilidad es más que un sacrilegio. Y a los sacrílegos se les castiga.
Pero no comprenden el significado de lo que están predicando. España es 'tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando'. En términos actuales: 'tanto monta, monta tanto, Madrid como Barcelona'. Tanto monta, monta tanto una cultura como la otra a nivel de equilibrio interno. Así, y no de otra forma, se edificó esta nación de naciones, aunque no aparezca en los temarios de oposiciones por los que han pasado Rajoy, Soraya, Cospedal y los ilustrísimos miembros del poder judicial.
Así se hizo España, a partir de una idea tardomedieval de convertirse en bastión ideológico occidental contra la expansión del islamismo tras la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453. Así nacieron la Santa Inquisición, la conquista de Granada y la expulsión de los judíos. Ese equilibrio se rompió a principios del siglo XVIII con la Guerra de Sucesión y la implantación del cetralismo borbónico. Pero en el siglo siguiente, de la mano del avance de las incipientes democracias, el renacimiento catalán volvió a empujar hacia el viejo equilibrio. Y ése es el punto actual: O 'tanto monta' fruto del acuerdo político, o ruptura y, en consecuencia, fiscales y jueces en plena acción, como en todo proceso de vencedores y vencidos.
El Estado central ha sacralizado la unidad española sin comprender que sus columnas políticas de sostén son 'el tanto monta' entre Castilla y Aragón (el dragón de Sant Jordi). Ve pecados y consecuentes castigos donde en realidad lo que hay es un compromiso histórico incumplido, en parte por ignorancia, en parte por interés y afán de dominio.
Una España democrática y en paz es el 'tanto monta'. No entenderlo es el conflicto permanente, crónico entre centro y periferia.