Un aparato GPS con las coordenadas de Mallorca figura entre los pocos enseres y escasos víveres que casi todos los inmigrantes sin papeles llevan en la patera cuando esta alcanza la costa tras realizar una arriesgada travesía.
«En la patera encontramos ropa de recambio, tetrabriks de leche, agua embotellada de Argelia, galletas, latas de conserva... También encontramos pilas y un GPS que les dan las mafias con las señas para llegar a Mallorca», relata un agente de las fuerzas de seguridad del Estado.
En lo que va de año, 14 pateras han llegado hasta la costa de Baleares, cifra que prácticamente quintuplica a las tres de 2016, según datos de la Guardia Civil. Este agente explica que la finalidad de los inmigrantes que se embarcan en una patera es ir a la Península, que ellos consideran «la entrada a Europa».
«Cuando pisan Mallorca y se dan cuenta de que acaban de llegar a una isla se quedan hechos polvo. Las mafias les venden que Mallorca está en la Península», indica este efectivo con dilatada experiencia en la problemática de la inmigración ilegal.
Cada vez que llega una patera, las fuerzas de seguridad del Estado siguen el mismo protocolo. Primero inspeccionan la embarcación, que normalmente suele ser destruida porque «no sirve para nada». Después hacen una reseña policial con fotos a los inmigrantes, y tras este trámite pasan a ser responsabilidad de un Centro de Internamiento de Extranjeros.
En esta primera fase, Cruz Roja se encarga de prestar asistencia humanitaria a los recién llegados proporcionándoles ropa adecuada, calzado, alimentos básicos y un kit de higiene. Además, en el caso de que no haya personal sanitario de la administración pública en el lugar, sus trabajadores realizan una primera evaluación médica.
«En la mayoría de los casos las personas que llegan aquí no presentan problemas sanitarios importantes», destaca Victoria Avellà, directora de Salud, Socorro, Emergencias y Medio Ambiente de Cruz Roja Baleares, quien precisa que este año han atendido a 105 personas. Avellà señala que los ocupantes de las pateras hablan poco porque generalmente «muestran cierta desconfianza hacia todas las personas que les asisten».
De hecho, el experimentado agente de las fuerzas de seguridad del Estado indica que, si hace buen tiempo, pueden tardar unas 24 horas en llegar desde Argelia a la isla. Además, apunta que suelen venir bien preparados, con motores de 25 caballos y con una reserva de gasóleo.
De las 14 pateras que han llegado este año, siete han arribado a Cabrera. «Muchos llegan a Cabrera pensando que ya están en Mallorca. En algunas ocasiones, podría ser que la propia mafia les haya puesto las coordenadas del GPS mal con la intención de que no lleguen a la isla mayor», sospecha el agente. Los inmigrantes «portan dinero pero ningún tipo de documentación», explica.
La falta de documentos que acrediten su identidad obliga a los sanitarios a realizarles pruebas radiológicas de los huesos de la muñeca para comprobar si se trata de menores de edad. «Desde el primer momento nosotros nos hacemos cargo porque suponemos que son menores», sostiene la directora insular de Menores y Familia, Magdalena Gelabert, quien explica que la mayor parte de los jóvenes que llegan a las islas tienen entre 16 y 17 años.
En caso de ser menor de edad, el Consell intenta localizar a su familia. Si no es posible o si un técnico dictamina que devolver al joven con sus parientes supone exponerlo a algún riesgo, se registran sus datos para poder identificarlo y «que por lo menos tenga un pasaporte», indica la directora.
En 2003, y cuando solo tenía 20 años, Moussa se subió a una patera con otras 115 personas. Esa travesía, que duró cinco días, le llevó de Senegal a Canarias en busca de una vida soñada. Ahora vive en el Arenal con ocho compañeros en un pequeño piso y subsiste con el dinero que gana con la venta ambulante en Magaluf y Paguera.
Con una parte de esos parcos ingresos, Moussa mantiene a la hija que dejó en Senegal al cuidado de familiares, y compra cada año un billete de avión para ir a verla. «Con el dinero que gano aquí, en Senegal puedo mantener a toda mi familia. Esto es todo un orgullo para ellos», señala Moussa.